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En busca de asilo

Los hijos y el marido de la Madre Coraje peruana intentan rehacer su vida en España

Amelia Castilla

Gustavo Paneki sabe que no se puede esquivar al destino. Su mujer, María Elena Moyano, la Madre Coraje de Lima, fue asesinada por pistoleros de Sendero Luminoso horas antes de abandonar Perú. En su país mueren diariamente nueve personas como consecuencia de la violencia política. Tras el asesinato de la dirigente popular, tropas militares han tomado Villa el Salvador, el barrio de chabolas de la periferia limeña que María Elena levantó, y se realizan redadas masivas, al tiempo que Sendero multiplica sus amenazas.

Su mujer no pudo escapar, pero Gustavo no podía consentir que sus hij9s corrieran la misma suerte. El, sus dos hijos y un sobrino, llegaron el pasado lunes a Madrid para solicitar asilo político. La vida de los tres niños, que fueron testigos del asesinato, estaba en peligro. Hasta el momento de abandonar su país, los pequeños, de 13, 11 y 9 años, vivieron ocultos por temor a las represalias de Sendero.En Madrid, la gente los reconoce por la calle. En las proximidades del hospital madrileño del Niño Jesús, donde se encuentra internado Pedro Pablo -herido en el mismo atentado que le costó la vida a su tía-, una mujer pregunta a los niños si son hijos de Madre Coraje: "Si puedo hacer algo por ustedes. Les he visto en la tele y me gustaría ayudarles", dice.

Gustavo y sus hijos acaban de abandonar el hospital donde fue intervenido el miércoles Pedro Pablo. El pequeño tenía heridas en el hombro y tórax causadas por la misma carga de dinamita que despedazó a su tía.

El día del atentado, los tres niños -Pedro Pablo, que vivía con ellos, y sus dos hijos, Gustavo y David- pasaron la mañana con ella. María Elena se llevó a los niños a la playa. Quería despedirse de ellos. Esa noche abandonaba el país en dirección a España. Carmen, la mujer del embajador español en Lima, había conseguido convencerla de que abandonara Lima porque el cerco se estrechaba en torno a ella. En septiembre, los terrucos volaron uno de los centros de acopio de alimentos de Villa el Salvador, y, en lo que va de año, la organización terrorista ha asesinado a siete dirigentes populares. Michel Azcueta, el que fuera alcalde de Villa el Salvador, ya había abandonado el país.

Ella tenía que marcharse. En las últimas semanas vivía medio escondida. No abandonó su actividad social, pero no dormía en su residencia por cuestiones de seguridad.

El pasado día 15 de febrero, "todos subieron al carro juntos y felices". Así los vio Gustavo por última vez. Él se quedó trabajando en su pequeño taller de carpintería mientras los chicos y ella iban a la playa. Antes de partir, María Elena volvió por última vez al suburbio donde vivía desde los 15 años. Se celebraba una poyada (fiesta popular para recaudar fondos). Allí la cazaron. Eran seis hombres armados y la resistencia de las mujeres no pudo evitar que la pegaran un tiro en la cabeza y dinamitaran su cuerpo.

Todo fue muy rápido. "Los niños se tiraron al suelo al oír los disparos. Pedro Pablo fue el primero en percibir que la habían herido", dice su esposo. "Él y su primo corrieron junto a ella para intentar levantarla del suelo. Lo siguiente es que Pedro Pablo sintió que subía hacia arriba, como si volara, e inmediatamente después caía al suelo".

A Gustavo nunca le ha interesado la política, pero ese día, al ver el cadáver mutilado de su esposa, comprendió que no podía seguir viviendo allí. Ni siquiera sus familiares querían esconder a los niños por miedo a las represalias de Sendero. "¡Es horrible! Hay tanta violencia que la gente ya se está acostumbrando a esa forma de vida".

Tras el atentado, Sendero editaba unos pasquines en los que celebraba "la ejecución de la agente imperialista María Elena Moyano". En el mismo panfleto se incluían los nombres de los que seguirán su mismo camino.

Chabolas de juncos

Gustavo y María Elena llegaron a Villa el Salvador, con sus familias respectivas, en plena adolescencia. Venían de Lima, la capital, y se instalaron sobre la arena en chabolas de juncos. "María siempre fue una mujer comprometida. A los 15 años ya estaba trabajando con los curas; en los setenta cuando se creó la primera escuela, fue de las primeras profesoras. Luego colaboró en la creación de la Federación de Mujeres y ayudó a fundar los comedores populares y los comités del vaso de leche para los niños desnutridos".

Gustavo, sin embargo, nunca se metió en política. Siempre apoyó la labor de su mujer, pero prefería quedarse en casa con los niños o barnizar un mueble. A éste hombre, de 40 años, lo que le gusta es su oficio de carpintero. El, que nunca había salido de Perú, se encuentra un poco perdido en Madrid. Miembros de Solidaridad Internacional, uno de los organismos convocantes del acto de homenaje a su esposa que se celebrará el próximo miércoles en Madrid, les acompañan en todos sus desplazamientos.

Mientras se soluciona su situación viven en un centro de acogida para extranjeros del Inserso. Su ilusión sería encontrar un trabajo, preferiblemente cerca del mar, y empezar una nueva vida con sus hijos.

Más que una villa

La invasión de Villa el Salvador, situado a 30 kilómetros de Lima en la costa, comenzó en 1971 con el Gobierno militar. En esa época era una planicie desértica donde se instalaron los emigrantes que huían del campo a la ciudad. El propio Gobierno potenciaba la creación de centros urbanos capaces de autogestionarse y autoabastecerse para paliar el problema social generado por la llegada masiva de campesinos a la capital. Con ellos llegaron la madre de María Elena Moyano y sus seis hermanos.La Madre Coraje peruana compatibilizaba su labor social en el suburbio con el teatro. Escribía dramas que ella misma representaba sobre la vida en Villa el Salvador. Entonces se alumbraban con velas y no había ni carreteras ni alcantarillado; ahora el índice de analfabetismo no alcanza el 3%, mientras el índice nacional es del 56%.

Para sus 300.000 habitantes, el paro sigue siendo uno de sus grandes problemas, pero la construcción del distrito fue reconocida cuando en 1987 se le concedió el Premio Príncipe de Asturias a la Concordia.

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