_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Carnavales

Se acerca el Carnaval y tal vez no hace falta. El Carnaval ya sólo es una conmemoración de cuando no éramos dobles y la vida era única y previsible. Ahora descubrimos máscaras bajo las máscaras y pobres disfrazados de banqueros que consiguen créditos al 0% y hasta los carnavales de Niza se nos han llenado de prefascistas sin antifaz. La vida es más escena que calle y, en vez de ir a la guardarropía de alquiler, nos basta abrir nuestro propio armario y dejarse aconsejar por Zelig. "Cuando amo soy un amante; cuando paseo soy un paseante; cuando compro soy un cliente", dice Peter Handke en uno de sus textos más amargos. Y, con el país ensartado en el pincho de las contradicciones, a veces nos miramos en el espejo de antiguas fidelidades y ya sólo vemos la imagen empañada por tanto vapor de historia opaca que hemos dejado en la bañera.Tantos carnavales y tantas veces al año nos desconciertan. Estábamos acostumbrados a que por Carnaval cada uno se disfrazara de aquello que no era: el noble se vestía de pobre, el quinqui de policía, las putas de monjas y los hombres de mujer. Este conocimiento de aquello de lo que huíamos constituía cómo mínimo una certeza entre la confusión. Pero nos sorprendemos con carnavales permanentes y ya no sabemos dónde empieza la persona y dónde el personaje. Cuando enarbolamos la nómina somos sindicalistas; cuando los transportes están en huelga somos ciudadanos de orden; cuando estrenamos BMW nos damos un homenaje; cuando sisamos a Hacienda nos damos justicia. El año pasado nos quitaron los carnavales por aquello del Golfo y este año vuelven a ponerlos por todo lo contrario. El año pasado éramos el Capitán Trueno y este año somos el Conejo de la Suerte. Es decir: de tanto ser ya no somos absolutamente nada. En el mejor de los casos ya sólo somos unos pobres socialdemócratas en paños menores.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_