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Delirio en las aulas

Permitir que la inversión mobiliaria eche raíces es una forma de perder margen de maniobra. La rapidez tomando y deshaciendo operaciones es un esquema dominante, aunque su aplicación sistemática acelera la velocidad de rotación sin incrementar el volumen real de dinero. Todo menos parar. Así razonan los bolsistas a pesar de que el índice no se mueve y la escasa inversión se mantiene en eléctricas y constructoras. Inmovilizar la cartera es el principio del fin.Cuentan las crónicas que así le ocurrió a Irving Fisher, un distinguido profesor norteamericano de Yale al que acudían sus alumnos en tropel, impresionados por sus impecables credenciales académicas y su inteligencia para invertir. Pero la capacidad analítica parece reñida con la sabiduría intuitiva de los cazadores de fortunas.

Un buen día, Fisher dijo: "Los precios de las acciones han alcanzado lo que parece ser una meseta permanentemente alta". El delirio se adueñó de las aulas. En el apacible campus, la codicia financiera sustituyó al deseo de alcanzar un cum laude. Repentinamente, Wall Street sufrió de uno de esos reveses que sólo afectan a los inversores sin cobertura. Jamás se pagó tan caro un diploma.

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