¡Salvar los caballos!
Por si fueran pocas las desgracias que acechan al hipódromo (quiebra financiera, luchas intestinas, olvido de los poderes públicos, etcétera), ahora aparece la mismísima M-40, de la mano de Isabel Vilallonga, para pasar por encima de las caballerizas y destruirlas. ¡Cielos, cuán execrable conjunción de maleficios!Isabel, querida: ya sabemos que las cornejas del monte de El Pardo tienen un derecho al aire limpio que no deben tener los conductores de la nacional VI. Y que las encinas del repetido monte deben sobrevivir a las sufridas especies (tan queridas y tan hermosas) de árboles que adornan la autopista, que ya han sido expropiadas y serán taladas sin misericordia para el cuarto carril, y sin que derrames una lágrima por ellas. Pero al menos apiádate de los caballos, mil en el hipódromo. No son humanos, te lo aseguro; son brutos, aunque sean nobles, y por ello dignos de afecto.
Piensa en los caballos, Isabel. Desprecia los altos del hipódromo y destrúyelos. A fin de cuentas, se trata sólo de una maravilla visual y paisajística, pura sensibilidad burguesa. Desprecia (es obvio decirlo) las 600 familias que viven de esa afición: preparadores, mozos, jinetes, veterinarios, empleados... ¡son repugnantes humanoides! Y seguramente con escaso espíritu progresista. Desprecia, sí, desprecia mil veces la entrada a Madrid desde el Oeste, la única digna, la única espléndida. Que se vea el asfalto, mucho asfalto. Desprécialo todo, pero protege al caballo. No le quites su pesebre ni su cama. No le aniquiles por la corneja. El caballo no tiene norte para retroceder.-
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