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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Crisis en Israel

EL APOYO parlamentario prestado por uno de los pequeños partidos ultras de Israel ha permitido al primer ministro, Shamir, en dificultades por la ruptura de otros dos de esos partidos, pactar la retirada de la moción de censura que inicialmente iba a presentar el Partido Laborista. De todos modos, la perspectiva de elecciones en junio crea un clima de inseguridad en la política israelí en un momento en que se deben abordar dos temas decisivos: el crédito de 10.000 millones de dólares (un billón de pesetas), condicionado por Washington al abandono de los asentamiento en los territorios ocupados, y, sobre todo, la Conferencia de Paz de Oriente Próximo, iniciada en Madrid en octubre pasado y que ahora debería entrar, en la reunión de Moscú, en una fase de negociaciones multilaterales sobre problemas de interés común (reservas de agua, control de armamentos y medidas de desarme en la zona, entre otros).Pero el encuentro en Moscú ha chocado con el eterno problema de la representación palestina. Después de fuertes discusiones internas, la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) optó por dar su visto bueno al desplazamiento de la delegación palestina a Moscú, pero incluyendo en ella a representantes de Jerusalén Este y de la diáspora, lo que no había ocurrido ni en Madrid ni en Washington. Ante la oposición israelí, que ya se daba por descontada, los palestinos no han participado en la primera reunión. Siria y Líbano ya habían decidido no enviar delegaciones como protesta por la negativa de Israel a retirarse de los territorios ocupados.

Todo ello indica que la reunión de Moscú, en la que en principio deben abordarse problemas de gran trascendencia para todo el Oriente Próximo, entrará en un cierto estancamiento. El hecho de que Israel se halle en una etapa preelectoral repercute claramente sobre las posibilidades de proseguir las negociaciones con los árabes y especialmente con los palestinos. Por otra parte, no parece improbable que éstos, ante una situación interna en Israel cargada de incertidumbres sobre el futuro, hayan pensado que era el momento de presionar para obtener una delegación independiente de Jordania.

Es cierto que Shamir aseguró poco después de plantearse la crisis de su Gobierno que las disputas en su coalición no afectarían a la política exterior. Pero con el adelanto de las elecciones a junio, el Partido Laborista -y su líder, Simón Peres, en particular- insiste en la conveniencia de congelar las negociaciones de paz hasta que Israel tenga un Gobierno fuerte. Para los palestinos de los territorios ocupados, la situación por la que atraviesa el Gobierno de Tel Aviv ofrece una oportunidad inmejorable para estudiar de cerca la mecánica de causas y efectos en la política de Shamir. La premisa es elocuente: aunque a regañadientes, Shamir vino a Madrid. Y fue él quien envió a su delegación a Washington en dos ocasiones, aunque sólo fuera para oponer su negativa a todas las propuestas. Por un accidente político -los árabes dirían que es más bien parte de una conjura-, ahora es el mismo Shamir quien se empeña en mantener vivo el proceso de paz, negándose a abrir un compás de espera que muchos, en Israel, quisieran aprovechar para diseñar nuevas estrategias.

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Pero una clave a tener en cuenta cada vez que Shamir habla de paz es su afirmación -aunque luego la ha matizado- de que no quiere pasar a la historia como el hombre que cedió territorios, por muy necesaria que sea esa medida para comenzar la pacificación en Oriente Próximo. Las encuestas en Israel sugieren, con vistas a las futuras elecciones, que existe el clima popular suficiente para que Shamir pueda ser desplazado. Pero sería muy aventurado, decir que ello facilitará que su sucesor dé el paso al que él ha jurado resistirse.

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