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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Dinero y espectaculo

LOS TEATROS cierran hoy: un paro simbólico que no sólo afecta a los actores que lo han convocado con un manifiesto extenso, sino a otros trabajadores de la cultura del espectáculo: cine, televisión, narrativa, danza, técnicos audiovisuales, maquinistas... Se han asociado también los empresarios, y no la atacan o devalúan los funcionarios del Ministerio de Cultura. La rara unanimidad la explica el motivo central: el dinero o, dicho en, su lenguaje, "el sustancial recorte de los presupuestos de la cultura para 1992".Traduciendo el manifiesto: la importación de la narrativa procedente de EE UU disminuye las ocasiones de trabajo y lucimiento de los españoles. En la reciente reunión de dramaturgos españoles en San Sebastián se produjo también una resolución para que el 50% de la exhibición nacional sea reservada para los "autores vivos": son ellos. Naturalmente, no describen como interés personal su acción, sino que quieren sacarnos de la actual situación de "colonialismo cultural"", denuncian como escasa la información cultural en los medios, defienden su "resistencia humanista"" ante "el fanatismo, la superstición y la sinrazón generalizada", y piden, entre otras cosas: más capacidad para el ministerio y más presupuestos; que el Gobierno sustituya los "magnos acontecimientos" megalómanos por una cultura "coherente, democrática y progresista", y que "se garantice una labor crítica rigurosa, capacitada y solvente que elimine la arbitrariedad y sirva de instrumento motivador y no disuasor de los ciudadanos hacia las diferentes prácticas culturales", lo que en otro régimen se llamó más sencillamente "crítica constructiva".

Cualquiera suscribiría muchos de los principios que inspiran esta huelga de hoy, que sería probablemente erróneo y esquemático resumir en los deseos de más dinero y buena crítica, sin olvidar que, en definitiva, son estas personas, hoy inactivas, las que han creado un teatro del que han desertado voluntaria y libremente la mitad de los espectadores en los últimos seis años. El tono de la declaración se manifiesta claramente a favor de una cultura estatal: en la Unión Soviética se ha practicado exclusivamente en los últimos 60 años, como en China, y el resultado, hoy, no es más que una mejora en la práctica de los oficios artísticos, una esclerosis en lo tradicional y una desaparición de la verdadera creación artística. No ocurre lo mismo en EE UU, donde el arte del espectáculo vive sin subvención, como en Londres, donde Margaret Thatcher ' recortó hasta el límite los presupuestos de ayuda. Son, paradójicamente, los países donde florece el teatro.

La realidad es que en España, en la actualidad, ni el teatro ni el cine podrían vivir sin dinero estatal o patrocinio privado: el encarecimiento de los espectáculos (al que ha contribuido la concurrencia de los teatros institucionales), la precariedad de los teatros comerciales, reducidos a un número limitado de funciones semanales, y la concurrencia con otros medios más espectaculares harían que el precio de la butaca alcanzara unos niveles de prohibición absoluta. Ya es absurdo que hoy un espectáculo teatral cueste en torno a 2.000 pesetas la localidad, cuando la televisión ofrece gratis una literatura dramática que se estima más y resulta más cómoda.

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El dilema en este momento es que sin la ayuda del Estado el teatro perece, tal como se ha ido creando, y que con ella se aliena y corre el riesgo de ir cambiando según los Gobiernos que se sucedan.

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