Cainismo
EL PARTIDO Popular sólo puede aspirar a constituir una alternativa sólida y creíble al PSOE si logra una implantación menos desigual en el conjunto de las nacionalidades y regiones españolas; dicho claramente: si resuelve su problema andaluz y su problema catalán, comunidades donde sus votantes y estructura están muy por debajo de lo que precisa.José María Aznar es consciente de esta realidad. Para afrontar su apuesta catalana diseñó un proyecto: extender la refundación del partido a su organización catalana con objeto de recuperar para ella el antiguo electorado de UCD, cautivado en las últimas convocatorias electorales por el nacionalismo centrista-conservador de Jordi Pujol con el anzuelo del voto útil de la derecha. El nuevo mensaje centrado debía ser protagonizado por nuevos líderes, que establecieran las diferencias ideológicas y políticas con el nacionalismo, recuperando así una imagen específica de partido con oferta propia. Oferta y líderes que para ser atractivos debían cumplir la condición de ser menos proclives al pacto indiscriminado con Convergència i Unió, práctica por la que algunos dirigentes han tachado de entreguismo a los antiguos dirigentes.
El conjunto de la operación tenía un nombre: Aleix Vidal-Quadras. Nadie discute en la política catalana la capacidad intelectual de este catedrático de Física Nuclear, ni su brillante papel como portavoz parlamentario que tantas veces ha puesto en aprietos al titular de la Generalitat, ni tampoco su carácter de persona pública incontaminada por la historia popular barcelonesa, tan propensa a lo caciquil.
Pero tampoco nadie apuesta un céntimo por su habilidad para abordar las tensiones internas de una -débil- organización que en 10 años ha sacrificado media docena de líderes en una guerra civil permanente, ni por su especial vocación por convertir las victorias en derrotas. Hace un mes, bajo los trabajosos auspicios de Aznar y su cúpula, Vidal-Quadras y su principal rival en el PP catalán, Jorge Fernández, firmaron un armisticio y una lista única para el congreso celebrado el último fin de semana que suponían la clara hegemonía del nuevo líder. Pronto los seguidores del primero -¿descontrolados?- desenterraron el hacha de guerra mediante un documento duramente descalificador de los antiguos dirigentes. Y ahí fue Troya.
De modo que el equipo de Aznar se afanó en restaurar el pacto, imponiendo un líder, Vidal-Quadras, al llamado sector crítico de su partido y una ejecutiva a su hombre en Cataluña. Todo ello en medio de reproches al cainismo mutuo. La presentación, finalmente, de candidaturas contrapuestas, la alta abstención registrada y alguna súbita semidimisión poscongresual indican, a que el equilibrio logrado es menos Y
que inestable. Y lo que aún complica más las cosas para este diseño tan de1ficientemente ejecutado: el armisticio se ha conseguido mediante un creciente intervencionismo central que ha volatilizado la pretensión de que el PP catalán goce de autonomía respecto a sus mayores, una baza electoral preciosa para sus más directos rivales. Pujol se frota las manos en silencio.
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