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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Inquietud económica

LAS EVIDENCIAS de una desaceleración de la economía no dejan de sucederse; sin ser algo nuevo, algunos de los indicadores recientes, los informes de diversas instituciones o el alarmismo del presidente de la patronal, José María Cuevas, han renovado la inquietud sobre la evolución en los próximos meses de la coyuntura española.Los resultados de la Encuesta de Población Activ a (EPA) correspondientes al tercer trimestre del año constituyen el más reciente y significativo exponente de ese menor crecimiento que experimenta la economía española desde principios de año. Estos datos muestran la desfavorable evolución del empleo en un periodo tradicionalmente propicio al incremento de la actividad. El aumento de 91.830 parados es el mayor de los registrados desde 1984, y sitúa su número total en 2.479.980 personas, el 16,36% de la población activa; simultáneamente, el ritmo de creación de nuevos empleos, 55.000 en ese tercer trimestre, ha experimentado una significativa desaceleración. Cifras que, a tenor de los demás indicadores de actividad, pueden sufrir un deterioro adicional en este último trimestre del año, haciendo prácticamente imposible alcanzar los 100.000 empleos previstos por el Gobierno en 1991.

La sintomatología recesiva puede materializarse en los próximos meses en un escenario que combine estancamiento e inflación. Dicho de otra manera, que se produzca el acercamiento a la media europea en los ritmos de crecimiento mientras se mantiene el diferencial de los precios: el peor escenario imaginable. A esa sensación de deterioro ha contribuido la divulgación de la información de la Central de Balances del Banca de España correspondiente a 1990, elaborada sobre la base de una muestra de algo más de 4.700 empresas no financieras. El descenso en los beneficios -22,7% y 31,8%, antes y después de impuestos, respectivamente- por primera vez desde 1982 ha contribuido a que la rentabilidad que las empresas obtienen sobre el conjunto de sus activos vuelva a ser inferior al coste que pagan por sus recursos ajenos. De cada 100 pesetas generadas como valor añadido bruto, 17,5 han constituido gastos financieros, y 59,2, gastos de personal; en el crecimiento experimentado por ambos capítulos es donde cabe localizar las razones fundamentales del deterioro en la capacidad de generación de recursos, que probablemente se reproduzca en este año.

Un cuadro de resultados, en definitiva, que puede explicar el estado de ánimo del presidente de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales, pero en modo alguno legitimar las soflamas y llamamientos a la rebelión fiscal. Siendo cierto en parte ese relativo abandono que José María Cuevas descubre en la pedagogía del rigor que ha presidido el discurso de nuestras autoridades económicas, o la definitiva renuncia a conseguir en la presente legislatura una combinación de políticas macroeconómicas más coherente, no lo es menos que la mejor contribución del empresariado no consiste en amplificar los sonidos de algunos tambores sectoriales tan reticentes a la competitividad como propensos a las amenazas de paralización de la actividad económica. Las referencias del presidente de la patronal a una posible huelga de transportes quedan tan fuera de lugar, como sus tardías quejas sobre el agotamiento del modelo económico del Gobierno. Las palabras de Cuevas han recordado aquel insólito comunicado de la CEOE, poco antes de que los socialistas ganasen las primeras elecciones en 1982, afirmando que el programa del PSOE se aproximaba "en gran medida a los modelos marxistas de la Europa del Este".

En el umbral de 1992, el agotamiento de la economía refuerza la singularidad y el carácter transicional de un año cuyas consecuencias económicas serán muy adversas si predominan en él los intereses electorales de partido sobre los generales como Estado. No puede ser 1992 el año sabático que algunos han pronosticado.

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