El triste final de un dictador comunista
Erich Honecker, entre la venganza de Bonn y la protección de Gorbachov
"No me cogerán vivo", le dijo Erich Honecker a su esposa, Margot, al enterarse de la decisión del Gobierno de la Federación Rusa de expulsarlo de su territorio. A sus 79 años, el viejo líder comunista alemán, enfermo y anclado en un mundo que ha dejado de existir, se enfrenta a un final humillante para cuya consumación se combinan las oscuras ansias de venganza de Bonn, que quiere llevar hasta el final la justicia de los vencedores, y el deseo de ser reconocido como el auténtico hombre fuerte de Moscú del presidente ruso Borís Yeltsin.Desde que perdiera el poder, hace poco más de dos años, el itinerario del constructor del muro de Berlín, un hombre de voz atiplada y mirada gélida, ha sido un auténtico calvario. Primero fue operado de un tumor canceroso en un riñón, y al salir del hospital fue detenido brevemente. No pudo instalarse en la vivienda que se le había concedido por la oposición del vecindario, y un pastor protestante tuvo que acogerlo en su buhardilla. Finalmente, las autoridades soviéticas le dieron alojamiento en el hospital militar de Beelitz, a las afueras de Berlín. El pasado mes de marzo, cuando la justicia ya iba a por él, los soviéticos, sin avisar a las autoridades alemanas, se lo llevaron a Moscú en un avión militar. En la actualidad se encuentra en un sanatorio situado a unos 50 kilómetros de esa ciudad.
El Gobierno alemán quiere juzgarlo por su responsabilidad en la muerte de más de 200 personas que fallecieron intentando cruzar el muro de Berlín o la frontera interalemana. Y, ciertamente, de él partieron las órdenes de tirar a matar. Pero en términos jurídicos, el proceso por el que se le quiere repatriar no tiene ni pies ni cabeza. No existe tratado de extradición entre Alemania y la Unión Soviética, y aún menos entre Alemania y la Federación Rusa. El único asidero legal al que se aferran los hombres de Yeltsin es que Honecker entró ilegalmente en el territorio ruso, por lo que debe ser expulsado. ¿Pero adónde?
El ministro de Justicia ruso, Nikolái Fiódorov, aseguró el lunes 18 de noviembre en Bonn que la llegada de Honecker a Alemania era "cuestión de días o semanas", presumiblemente como regalo de Yeltsin a cambio de una recepción de gala con honores de jefe de Estado.
Pero, una vez que el presidente de la Federación Rusa llegó a Berlín, el pasado jueves, él mismo se encargó de poner cada cosa en su lugar. "Éste es un problema que depende de las prerrogativas de Gorbachov, pero los expertos del Ministerio de Justicia ruso me han preparado un informe en el que aseguran que su estancia en Rusia es ilegal", explicó Yeltsin. "Gorbachov considera que tiene una responsabilidad moral con Honecker, y espera, para acceder a su entrega, que Helmut Kohl le dé garantías de que no será sometido a juicio ni encarcelado", había advertido Fiódorov.
Pero éste no parece ser el caso. Al igual que sucediera con el superespía Markus Wolf, Bonn no está dispuesto a hacer concesiones y desea ver a Honecker tras la rejas de una prisión alemana. Como dijo el ministro de Justicia alemán, Klaus Kinkel, rebatiendo a quienes consideran que la salud del viejo Honecker no aguantaría estos avatares, "solo necesita tener los nervios suficientes para pasar por una situación en la que él mismo puso a cientos de miles de alemanes, en condiciones judiciales y de prisión mucho peores".
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