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Los jefes gitanos ponen a prueba su autoridad con el intento de erradicar el narcotráfico

Los patriarcas gitanos de Madrid tendrán mañana un indicador de su autoridad sobre los miembros de su etnia. En 24 horas expira el plazo dado por estos hombres de respeto para que los gitanos dedicados a la venta de drogas abandonen su actividad. Ellos repiten una y otra vez que van a intentar convencer a los suyos, pero reconocen que es una tarea difícil que quizá no culminen con éxito. Ayer, la venta de papelas de heroína continuaba en los poblados chabolistas de La Celsa, El Rancho del Cordobés y Pies Negros. Pero algunos vecinos de estos mismos núcleos intentaban ahuyentar de la zona a los drogadictos.

El Tío Casiano, y otros diecinueve patriarcas gitanos de los poblados de La Celsa, la Jungla, Entrevías, Los Focos, Ribera de San Fermín, Altamira y el Cañaveral siguen firmes en su intención de desterrar de Madrid a todo aquel gitano que el viernes siga vendiendo droga. El ultimatum fue dado el lunes. Desde entonces, los viejos han visitado la mayor parte de los núcleos chabolistas gitanos para convencer a sus habitantes de que abandonen el narcotráfico.La Celsa, Pies Negros, La Jungla, la Ribera de San Fermín, Los Focos, el Cañaveral y el Cerro de las Liebres han recibido a la comitiva de ancianos. Con respeto, pero no siempre acatando sus consejos. El Tío José, del Cañaveral, recuerda que en Pies Negros un grupo de mujeres les increpó diciendo que si dejaban. la droga no tenían dinero para el caballo de sus hijos toxicómanos. "En la Celsa, el mismo día, salió un joven en coche gritando que él no iba a dejar de vender droga", admite este hombre vestido de riguroso luto. A pesar de que se les reconoce como personas de respeto, los viejos no están seguros de que su autoridad baste para cortar de raíz un problema ya enquistado.

Una reivindicación que se repite, como una salmodia, cada vez que los gitanos abordan el problema de la droga entre su pueblo es el de la prohibición de la venta ambulante. "Si vamos a Mercamadrid a comprar fruta y no nos dejan entrar, si al final conseguimos el género y nos lo requisan cuando intentamos venderlo en la calle, entonces nos están forzando a hacer lo que no debemos", argumenta otro vecino del Cañaveral.

Gitanos enganchados

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Tío Casiano, de Entrevías, califica de "minoría" a los gitanos que trafican con droga". "Y además ocupan siempre el eslabón más bajo de la cadena", añade otro de los patriarcas. Fernando Suarez, de la Ribera de San Fermín, cree que "todo el gitanismo de Madrid debe reaccionar". "Los que venden droga tienen que darse cuenta del daño que están haciendo a todo su pueblo", indica.

Isidoro, de la Celsa, recuerda que "numerosos gitanos jóvenes están enganchados". Los patriarcas del Cañaveral cuentan que su poblado, junto con el de Altamira, "es el que menos problemas de droga tiene". "Pero nos costó lo nuestro convencer a los que se dedicaban al negocio", explican. El Tío José reconoce que "fue posible atajar la situación porque al ser un barrio pequeño todavía conservamos nuestra autoridad".

El viernes es el día clave. Hasta entonces los patriarcas dejarán que los camellos acaben de soltar su mercancía. Después intentarán aplicar la justicia gitana. Algunos de los pobladores de los núcleos chabolistas visitados por los viejos ya han comenzado a secundar sus consejos. Ayer, algunos habitantes de Pies Negros (Entrevías), expulsaban a los toxicómanos que se acercaban por el lugar. Pero otros, a espaldas de los primeros, suministraban a los yonkis la deseada mercancía.

En La Celsa persistía el mercadeo de estupefacientes. Untoxicómano indicaba la chabola en la que acababa de comprar "un caballo de primera". Otros merodeaban por los montones de escombros que rodean la barriada hasta hacer efectiva la compra. En el Rancho del Cordobés, donde quedan ya muy pocas infraviviendas, la situación era similar. Un grupo de toxicómanos se inyectaba detrás de las chabolas observados por un comprados recién llegado. "Si se chutan es que hay burro", comentaba aliviado.

Los patriarcas saben que algunos están haciendo oídos sordos a sus palabras. También saben que su autoridad ha menguado desde hace tiempo. Pero confían en mantener parte de su influencia. "No es fácil que nosotros acabemos con algo que ni la policía, ni las muertes por sobredosis han conseguido atajar", reflexiona uno de los patriarcas.

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