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Tribuna
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Las setas

Una vez al año nos encontramos unos cuantos amigos en el Florián para cumplir el sabroso rito de las setas que Javier ha ido a buscar al monte y que Rosa cocina tan bien. La amistad de los comensales siempre se renueva en la lenta lectura de los bosques, cuando el plato se llena de esos extraños regalos de la tierra y del azar. Las mesas de los micófagos apasionados se acostumbran a revestir de una neblina de silencio, como si las palabras fueran un grito en la biblioteca del más volátil de los conocimientos. Los amigos de las setas de Florián podemos pasar muchos meses sin vernos, pero nos tranquiliza sabemos, que es la mejor manera de ir por la vida acompañados. El otoño nos reúne y a los postres aportamos lo mejor de cada uno hasta el año que viene a la misma hora, como si nuestra amistad fuera una consecuencia de la naturaleza y nunca del cálculo.A la palabra amigo se la suele poner siempre en lugares equivocados. A veces el amigo es como un busto en su peana de historia, invariable y firme como un archivero de nuestros sentimientos al que le hemos puesto un cordón de museo para que nadie excepto nosotros se le acerque demasiado. Otras veces, la amistad se diluye en cuatro palmadas a la espalda y unos cuantos abrazos olvidables en cuanto el negocio ha concluido. A ciertas edades los amigos se han introducido bajo nuestra piel y sabemos que moriremos con ellos pase lo que pase. Hemos creado territorios idóneos para nuestro afecto y no queremos ir más allá, ni recibir confidencias excesivas, ni conocer demasiado a sus parejas. Y cuando el viejo amigo cambia de amistades siempre creemos que lo hace a favor de sí mismo y no contra los otros. Y da alegría verle por fin en la casa de sus sueños. Y mucha pena ese portazo de otoño con el que el patriarca ha intentado clausurar su antiguo chiringuito como el gigante converso que pisotea la seta de los gnomos.

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