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La segunda vida de Alessandro Nannini

El piloto italiano, al que reimplantaron el brazo que le arrebató un aspa de helicóptero, anuncia su vuelta a las carreras

"Estaba tan nervioso, tan emocionado, que me desperté a las cinco y media de la mañana. Era como si fuese a correr mi primera carrera". Alessandro Nannini, el hombre que estaba llamado a pilotar de un momento a otro un Ferrari, la gran esperanza de los ferraristas para poseer un campeón Italiano en Maranello, volvió a conducir, el pasado martes, un coche de carreras, justo un año después de sufrir aquel incomprensible accidente en el que un aspa de su helicóptero le segó el brazo derecho cuando él perdió el equilibrio nada más aterrizar en la finca de su padre.

Los propios campesinos que estaban trabajando las tierras e, incluso, su propio padre, Danilo Nannini, socorrieron a los accidentados -Alessandro, dos amigos suyos y el piloto profesloribal del aparato- y protegieron de inmediato el brazo del piloto de Benetton Ford, que a las dos horas se encontraba en uno de los quirófanos del hospital de traumatología de Florencia donde el equipo de microcirugía, encabezado por el profesor Carlo Bufalini, realizó uno de sus mejores trabajos durante casi diez horas, consiguiendo soldar el brazo de la estrella italiana."No corro más, lo sé; estaré siempre de vacaciónes", contó Guido Nannini, su hermano, que dijo Alessandro nada más despertarse tras la operación. Aquella fue la primera reacción. Nannini se fue animando a medida que pasaban los días y se recuperaba del tremendo chock que supuso el accidente -el helicóptero, un AS-350 de la firma Ecureull, con sólo 20 horas de vuelo y que le había costado 85 millones de pesetas, volcó cuando uno de sus patines se hundió en la tierra- y la delicada intervención quirúrgica.

Silencio absoluto

Durante los último meses, Nannini se ha restablecido en silencio y sólo ahora, cuando ya tenía preparada un nueva cita en secreto con la velocidad, ha empezado a aparecer por los circuitos. El pasado domingo estuvo en Montmeló y no le dijo a nadie, ni siquiera a sus mejores amigos, que 48 horas después iba a pilotar un coche de carreras en Mugello, el circuito de Ferrari. "No se lo dije a nadie", confiesa ahora el italiano, "porque incluso yo temía que saliera mal".Nannini se puso el martes el mismo casco que utilizó en su último gran premio de Fórmula-I, curiosamente el disputado en Jerez el pasado año y en el que ocupó el último escalón del podio tras Alain Prost y Nigel Mansell. Se trataba de su gran premio número 77 desde que empezó en Minardi en 1986 y de su noveno podio, destacando la victoria conseguida en aquel polémico Gran Premio de Japón de 1989.

El hombre de Ford, empresa con la que Nannini mantiene un suculento contrato, pilotó en Mugello el Sierra Cosworth 4x4 de Prisca Taruffi, hija del mítico piloto italiano de F-1 (Alfá Romeo, Ferrari, Mercedes y Maserati) de los años cincuenta. Nannini dio 60 vueltas a Mugello y rebajó el récord del circuito de los Grupo N, que estaba en 2 minutos12.6 segundos, dejándolo en 2m 12. 1 s. "La verdades que no era mi intención conseguir récord alguno", reconoció el piloto.

"Todo fue perfecto. Cuando puse la mano derecha sobre el cambio de marchas no noté nada especial", señala el piloto, "pues todavía no tengo suficiente sensibilidad en ella como para sentir algo. Pero, eso sí, a lo largo de las 60 vueltas fallé unicamente dos o tres marchas, no más".

Nannini, de 32 años, reconoció que el próximo año participará en el campeonato italiano de Superturismos. "¿la F-1?, está aún muy lejos, muy difícil, casi imposible. De todos modos, vayamos paso a paso".

Nannini, cuyo coche de calle era hasta ayer un Ford Scorpio automático, acaba de estrenar un Scorpio con cambio convencional "pues debo de acostumbrarme de nuevo a cambiar las marchas, ahora que ya puedo hacerlo". El equipo del profesor Bufalini sigue examinando periodicamente la evolución del brazo derecho del campeón, que siempre esconde en su bolsillo derecho un trozo de esponja, que no cesa de apretar y apretar en un ejercicio constante de recuperación. "No me quiero hacer ilusiones, pero he vuelto a correr, y mucho. No lo he hecho mal".

Nannini confiesa finalmente que cada vez que ve el Benetton Ford del alemán MIchael Schumacher, el joven valor que ha terminado haciéndose con el volante que un día fue suyo, "me pongo muy nervioso, casi se me saltan las lágrimas". Esa última sensación la tuvo el pasado domingo en Montmeló (Barcelona), mientras silenciaba su ensayo del martes en Mugello.

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