Allen y Farrow
Respecto a la película Alice, penúltima de Woody Allen, cuya crítica apareció en EL PAÍS del 6 de agosto, firmada por M. Torreiro, quisiera añadir algo, y sobre todo, a título de cinéfila empedernida, recalcar su calidad.Ahora que tan de moda está la cotidianidad, el día a día que esta sociedad finisecular deglute vorazmente sin respirar -siquiera por el exceso-, y lo mismo traga muertes, derrumbamientos de utopías, renaceres de canciones patrias, gastronomía erótica de todo tipo, soledades aterradoras de viejas/os y de niños/as drogados, bien está que el talento de Woody Allen se remanse con maestría en un análisis más lento y trabado de la domesticidad de una mujer cuarentona en esta sociedad nuestra que lidera el veraneante presidente Bush.
El estilete mágico de Allen es la ironía manejada con el conocimiento de saber cuán exigente y misteriosa es esta cualidad de la mente. Por cierto, ayuda mucho al toque woodyallanesco la excelente subtitulación castellana de filme, debida a Alicia Losada.
El autor, más liberado ya de sus fantasmas interiores que nos hicieron pasear por el mundo kosher neoyorquino, vuelve su mirada -generosa esta vez- al de su compañera. La Farrow, que está colosal, nos lleva de la mano por las tramas de un alma construida por el catolicismo. Supongo que a Allen la culpa católica -"¡tú te confiesas y ya
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está!"- le habrá producido más de dos perplejidades atónitas, él que todavía no se ve limpio de su sentimiento de culpabilidad a pesar de las 20 películas realizadas.La película discurre por un ambiente familiar, como dice EL PAÍS, pero el meollo de la película radica -para mí- en el análisis de la infidelidad conyugal, por un lado, y en el escamoteo sufrido por Alice, de una vida profesional, por otro lado.
Alice-Mia Farrow soporta el pecado de la infidelidad gracias a una búsqueda de tal índole que le va a permitir hacerse invisille, primero sola y luego con su amante. Le va a permitir mentir, declararse con descaro y gracia infinita a un magnífico Joe Mantegna, inerme a tal asalto; volar y bailar con el fantasma de un novio muerto en una escena de amor digna del mejor cine de Allen. Como contraste al mundo poético de Alice, el del marido millonario excitado sólo cuando su chica de turno lleva el liguero que él le regaló. William Hurt borda el papel en esa escena y en la muy cruel secuencia cuando recomienda, a la buscadora Alice, que trabaje en una boutique de suéteres, que es de lo que ella entiende.
Terreiro se pregunta si no hubiera sido mejor dejar a Alice en su empobrecido pero comodísimo mundo millonario. Woody Allen, sin, embargo, dice muy claro a través de su homónimo, el doctor Yang: "Alice reencuentra a su hermana y a su madre, conoce el dolor del amor romántico, descubre la falsedad de sus amigas. En suma, puede, ya más enriquecida y fuerte, tomar una decisión a su medida, esto es, abandonar Park Avenue; enrolarse con un grupo más solidario de downtown y sumergir a sus hijos en un mundo, al menos, más bifronte". Magnífica película ésta del tándem Allen-Farrow.-
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