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Un comunista, un patriota, un soldado

William Crowe, ex jefe del Estado Mayor de EE UU, despide a su colega soviético suicidado

El mariscal de la Unión Soviética Serguéi Fiodorovich Ajroméiev era mi amigo. Su suicidio, hace dos semanas, es una tragedia que refleja las convulsiones que sacuden a la Unión Soviética. Era un comunista, un patriota y un soldado, y se me ocurre que él mismo habría enumerado sus características en ese orden. Desde 1940, cuando se enroló en el ejército, dedicó su vida entera al servicio de su patria y del partido. La II Guerra Mundial dejó en él una marca indeleble.Con todo su fervor patriótico y devoción al partido, Ajroméiev era un hombre moderno que comprendía que muchas cosas estaban mal en su país y que había que cambiar mucho para que la Unión Soviética continuara siendo una gran potencia. Detestaba las armas nucleares, y genuinamente quería lograr un acuerdo que redujera los arsenales nucleares de largo alcance. Ajroméiev se esforzó en conducir a una Unión Soviética recalcitrante hacia la mesa de negociaciones y en disminuir las tensiones entre nuestras fuerzas.

En diciembre de 1987, el mariscal visitó Washington por primera vez. Acompañaba a Gorbachov para la firma del tratado que eliminó los misiles de alcance intermedio. Lo invité al Pentágono. Estaba solo cuando vino a desayunar dos días más tarde. Allí estaba el líder militar soviético marchando en campo enemigo, sin guardaespaldas ni el enjambre de asistentes. En esa reunión me dijo que las dos cosas de las que se sentía más orgulloso en su vida eran su participación en la "Gran Guerra Patriótica" y el haber estado presente en la firma de este tratado.

Me dijo en 1989 que no había podido advertir cuán profunda era la insatisfacción en su propio país. Quería mejoras, pero no podía acomodarse a la idea de un rechazo total del pasado: la unificación de Alemania, el ignominioso final del Pacto de Varsovia, la presión para reducir gastos y tropas.Cuando nos vimos en Moscú el año pasado, ambos nos habíamos retirado de nuestros puestos. "Vosotros no habéis destruido el partido comunista", me dijo, "lo hicimos nosotros. Y cuando estábamos haciéndolo, mi corazón se rompía mil veces cada día". "Es muy deprimente que te digan que todo por lo que has estado trabajando durante 50 años está mal".

Cuando el peso de esas decepciones resultó demasiado para él, llegó a la conclusión de que no podía vivir con ellas. Era un hombre de honor, integridad e inteligencia. Era un devoto de los ideales del marxismo-leninismo, y le enorgullecía el hecho de que sus bienes apenas excedían de la ropa que llevaba puesta.

Algunos han insinuado que el mariscal Ajroméiev estuvo involucrado en el intento de golpe. Nunca lo sabré, pero mi instinto me dice que no.

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