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El ejemplificante miedo de un entrenador

J. Ernesto Ayala-Dip

La primera vez que supe de la existencia de Luis Aragonés fue en una final de Copa de Europa allá por los primeros años de la década de los setenta. Se enfrentaban entonces el soberbio Bayern de Múnich contra el Atlético de Madrid. Cuando el resuello de los colchoneros parecía poner a punto el enésimo triunfo de los alemanes, una falta lanzada por Luis entró "por toda la escuadra", como dicen los cronistas, con toda esa infalibilidad que depositan los especialistas en ignorar las barreras humanas. Desgraciadamente, un sublime despiste del portero Reina hizo que los alemanes inventaran un nuevo canon golístico: chutar de medio campo y a ver qué pasa. Pasó que Reina bautizó el invento. Poco tiempo después, Luis Aragonés se retiraba del fútbol activo, pero reaparecía en su club de siempre como entrenador. Los especialistas en fútbol llevarán con más exactitud que yo el escrutinio de sus triunfos y derrotas en su nueva función. A mí particularmente esa cuestión me tiene sin cuidado. Creo sinceramente que Luis Aragonés es uno de los personajes más interesantes que ha dado el deporte español en muchos años, y ello me lo parece no tanto en funcion de sus méritos deportivos -que los tiene-, sino en función de esas demostraciones esporádicas dedemoledora fragilidad humana con que nos suele apabullar. Que alguien como Luis Aragonés -que no es poco en el fútbol de este país- se empecine en cuestionar la cacareada virilidad de este deporte y asuma con absoluta responsabilidad humana y valentía sus escapadas depresivas, no puede por menos que hacernos sentir como si estuviéramos ante una criatura de ficción novelesca que ya quisieran para sus argumentos bastantes de nuestros novelistas.Las depresiones de Luis hoy ya son legendarias, no menos legendarias que aquel inútil, pero lapidario, gol suyo ante los alemanes. Pero cuando creíamos que éstas ya no trufarían su espíritu cortante y tristón, hete aquí que vuelven a aparecer. Ahora lo hacen con algunas explicaciones del propio Luis, que, al margen de su fundamento clínico, agregan a su personalidad un rasgo metafórico de indudable validez. En las páginas deportivas de este mismo diario -el viernes 19 de agosto-, el actual entrenador del Atlético de Gil -que está por verse si se lo merece- respondía de esta manera cuando su interlocutor le preguntaba acerca de sus reiteradas depresiones: "Yo intuyo lo que me pasa, pero es difícil de explicar. Es parecida a las demás [se refiere a lo que él llama fobia]. Consiste en tener temor a ciertas cosas. Te aparece sin ton ni son, en función del momento en que te encuentres". Es verdaderamente una lástima que Luis crea que está enfermo sólo porque de tanto en tanto un ramalazo de inexplicable temor se apodera de él y le obliga a esconderse del mundo. No tengo más autoridad científica que la que me puede otorgar el María Moliner o la explicación de algún amiguete psiquiatra para opinar sobre las fobias. Pero mucho me temo que Luis sea un privilegiado. Salvo él, no he conocido a nadie que me espetara a bocajarro que tiene miedo. Ese "temor a ciertas cosas" es algo más que una confesión de contenido psicológico, es un síntoma de que quien la sufre está más cerca que muchos de la verdadera naturaleza del mundo en que estamos metidos. ¿Pero qué querrá significar ese "temor a ciertas cosas"? Voy a intentar responder a ello con un ejemplo prosaico, pero que puede resultar ilustrativo. Supongamos que vamos a un restaurante. Que terminado el ágape nos disponemos a pagar con nuestra tarjeta de crédito. Sabemos que todo está en orden. Que no existe el más mínimo riesgo de que el atento camarero nos la devuelva argumentando su invalidez. Estamos tan seguros, que no se nos pasa por la cabeza que ello suceda. De pronto un extraño temor se apodera de nosotros. Comenzamos a inquietarnos y a sudar. Sin que sepamos por qué, atisbamos la injustificada posibilidad de hacer el ridículo. Nos ha invadido un extraño miedo. En medio de tanta autoseguridad deberíamos de vez en cuando obsequiarnos con un instante de fragilidad y de irracional corazonada de pérdida. ¿Por qué no habríamos de experimentar, aunque no sea más que un minuto, la angustiosa sensación de que algún día la mujer que amamos desaparecerá de nuestra vida? ¿No convendría pensar que algún desesperado podría. asesinarnos delante de nuestros hijos por 10.000 pesetas? Pero el entrenador de fútbol Luis Aragonés ha ido mucho más lejos. Padece de miedos insondables, imprecisos. Como si con ellos hubiera entendido la provisionalidad de nuestra existencia, sus fuegos fatuos. Con esas sensaciones e intuiciones se han escrito libros capitales. A Luis le sirve para convertirse en el rostro más melancólico de nuestro fútbol y para meditar sobre esa temible poesía de los miedos particulares, algo que extrañamos, por ejemplo -y perdóneseme la de formación profesional-, en nuestra novelística más actual. Desde Orwell hasta Peter Handke, ese "miedo a ciertas cosas" ha impregnado algunas de sus mejores obras. Hay escritores americanos de la última década que han procedido con igual convicción. Luis inventó un día un gol que es patrimonio de los amarites del fútbol. Pero su bello "ternor a ciertas cosas" nos debería pertenecer a todos.

J. Ernesto Ayala-Dip es escritor.

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