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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Circunvalaciones

EL AUTOMOVILISTA siempre tendrá derecho a usar su coche si no se le ofrece una alternativa solvente. Ahora que algunas autoridades han descubierto la panacea de castigar al cochero y hablan de restringir forzosamente la circulación urbana -dificultando el aparcamiento, encareciéndolo; Enlitando el acceso de los coches a las ciudades, etcétera,-, deben tener muy claro que sólo estarán legítimados a hacerlo si hay un servicio de transporte público eficaz que justifique la restricción a ese derecho a usar el coche. Es más, no únicamente que lo justiFique sino que, incluso, lo haga apetecible por la puntualidad y comodidad del servicio. Algo inédito hoy en las ciudades españolas.Esta semana, la alcaldía de Madrid ha reabierto el estudio para construir una, serie de autovías subterráneas. Se trata de una propuesta de la que cuelgan muchas incógnitas. La principal, su financiación. Y otra no menos importante, sus resultados. Si, como se dice, se trata de facilitar la salida de los atascos y no (le ingresar en ellos, en algún otro punto de Madrid habrá que solucionar el problema de quienes, habien(lo salido, tienen que regresar. Porque la movilidad en las grandes ciudades no es un capricho de dominguero. Aunque haya personas que fiJan su residencia en las afueras, con jardín y piscina, buscando una imposible huida de la ciudad, a la queretornan cada día, lo cierto es que muchos vecinos son escupidos de la capital por el precio de la vivienda o por la ubicación de su puesto de trabajo. Si a la involunrariedad de estos trasiegos cotidianos se añaden fatigas sin cuento por cull?a del tráfico, es compirensible su enfado.

También esta misraa semana, con motivo de la apertura del ansiado tiánel de Vallvidrera -que, superando la muralla montañosa que rodea Barcelona, conecta esta ciudad con la cornarca del Vallés-, el alcalde de la ciudad ha comentado la conveniencia, más o menos lejana, de imponer un peaje para entrar en las grandes urbes. Se trataría, de hacer pagar al usuario por un servicio -el pavimentado de las calles, los semáforos- y por- unas molestias -el ruido, la contaminación- Una hipótesis que sólo es tolerable en el caso de que no resultara lan peaje forzoso, ya que sin aparcamientos y trenes de cercanías, o sin autobuses y metros públicos, el cHidadano es obligado a entrar en la ciudad con su coche.

La inversión pública en infraestructura o la penalización al automovilista nunca permitirán abandoriar otra política: la de un transporte urbano económico, puntual y capilar. Y esta política está muy clara, debe hacerse y jamás quectará camuflada por abundantes circunvalaciones teóricas que se den en busca de remedios mágicos al problema del tráfico.

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No se trata de abandonar la apertura de vías nuevas y más capaces. Se trata de no caer en el error de pensar que sólo aumentando el kilometraje de calles y carreteras se llegará a la solución última. Este aumento está bloqueado en las viejas ciudades por su propia historia: crecieron cuando era impensable este problema. Pero las modernas macrociudades americanas han demostrado ya que a más autovías más demanda. Al final, la misma saturación.

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