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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

En el estanque dorado

22.10 / La 2On golden pound, 1981 (103 minutos). Director: Mark Rydell. Intérpretes: Henry Fonda, Katharine Hepburn, Jane Fonda, Doug McKeon. Drama.

Nuevo tránsito televisivo de esta película melodramática sumamente convencional y tramposa, pero decididamente adorable por sus intérpretes. Pónganse, pues, los receptores enfocados a La Meca y lancen oraciones a Heriry Fonda y Katharine Hepburn (la película es, básicamente, ellos dos), dos monstruos sagrados que en el cénit de la veteranía, ahí donde ya todo es mito elevado al cubo y está más allá del bien y del mal, coinciden por primera vez (y última, desgraciadamente) en sus carreras. Claro, que una cosa es ver a Fonda tocando el fondo de su arte en Pasión de los fuertes o en Falso testigo, o a la gran Kate demostrando su carácter en La costilla de Adán, y otra muy distinta verlos intentando dar con la vida de dos viejos enamorados con problemas. Mark Rydell no es ni John Ford ni Alfred Hitchcock ni George Cukor, no tiene puñetera idea de captar, de aprehender la humanidad que se esconde, que siempre se ha escondido detrás de esos dos actorazos y, por tanto, todo el potencial emotivo de los personajes viene dado directamente por la capacidad de los propios actores de ser, antes que nada, autores del filme. Encarnados por otros rostros, estos personajes, la película, dirigida sin brío, sería tan olvidable como una gota de lluvia sobre el Everest, pero con Kate y Henry al frente del reparto, En el estanque dorado adquiere nobleza de mitomanía, mucho más al tratarse del último filme de Henry, justamente recompensado con el oscar (su primer oscar, mientras Katharine recogía su cuarto, récord absoluto en el capítulo de

actriz principal). Los paseos en barca por el estanque aparecen sospechosamente sentimentaloides, y asi son, pero el magnetismo que actor y actriz le dan a la situación, elevan la película a cotas inigualables de mitomanía. El patetismo de dos viejas estrellas intentando recordar al personal quiénes fueron permanece, y la obra, involuntariamente, adquiere personalidad histórica.

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