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'Míster' Major, a los pies del Almanzor

Si al tío Jacinto, antiguo guarda del Monte el Rincón, término municipal de Candeleda, provincia de Ávila, le hubiera contado yo que un primer ministro del Reino Unido iba a pasar sus vacaciones en la vecina finca de Los Tomillares, que es como en realidad se llama el refugio veraniego de John Major, su respuesta hubiera sido contundente: Santa Coloma parió por un deo, y no me, lo creo.Lógico. De una parte, los mandatarios de la época siempre veraneaban "a la grande D'Aumont", como- decían entonces las señoras bien. El propio general Franco, mitad monje y mitad soldado, ejemplo de humildad y campechanía donde las haya, elegía el Pazo de Meirás, y aunque el No-Do se obstinaba en presentar sus vacaciones como las de un español más, hasta el más lelo de mi clase advertía que el cachalote que afanaba en el Azor nada tenía que ver con los panchitos o las truchas.que picaban en el anzuelo de la clase media. Por otra parte, y aun a pesar de que el llamado -valle del Tiétar parece ser un rico ecosistema, la especie del primus minister britanicus no figuraba en el catálogo. Hay aves en peligro de extinción, como la cigüeña negra o el águila imperial, mamíferos tan delicados como la nutria o el lince ibérico, pajar¡llos de colores como la oropéndola, el herrerillo, el abejaruco, la ondulante abubilla o el delicioso martín pescador. Pero ni rastro de gentes como Major. El tío Jacinto, todo un perfil para Delibes, tenía mucha razón.

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En realidad esta bella región no ha merecido demasiada atención por parte de los ilustres, ya sean brítánicos o españoles. Ni George Borrow apareció por estos pagos vendiendo biblias ni Richard Ford recolectó aquí ninguno de sus jugosos gatherings. Somerset Maughan sí dejó constancia de su paso por el parador de Oropesa, en un escrito qué nuestras autoridades turísticas han enmarcado como un eslogan de lujo. Pero Oropesa está a 20 kilómetros al sur del valle del Tiétar. Sólo Pío Baroja en La dama errante cuenta un viaje a pie y en mula que sigue escrupulosamente el trazado de la carretera Alcorcón-Plasencia, y que, por tanto, pasa por Candeleda. Poca literatura para un paisaje que, tal vez por haberlo admirado desde niño, amo más que ningún otro.

Las razones de John Major

En estas circunstancias se entiende que el pueblo celebre la llegada de John Major. Y que la prensa, sedienta en un es tío también seco de noticias, se alborote alrededor del curioso enclave por él elegido. Lamentablemente, la mayoría de los plumistas frívolos se quedan en la anécdota. Candeleda no es Marbella, dicen, y en la casa de Los Tomillares no hay ni tenis ni golf, ni polo. La grifería de los cuartos de baño no son delfines bañados en oro. El perro de la casa, lejos de lucir como un elegante afgano o un setter, parece un chucho escapado de una película de Buñuel. El líder conser vador no se ve con Gunilla o Kashogui, sino con Marcelina y Felíciano, que son los guardeses y no pertenecen precisamente a la jet set. Y para colmo, llamándose el dueño de la casa Mariano Garrigues, no ha resultado ser un Garrigues Walker, que algún relumbrón hubiera dado a la noticia, sino un arquitecto octogenario que tuvo la peregrina idea de desafiar al majestuoso Almanzor eligiendo a sus pies un cerro de jaras y encinas para levantar una casa, clavar en ella su telescopio y ver las estrellas.¿Qué diablos pinta allí John Major? La verdadera razón es tan vulgar que apenas resultará creíble. La Candeleda conection con el 10 de Downing Street se llama Tristán Garel-Jones, un galés con aspecto de árbitro de boxeo que vivió 20 años en España, se casó con la hija mayor del arquitecto astrónomo y un día sorprendió a su familia y amigos largándose a la pérfida Albión para, según él, hacer carrera política. Aunque personalmente estoy seguro de que conocía mucho mejor la letra de las canciones de Antonio Molina y Juanito Valderrama que el texto de la Carta Magna, el tal Garel-Jones consiguió escaño en el Partido Conservador, y posteriormenfle fue escalando posiciones hasta situarse como ministro de Estado de Asuntos Exteriores y mozo de estoques del actual premier, con quien le une una sólida amistad. Garel-Jones es, para entendernos, un Chencho Arias pasado por el Foreing Office, estó es, un tipo que ha sabido trabajar para la cosa pública sin perder el gusto por lo popular y el sentido del humor. Cuando John Major se hizo con la cartera de Asuntos Exteriores, el nuevo ministro era conservador de siempre, pero tenía tan poco que conservar que, fuera de su residencia oficial, no podía permitirse el lujo de pagarse un veraneo en un sitio tranquilo y soleado.

En España estas cosas ahora las entendemos perfectamente, porque si Major es hijo de un trapecista, nuestro presidente de Gobiernolo es de un vaquero, lo que tampoco da para comprarse una casa en la playa o en la montaña. Todos hemos comentado alguna vez, emocionados, la pasión de Felipe González por su hernaria, que no sólo le invita a su chalet, sino qué además le prepara unas croquetas que le saben a beso de Willy Brandt. Lo que ya se entiende menos es que estas estrecheces, tan propias del pedigree de un socialista, pasen también en la familia de un líder conservador. Pero las cosas: a John Major, el premier más popular en el Reino Unido desde Churchill a esta parte, su herma nita del alma no sólo no le ahorra el al quiler, sino que tan siquiera le invita a croquetas. Porca miseria.

En estas circunstancias, con la grandiosa sierra de Gredos al fondo de su mirada, una pisclina y una herrumbrosa canasta de baloncesto para no perder la fórina y la magia de las noches estrelladas. en el valle del Tiétar, al modesto John Major no le faltaba más que las croquetas, las migas, las patatas revolconas y el gazpacho que amorosamente le prepara Marcelina para volver por tercer año. Esa es la razón por la que el no menos modesto pueblo de Candeleda recibe con orgullo a ese ejemplar tan raro y escaso en estas latitudes como el de primer ministro de su Graciosa Majestad.

Mi viejo amigo el tío Jacinto puede que no se lo crea. También vio por la tele cómo Amstrong ponía el pie en la Luna, y él sin embargo no lo tenía claro. Pero yo soy menos escéptico, y hasta me alivia saber que el gobernante de la tercera potencia del mundo duerme arrullado por los mismos grillos y alacranes eebolleros que he escuchado tantas noches de verano. En los pueblos de las películas de Berlanga ocurrían milagros así. Y son saludables, porque recuerdan que los políticos, socialistas o conservadores, son ahora gente corriente como, Juan Español o John Major, veraneante en Candeleda. Afortunadamente, el famoso becerro de oro resulta menos deslumbrante a veces que el sol del amanecer dorando el pico Almanzor.

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