Injerencia europea
SI HAY un caso en que está plenamente justificada la injerencia de la Comunidad Europea (CE) en los asuntos internos de un país es el de Yugoslavia. Los brotes de guerra entre serbios y croatas -que han ya causado una elevada cifra de muertos- amenazan la estabilidad de Europa. Hay que hacer todo lo posible, inventando incluso métodos nuevos de acción supranacional, para evitar el desastre. La primera gestión de la CE, a raíz de que Liubliana y Zagreb proclamasen su independencia, tuvo resultados positivos. Ya no se combate en Eslovenia. El croata Mesic, al que le correspondía encabezar la presidencia colectiva del país, ha podido ocupar ese cargo. Y la tregua de tres meses acordada con la troika comunitaria ha facilitado que se inicien conversaciones entre las diversas repúblicas sobre sus relaciones futuras.Una tregua, no obstante, muy relativa. Entre las dos repúblicas más numerosas, Serbia y Croacia, la situación se ha agravado de manera amenazante. En ambos lados parecen predominar actitudes demenciales. El 11% de la población de Croacia está formada por serbios, concentrados además en regiones fronterizas donde son mayoría. En estas zonas, grupos armados serbios y croatas se enfrentan entre sí y causan víctimas en la población civil. En muchas aldeas reina el pánico. La televisión de Zagreb alimenta el odio contra los serbios. En Belgrado, los ultranacionalistas airean planes de creación de la Gran Serbia, absorbiendo territorios de otras repúblicas
La solución, cualquiera que se adopte, sólo puede llegar por la vía del diálogo, superando la escasa racionalidad de quienes se dejan llevar por la pasión nacionalista, máxime en un país en el que las nacionalidades viven, frecuentemente, entremezcladas. De ahí la conveniencia de la presión internacional. Ante esta situación, los ministros de Exteriores de la CE han decidido ampliar su acción con un nuevo viaje de la troika a Yugoslavia, en esta misma semana, para ayudar al logro de un alto el fuego y un aumento de los observadores de la Comunidad hasta un máximo de 500. Su presencia es un factor de contención de las acciones militares. Cabe lamentar, en cambio, el rechazo de la idea de una fuerza de interposición, al estilo de los cascos azules de la ONU, basado en dificultades jurídicas. Una idea que puede resultar esencial en las fases futuras de un conflicto tan complejo.
Si la última reunión de Bruselas ha puesto de relieve una vez más que no hay plena coincidencia entre los Doce sobre el tema yugoslavo, el grado de acuerdo es suficiente para procurar dos objetivos decisivos: parar los combates y ayudar a las repúblicas a discutir sobre sus futuras relaciones. Macedonia y Bosnia-Herzegovina han preparado un proyecto de Unión de Repúblicas Soberanas, según el cual, el mercado, la moneda y los aranceles serían las únicas funciones comunes de la unión. En lo demás, incluso política exterior y defensa, tendrían competencias las repúblicas. La Federación, tal como ha existido hasta ahora, está muerta. A la CE no le compete decir qué solución es la mejor. Pero sí puede, y debe, ayudar a las repúblicas a establecer un nuevo tipo de relaciones.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.