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TOUR DE FRANCIA 1991

El hombre que ha roto los moldes

Miguel Induráin es un líder atípico en la historia del ciclismo español

Luis Gómez

La carrera deportiva de Miguel Induráin no conoce el descanso desde los 19 años. Es decir, desde hace ocho. Y tampoco desconoce la progresión. Induráin corría el riesgo de ser considerado un corredor físicamente incapaz para ganar el Tour. Una estatura de 1,88 metros y un peso próximo a los 78 kilos parecían una severa contraindicación para buscar un campeón en París. Pero Induráin ya viste el amarillo. E Induráin obligará a los españoles a un cambio de lectura ante la decisiva tercera semana. No estamos ante un escalador. Pero estamos ante Induráin.

Induráin ha roto el molde. Alto, fuerte, poderoso, silencioso, discreto, humilde. Induráin no respeta los cánones de sus antecesores como los respetaba Delgado. No es brillante ni explosivo. No es imprevisible. Es regular y paciente. Si acaso, pueden encontrársele, lejanamente, algunas similitudes con Luis Ocaña.Su científica progresión desde los 19 años a los 27 marcan un hecho inusual en este deporte, un trabajo lento, paciente y arriesgado. "Indurán siempre reserva alguna sorpresa", ha dicho a lo largo de los últimos años su descubridor, Eusebio Unzúe, actual segundo de Echávarri. "Incluso llega a sorprenderme a mí", matiza.

Es joven pero veterano porque lleva largo tiempo trabajando su cuerpo para habituado a los esfuerzos del Tour. Su cuerpo no recomendaba ese trabajo, pero decidió exigírselo. Necesitaba tiempo, mucha paciencia y una gran voluntad. Pocos hombres hay en el ciclismo español que amen tanto el Tour como José Miguel Echávarri. Y Echávarri necesitaba un sucesor para Delgado. Como no llegaba del cielo se dispuso a crearlo. Aunque tuviera el cuerpo de Induráin.

Una progresión constante, una adaptación metódica y un irreversible proceso de autoconvencimiento, han colocado a Induráin de amarillo. Ahora debe defender su plaza hasta París. Pero como quiera que Induráin es otro formato de corredor al que el aficionado medio español estaba acostumbrado, conviene leer lo que queda de Tour con otra perspectiva. Induráin, efectivamente, nos ha cambiado el molde.

Una victoria de etapa en una contrarreloj llana (1991), una victoria en alta montaña (Luz Ardidén, 1990), le señalan como un corredor completo, capaz de combatir en varios frentes. Su éxito ayer, en la jornada reina, acompañado de esfuerzos similares en otras ocasiones (Alpe d'Huez en 1990 y Pirineos en 1989) descuelgan toda teoría sobre su presunta debilidad en la montaña.

Quedan los Alpes (dos etapas, una de ellas de 250 kilómetros) y una contrarreloj de 57 kilómetros. Y aquí se produce el cambio de lectura. Dado que estamos ante Induráin y no ante el típico producto español, la contrarreloj ya no se contempla como una amenaza.

Por una vez, por tanto, el líder español no ha de atacar desesperadamente en la montaña. Por una vez, no vamos a tener la contrarreloj como un estigma que nos persigue eternamente. Por una vez, Induráin nos ha cambiado los hábitos. Toca defenderse en la montaña, aunque vivamos con el alma en vilo durante la tercera semana. Se ha roto el molde.

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