Muy cerca
Demasiadas veces queremos creer que el mundo es complicado y duro y que nosotros sólo somos los afortunados espectadores de la gran tragedia cósmica que cada noche nos llega a la salita. Nos habíamos acostumbrado a ver guerras disfrazadas, donde el pánico lleva turbante, y el dolor, velo en el rostro. A fuerza de formar en el mismo bando televisivo casi entendíamos la muerte en el desierto como una inexorable exigencia del paisaje. Nos hablaban de centenares de miles de cuerpos y de bombas, y las cifras enormes se diluían en la distancia de las civilizaciones distintas a la nuestra. Pero ahora, como todos los veranos, tenemos guerra sin censura yanqui ni iraquí. Y los ejércicios se matan a una hora de Venecia y a dos de Viena. Y vemos tanques circulando por autopistas genuinamente occidentales, y aviones picando sobre las terrazas de los cafés, y esas mujeres asustadas que corren hacía el refugio se parecen a nuestra abuela, y los soldados ensangrentados tienen cara de jugadores de baloncesto. Pasamos por esta guerra yugoslava de puntillas, como si no quisiéramos verla por miedo a vemos demasiado.Demasiadas veces también nos conviene creer en conjuras frías y en pactos secretos que nos eviten el esfuerzo de entender al poder y a sus pompas. Y sobrevaloramos el factor político frente al factor humano, tal vez porque es preferible temer al monstruo ajeno que al que llevamos dentro. Entonces descubrimos que la verdad o la mentira, la honestidad o la corrupción, no atienden tanto a las razones de Estado como a las pasiones ancestrales del hombre. Aquellos papeles de la esposa dolida entregados al partido contrario, la locuacidad justiciera del contable chileno, las contradicciones delatoras de las novias de la muerte, solapan los conflictos del mundo a nuestros propios conflictos cotidianos. Todo está más cerca, mucho más cerca, de lo que parece.
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