El pensamiento negativo
Hoy día, el modelo del lenguaje religioso es una sentencia negativa, esto es, la condena del estado presente del mundo. Dicha condena asume diferentes formas: en el mundo protestante se reviste de una vuelta a los temas apocalípticos conforme a la tradición de los dos primeros siglos de la reforma. Muchos grupos neoprotestantes se aglutinan en torno a la restauración de la lectura histórica de los textos apocalípticos al interpretar la realidad presente como la era anterior a lo último. Cuando el alcalde de Jerusalén visitaba el Parlamento Europeo, contaba que el ex presidente Carter, un fiel baptista, le había preguntado por qué Israel no volvía a edificar el templo de Salomón. Para Carter y para los baptistas, la reconstrucción del templo de Salomón, de Nehemías, de Herodes, constituía la condición previa y segura del advenimiento del Mesías: tratándose de cristianos, imagino que se referiría a la segunda venida de Cristo.En el mundo católico encontramos un hecho análogo unido a ciertas apariciones marianas, comenzando por la de la Salette, en el siglo pasado, convertida en algo esplendoroso por el imaginativo genio de León Bloy en Celle qui pleure. Tal vez haya también cierto matiz apocalíptico en el mensaje de Fátima. ¿Acaso no se ha hecho realidad el segundo secreto de Fátima, esto es, la "conversión de Rusia", una vez que dicha nación haya invadido muchos países? Finalmente, Leningrado se llamará de nuevo San Petersburgo. Y el deslumbramiento de Fátima y de la profecía se proyecta en la figura del Papa, que ha dedicado a esta Virgen la bala extraviada de Alí Agca. Si no hubiera una historia profética a espaldas del papa Wojtyla no se explicaría la decisión que le impulsa a moverse continuamente. El tercer secreto de Fátima ha tenido siempre cierto regusto a finis mundi, parece que en claves nucleares. Y el deslumbramiento apocalíptico aparece también en estas singulares apariciones por Medjugorie, en donde la aparición en cuestión habla como el párroco del pueblo o del mundo con un lenguaje cotidiano. Por lo que se refiere al escenario no precisamente regocijante de la crisis del Estado yugoslavo, Medjugorie fue durante los años de la guerra civil la sede del sangriento contlicto entre comunistas y los nacionalistas croatas.
Pero el malestar de los creyentes respecto al mundo en que vivimos no sólo se manifiesta en el terreno de las lecturas realistas del apocalipsis o en el campo de las apariciones. Todo lo que ha quedado de la teología conciliar se encuentra en la teología de la liberación latinoamericana. La teología estaba muy abierta al mundo, al ritmo de las ciencias y de las tecnologías. Se proponía encontrar formas de pensamiento común a los creyentes y a los no creyentes de la sociedad occidental partiendo de la conciliación entre pensamiento católico y pensamiento moderno.
Respecto a las teologías secularizadas de los años sesenta, la teología de la liberación pretende restablecer la autonomía de la religión popular respecto a la culta y dar a este fenómeno una lectura crítica de la sociedad tecnológica, combatiendo contra ella igual que contra el dominio estadounidense o europeo sobre el mundo latinoamericano. Se veía la secularización como un instrumento de la hegemonía cultural de los países desarrollados. Por dicha razón, el sentir polaco del papa Wojtyla ha querido para las teologías de la liberación un tratamiento más favorable del previsto por el secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, a pesar de las censuras de Ratzinger. El pensamiento negativo sobre Occidente unía tanto al papa polaco como a los teólogos latinoamericanos. La teología tradicional, plurisecular, ha desaparecido en la Iglesia. La época de santo Tomás de Aquino terminó con el concilio: desde entonces ya no existe una teología católica sistemática. Ningún otro pensamiento ha podido sustituir al tomismo como pensamiento oficial de la Iglesia.
Hoy día sólo aparecen teologías fragmentarias, contribuciones de teólogos que pueden llamarse católicos no por referirse a una síntesis del pensamiento, sino porque han recibido de la jerarquía romana la autorización para enseñar. Tras un renacimiento inicial del pensamiento católico, el siglo se cierra con un desierto del pensamiento en el mundo católico. Actualmente, el individuo religioso condena el siglo; pero, a decir verdad, no lo hace en nombre de Dios. Lo hace por motivos seculares. Los ecologistas están de acuerdo con mucha frecuencia con este punto de vista. Y la condena de la técnica, que es la cara última de la influencia de Heidegger, coincide en no pocos aspectos con este modo de pensar. Para el pensamiento religioso negativo, ni siquiera un dios nos puede salvar; sólo nos puede condenar dejando que la muerte que esto lleva consigo irrumpa en el mundo. Paradójicamente" la consecuencia del pensamiento negativo es que las iglesias se encuentran privadas de un discurso sobre lo eterno: sobre lo eterno de Dios y sobre el futuro del hombre por encima del tiempo. Y para el lenguaje que prevalece en las directrices romanas de la Iglesia, la condena de este mundo está escrita en ello. La tierra ya no es naturaleza o creación, es un mundo artificial que lleva la impronta de la voluntad de potencia: así ve el pensamiento religioso dominante en el catolicismo y más allá de sus confines la sociedad tecnológica y, por tanto, Occidente. Puede ser que actualmente estos discursos tengan un consenso real. Pero puede ser también que signifiquen una marginación del discurso religioso; una pérdida de ese rostro de la libertad y del amor (que constituye el encanto del Dios de Jesús) priva al discurso eclesiástico de fuerza espiritual en los deseos y en el amor de los cristianos. ¿Hacia dónde va, por tanto, la Iglesia conducida religiosamente por el pensamiento negativo?
Traducción: Daniel Sarasola.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.