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Tribuna
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Reloj de oro

Manuel Vicent

En el avión iba sentado a mi lado un tipo de mediana edad que llevaba la mano izquierda cortada. Me di cuenta de que era manco cuando llegó la azafata con la bandeja y, sonriendo, me pidió que le ayudara a trinchar el pollo. Mientras con mucho gusto le hacía ese pequeño trabajo, el hombre, ante una leve insinuación mía, comenzó a contar la cruel historia de aquella lesión. El había sido ejecutivo de una compañía inglesa de petróleo y durante algún tiempo vivió en Yedda, donde tenía un criado sudanés que le sirvió con fidelidad unos meses, hasta que un día desapareció su reloj de oro, regalo de un jeque, y con el reloj también se había esfumado el criado. Sobre éste cayeron en seguida las sospechas de hurto y el sudanés fue buscado y muy pronto capturado, y aunque al principio lo negaba, al final de una tortura no muy exhaustiva terminó confesando el delito. Con celeridad se le llevó a una plaza pública y allí, en medio de un corro de curiosos; le fijaron el brazo con unas correas a un tocho de madera para que el ejecutor de la sentencia pudiera descargar a merced un terrible golpe de hacha con el cual le cortó la mano por la muñeca. Después el ladrón aún fue cumplimentado con la ritual patada en el trasero. Este hecho llenó de espanto al ejecutivo, pero su confusión se acrecentó mucho más cuando, al cabo de una semana, apareció el reloj de oro en el suelo detrás de una consola. La culpa comenzó a roerle el sueño cada noche hasta que no pudo resistir. Como un caballero cristiano acudió a la autoridad islámica para tratar de restituir el honor de su antiguo criado, eximiéndole de su infamia, pero este acto de honradez tuvo una con secuencia trágica. El ejecutivo fue condenado al mismo castigo. Entre cuatro sayones lo arrastraron hacia una encrucijada de Yedda; allí le forzaron a extender el brazo sobre un podio y un esbirro sin misericordia, con un alfanje, le cortó la mano izquierda. De modo que ahora no podía partir el pollo. Y dicho esto, el ejecutivo, después de comer, se durmió plácidamente a mi lado.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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