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Los candidatos rusos

Buenos vientos trajeron a Ramazan Abdulatipov a París el mismo día en que la televisión soviética comenzaba la presentación, por turno, de los candidatos a las próximas elecciones presidenciales de Rusia. Son seis los que optan a este puesto hoy, 12 de junio, y cada uno ha debido elegir, como en Estados Unidos, su vicepresidente. Uno de los competidores, Vadim Bakatin, que pasó el primero por televisión, eligió a Ramazan Abdulatipov como compañero de lista. Les vimos juntos en la Embajada de la URSS en París, después de haber discutido durante una hora todos los aspectos de esta elección.Caucasiano, como su nombre indica, Ramazan Abdulatipov es un hombre guapo, esbelto, de 45 años, filósofo de formación y diputado por su Daguestán natal en el Parlamento ruso. Mejor dicho, es presidente de una de las cámaras -la de las Nacionalidades- del Sóviet Supremo de Rusia, presidido por Borís Yeltsin. Yo imagino que Abdulatipov fue elegido para un puesto tan alto -el número tres del Estado- con el consentimiento de Yeltsin. Pero más tarde sus caminos se separaron, y en el mes de marzo se enfrentaron muy duramente. Los ecos de esta discusión, sin embargo, se disiparon pronto, y sus relaciones personales no se deterioraron demasiado. "Antes de aceptar el ofrecimiento de Bakatin para presentarme con él tuve una larga entrevista con Borís Nicoláievich y todo fue muy bien", me informa, como para indicarme que hoy, fecha de las elecciones, se batirán lealmente, como caballeros.

Pero no es esto lo que parece más inquietante. Entre las cuatro parejas en cabeza de competición se encuentran siete miembros del PCUS y cuatro militares de alto rango. Esto hace pensar que el partido está en plena ascensión, mientras que atraviesa, según su propia confesión, una crisis particularmente grave. ¿Cómo interpretar esta contradicción?

Abdulatipov sonríe detrás de su bigotito: "Ustedes le dan una gran importancia a signos puramente formales. El partido se ha diluido, ya no funciona como antes y no impone nada. Si me telefonean del Comité Central para darme unas directrices que no me parecen bien, cuelgo el teléfono, y todo termina ahí". Bien, vayamos a otro punto que tampoco está claro: Borís Yeltsin es el candidato del bloque de la Rusia Democrática, que en manifestaciones en la calle, en Moscú y en otras partes, se distingue por sus discursos absolutamente anticomunistas, y sin embargo, como compañero de lista, Yeltsin ha elegido no a un líder de ese bloque, sino a un militar de alto rango, el coronel Alexandr Ruskoï, miembro del Comité Central del Partido Comunista Ruso. ¿No existe aquí una contradicción?

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De pronto, mi interlocutor se deja llevar por su verbo caucasiano. No contra Yeltsin, a quien él encuentra simplemente inconsecuente e imprevisible, sino contra este coronel, dos veces voluntario en la guerra de Afganistán, donde consiguió la Estrella de Oro de los Héroes de la. Unión Soviética. Reconoce que sería injusto llamarle traidor, puesto que Ruskoï, capturado por los muyahidin en su segunda campaña afgana, se negó al tentador ofrecimiento de huir a Canadá. Pero en política es un mentiroso: pretende haber fundado un grupo escisionista de los comunistas para la democracia al final de la última sesión del Congreso de los Diputados de Rusia, mientras que en realidad conspiraba mucho antes con los amigos de Yeltsin. Sin esta escisión del grupo parlamentario comunista, la elección del presidente por sufragio universal no hubiera sido posible, menos aún en tan breve tiempo; como hecho a la medida para Yeltsin.

Abdulatipov se vuelve prolijo y está dispuesto a revelarme todo este plan, pero ése no es nuestro tema. Pregunto simplemente si con tal compañero de lista, que declara compartir las ideas de Gorbachov, Yeltsin no se arriesga a perder una parte de su electorado antigorbachoviano. Ramazan Abdulatipov no está de acuerdo: "No perderá un solo voto por ese lado, y espero que gracias a ese coronel afgano ganará también los de los militares".

Henos aquí en el corazón de un curioso problema: el Ejército soviético está compuesto sólo por rusos, pero todas las tropas estacionadas en Rusia votan, y esto representa muchos electores. En cada una de las cuatro grandes listas en liza hay, pues, un alto mando susceptible de unirse a las voces de sus cuarteles. Vadin Bakatin, en tanto que antiguo ministro del Interior, ¿no tiene él también el rango de general? Mi interlocutor no lo niega, pero precisa que en esa categoría no tiene gran peso. Los soldados puros y duros son los generales Borís Gromov, primer viceministro del Interior, y Albert Makachov, único militar activo en la palestra, comandante de la región Volga-Ural. El más "peligroso" de los dos, según él, es el joven general Gromov, de 46 años, que ha dirigido "con energía y mucho valor" la retirada de las tropas soviéticas de Afganistán, ganándose una indiscutible popularidad.

Nicolái Rizhkov, antiguo primer ministro y tecnócrata prudente, ha hecho un excelente negocio tomando a Gromov como compañero de lista. Asegurado ya el sostenimiento del aparato del PCUS y del complejo militar-industrial, Rizhkov hubiera podido, gracias a su general, conseguir los votos del Ejército y amenazar seriamente al gran favorito, Borís Yeltsin. Pero este último cuenta evidentemente con su coronel afgano para impedirlo.

El otro militar, Albert Makachov, no representa el mismo peligro. Es un bocazas que ha tratado de "débiles mentales" a todos aquellos que pretenden que la URSS no tiene que temer una agresión imperialista, y afirma: "Ya hemos perdido en Europa del Este, sin combatir, más territorios que un ejército vencido". Makachov ha elegido como compañero de lista al economista Alexei Serguéiev, gran enemigo de la economía de mercado, que proclamaba en el mismo tono: "Los sovboury [burgueses soviéticos] no pasarán", pero esas crisis de ardor no seducen a los electores. Para Ramazan Abdulatipov, los "nuevos ricos" han pasado ya, y hay que convivir con ellos, aminorando los daños y reemplazando el actual mercado salvaje por un sistema mejor reglamentado. Y él tiene cosas que contar en este sentido gracias a su experiencia en el Cáucaso, uno de los feudos de la mafia de los negocios. Como su cabeza de lista, Vadim Bakatin, defiende una economía mixta, pero con orden y disciplina, sin el caos actual. Por eso se siente centrista en el sentido gorbachoviano de la palabra, sin ser, no obstante, un incondicional del presidente soviético.

Para Bakatin, Gorbachov es un superdotado de la política al que jamás le faltan ideas, pero a veces no se da cuenta de que la situación evoluciona con mayor rapidez que sus ideas.

"El Tratado de la Unión es una buena vía", dijo para citar un ejemplo, "pero más bien que perderse en discusiones sobre detalles, habría que haberlo firmado rápidamente". Hay que firmarlo en un mes, a finales de junio, pero ¿dónde estará la URSS para esa fecha? Me mira perplejo, como si yo intentara prevenirle. Me pregunto qué teme en tan breve lapso de tiempo, teniendo en cuenta que la guerra de Yeltsin contra Gorbachov ha cesado.

Él me responde: "Mahoma dijo que si alguien le asegurara que había visto moverse una montaña, lo creería, pero si le dijeran que un hombre había cambiado de carácter no lo creería jamás". La alusión es clara: confortado por una eventual victoria, Borís Nicoláievich volvería a las hostilidades, porque su carácter es ése. Pero otros peligros pueden aparecer aún; literalmente, cada día trae una nueva amenaza. "Durante la última reunión sobre el Tratado de la Unión", cuenta Ramazan Abdulatipov, "yo le dije a Mijaíl Serguéievich: 'Si usted decide esperar a que la última pera del peral esté madura no recolectará más que ésa, porque mientras tanto las otras se habrán podrido". Estas palabras no parecen las de un candidato optimista a la vicepresidencia de una gran república.

¿No tiene usted, pues, ninguna posibilidad de ganar. "Todo depende de quién llegue el segundo después de Yeltsin en la primera vuelta. Si pasamos nosotros, ganaremos".

Se comprende que él bebe cada palabra de labios de Bakatin, que hace su exposición en la televisión. Su aspecto, joven para sus 54 años, es más bien el de un intelectual. Bakatin defiende con mucha convicción un consenso nacional. Según él, el fondo de la mayor parte de los programas es muy parecido, conforme a las ideas de los proyectos de la perestroika, pero para aplicarlos, Rusia necesita un presidente muy firme que obtenga la confianza de todos. Después vienen las preguntas de los telespectadores y las cosas se tuercen.

Este candidato ha sido durante más de dos años, hasta finales de 1990, ministro del Interior de la URSS, y este ministerio parece constituir el mejor trampolín para la presidencia de Rusia. Reducido a la defensiva, Bakatin pretende haber aplicado siempre la ley, nada más que la ley, y elude su responsabilidad, por ejemplo, en la intervención de su ministerio en Bakú en enero de 1990. Se trataba de una situación excepcional que no corre el peligro de reproducirse en Rusia hoy en día, y además, él obró por orden del Sóviet Supremo y de Gorbachov. Allí comienza un segundo capítulo dificil: el presidente soviético reemplaza a Bakatin por un tándem de dos generales, Pogo-Gromov, pero lo recupera poco después llamándole al Consejo Nacional de Seguridad. Su travesía del desierto, marcada por un coqueteo con Rusia Democrática, ha sido de poca duración, y se le pregunta si, en tanto que jefe de Rusia, no estará "en el bolsillo del presidente de la URSS". Pues Gorbachov, en estas elecciones, no sostiene a ningún candidato, pero un aspirante que forma parte de su círculo no puede desmarcarse demasiado de él. Bakatin se defiende como puede afirmando que él ya ha dicho no a Gorbachov y que en el puesto presidencial lo haría más aún. Y añade, para dar más credibilidad a sus palabras, que tiene excelentes relaciones con Borís Yeltsin. ¿Por qué entonces se presenta contra él? "Estoy en mi derecho", contesta, "como ciudadano y como hombre político".

Los telespectadores yeltsinianos esgrimen rápidamente su viejo caballo de batalla contra los privilegios de la selecta nomenklatura y Vadin Bakatin se ve obligado no solamente a revelar el montante de su salario (1.500 rublos al mes), sino también todo lo que recibe cada miércoles del almacén cerrado del Kremlin (una gallina y una decena de filetes). Después, pasando al contraataque, él declara haber renunciado a la dacha que le ofrecía el Gobierno y a los guardaespaldas. Utiliza, sin embargo, un coche oficial con chófer. Ramazan Abdulátipov, indignado por este interrogatorio, me insinúa que "Borís Yeltsin no viene tampoco a trabajar en el autobús", y que "tiene todo un equipo de guardaespaldas". ¿No es anacrónico ensañarse sobre los privilegios de la nomenklatura política, cuando la economía, en connivencia con los negociantes del mercado negro, rentabilizan no solamente 1.500 rublos al mes, sino por día, e incluso por hora?, murmura Abdulatipov.

Vadin Bakatin es ruso, y todo el mundo lo sabe, pero ¿qué ocurre con su esposa? ¿Cuál es su apellido de soltera y su nacionalidad? Pues bien, ella es rusa también, con un poco de sangre ucrania, pero de origen eslavo irreprochable.

Yo me inquieto un poco a causa de esta búsqueda televisada de sangre eslava en la familia del candidato, y mi cicerone caucasiano se da cuenta: "¿Ustedes en Francia no hacen estas preguntas?". "No, por lo que yo sé; se hicieron mucho durante la reciente campana presidencial de Polonia, y bien que se lamenta ahora"; Ramazan Abdulatipov no se inmuta.

Por último, llegamos al problema del Ejército. Éste se beneficia de un prestigio mayor que ninguna de las otras instituciones o partidos. También se constata este hecho en los otros países del Este, hasta en la muy católica Polonia. Después de un reciente sondeo se ha visto que el Ejército disfruta de una estima más alta, incluso, que la misma Iglesia. Pero los rusos no quieren que sus soldados se mezclen en los conflictos interétnicos en Transcaucasia o en Asia Central, y los ucranios, tampoco. Vadin Bakatin propone una solución: el Ejército de los reclutas quedará para la defensa del país, pero las tropas del Ministerio del Interior deberán ser reclutadas entre los voluntarios para formar un Ejército profesional. Bakatin aprovecha la ocasión para evocar la división Félix Bzerjinski que él mandó, y recordar al mismo tiempo su rango de general.

Decididamente, las elecciones de hoy se anuncian muy apretadas. Borís Yeltsin, en los sondeos, no tiene nada más que el 52% de los votos y cada candidato debe jugar todos sus triunfos. Gracias a su compañero de lista caucasiano, Bakatin obtendrá probablemente los votos de los electores musulmanes, lo que no es despreciable. Desgraciadamente para él, el Tataristán, una de las mayores repúblicas islámicas en el seno de la Federación Rusia, se niega al escrutinio del 12 de junio y prefiere elegir ese día a su propio presidente. "Es culpa de Yeltsin, que debería haber firmado un tratado federal hace mucho tiempo", me dice Ramazan Abdulatipov, pero ya no tenemos tiempo. Uno de sus acompañantes, un islamista ruso, me dice al despedirse que Alá dará la victoria a la pareja Bakatin-Abdulatipov e, incluso, yo diría que lo ha dicho en serio.

K. S. Karol es periodista francés especializado en temas del Este de Europa. Traducción: María Teresa Vallejo.

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