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El 'pequeño' emperador

Pese a la rigidez del sistema político, la República Popular China ha experimentado grandes cambios sociales desde 1976. Deng Xiaoping, que encarna una forma diferente de liderazgo personal con relación a Mao, personifica la apuesta del grupo dirigente por la reforma económica sin democracia; esto es, por un desarrollismo autoritario y pragmático a la vez.La transición posmaoísta ha supuesto pasar de un modelo burocrático aleatorio a otro reglado, no siendo casual el declive de la desmovilización ideológica y el énfasis en los objetivos modernizadores. Esta evolución del dogmatismo al pragmatismo, del totalitarismo al autoritarismo, de la planificación centralizada a la economía socialista de mercado y del aislamiento a la interdependencia mundial ha configurado al denguismo como una suerte de centrismo incontestado.

Los problemas heredados son realmente impresionantes: sobrepoblación, escasa cualificación laboral, mediocre calidad, baja productividad, desempleo encubierto, tecnología atrasada, pérdidas por la rigidez planificadora y burocratismo. En estas circunstancias, el denguismo se ha propuesto convertir a China en un fuerte Estado competitivo, y su propuesta reformista descansa sobre dos pilares: los cambios económicos (la gaige) y la apertura exterior (la kaifang). Se trata, pues, de aumentar los incentivos, reducir el papel del plan, descolectivizar las tierras, descentralizar la industria y favorecer el consumo. Naturalmente, todo ello con un límite insuperable: la preservación del sistema político basado en los cuatro principios cardinales (marxismo-leninismo, dictadura democrático-popular, vía socialista y liderazgo del PC).

Las reformas económicas empezaron en el campo, como no podía ser de otro modo en un país aplastantemente agrario, al desmantelarse las comunas populares y establecerse un sistema autónomo de responsabilidad, familiar contractual parcelaria. Los efectos económicos fueron inicialmente espectaculares y no deja de ser llamativa la escasa atención prestada a una de las modificaciones más profundas de la antes idealizada colectividad maoísta. Los cambios urbanos e industriales, introducidos en una segunda fase, han sido más contradictorios. No obstante, frente a las tradicionales prioridades del socialismo real (industria pesada y rápida acumulación), las nuevas enfatizan la industria ligera y los bienes de consumo. La introducción de autonomía empresarial parcial y de competitividad ha tropezado con la resistencia de los burócratas y de los obreros no cualificados, habituados al sistema anterior. Pese al cierre de empresas y a los recortes de los subsidios, la experiencia de las zonas económicas especiales y de los 14 puertos libres ha dinamizado la economía en su conjunto.

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Aunque se ha dado un gran aumento de la producción agrícola y del comercio, exterior, son muchos los problemas generados: el sobrecalentamiento de la economía, la inflación, la creciente deuda exterior, el aumento de las diferencias salariales, el paro abierto, la corrupción general, la especulación o los agudos desequilibrios territoriales. En otras palabras, el tránsito del tazón de hierro (pobres, pero seguros) a la competitividad (desigualdad social en aumento) está resultando difícil por la persistente coexistencia de elementos viejos y nuevos. Esta contradictoria mezcla de los dos sistemas hace aún más disfuncionales los efectos de ambos en China ya no existe un sistema de planificación centralizada integral, pero tampoco un mercado coherente.

El gran problema de la élite dirigente es el de cómo introducir los nuevos mecanismos sin perder el control de la situación: las reformas desencadenan tensiones internas sobre el alcance de los controles, los sectores que deben ser liberalizados, el doble sistema de precios y los ritmos del proceso. Por esta razón, en lo político, el régimen se ha limitado a asegurar su estructura; construcción de un aparato legal (codificación sin precedentes, sobre todo por imperativos económicos internacionales), estabilización de las instituciones y racionalización administrativa. Hoy se busca el binomio rojo (leal al sistema) y experto (competencia profesional), así como el rejuvenecimiento del aparato. Aun así, ni la separación partido-Estado se ha conseguido, ni las burocracias se han reducido, aunque se han introducido criterios técnicos más objetivos de reclutamiento y promoción.

La crisis política se ha producido por los enfrentamientos en la cúpula dirigente y por los inicios de la contestación social, cuyo detonante fueron los diversos movimientos estudiantiles. Las frecuentes campañas oficiales contra el liberalismo burgués expresan el temor de la élite a verse desbordada y las ambigüedades de una política que pretende aunar el centralismo y la apertura, la disciplina y la tolerancia, la separación partido-Estado sin merma del papel dirigente de aquél y él debate con la prohibición de las ideologías burguesas. Las sucesivas caídas de Hu Yaobang y de Zhao Ziyang expresan los límites de la apertura política, ya de por sí estrechos en ambos dirigentes. Los sucesos de 1989 fueron el punto álgido de la tensión y confirmaron el papel clave del Ejército, garante de los diversos unitarismos intocables del régimen. No por casualidad Deng se reservó casi hasta el final el mando de la Comisión Militar Central, tras renunciar a todos los demás cargos.

No obstante, pese a la represión y a la retórica ideológica inicial (contrarrevolución, conjura imperialista), no se produjo una involución, en, el proceso de reformas económicas. Desmantelarlas es, de hecho, imposible, tanto interna como internacionalmente. Los dirigentes chinos se han esforzado por normalizar las relaciones con la comunidad mundial y hacerse perdonar los sucesos de Tiananmen: la guerra del Golfo ha sido el momento clave para ello.

Está claro que los objetivos de los comunistas chinos son los de construir un fuerte Estado moderno desarrollado. Parece que los sectores políticos más reformistas tendrán que esperar a la desaparición de Deng para recuperar influencia. Cabe aventurar el surgimiento de un posible Gorbachov chino a medio, plazo: entre los posibles candidatos se ha barajado el nombre del alcalde de Shanghai, pero habrá que estar atentos también al de Hu Qili. El desenlace, tras la sucesión del pequeño emperador.

C. R. Aguilera Prat es profesor de Ciencia Política de la Universidad de Barcelona.

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