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Lewis brinda por Johnson

El estadounidense se beneficia del regreso de su rival

Santiago Segurola

El atletismo comienza a preferir las historias laterales a las buenas marcas. El próximo duelo entre el estadounidense Carl Lewis y el canadiense Ben Johnson asume un carácter morboso, pero insensato. ¿Tiene demasiado sentido enfrentar a un hombre que no es capaz de bajar de 10,50 segundos en los 100 metros con otro que también está lejos de su mejor momento? Los dos velocistas certificaron el jueves, en Sevilla, su deficiente condición, especialmente Johnson, el quinto en su serie, con 10,69. Lewis fue segundo en la suya, con 10,30, pero es feliz con el retorno de un rival que le asegura bolsas espectaculares.

Johnson confirmó en Sevilla su triste carrera de Granada. Sus 10.69 pertenecen a la tercera división, la categoría de aquellos que no sueñan con ganar ni una peseta en un duelo de velocistas. Pero el atletismo deriva hacia el comercio. El riesgo es convertir en protagonistas a artistas de segunda.La probabilidad de una progresión satisfactoria de Johnson es cada vez menor. Vulnerable, sólo conserva algunos restos de su antigua arrancada, insuficientes para aventajar a sus adversarios. Lo demás es lamentable. Sin potencia, con una zancada de alevín, huérfano de fluidez, fue el quinto en Sevilla, como en Granada, pero con peor tiempo. ¿Hasta cuándo se le concederán créditos millonarios?

La impresión es que Johnson busca únicamente la bolsa. Los técnicos consideran que sufre varias carencias. Los tres años de inactividad son una losa. Queda la cuestión química. Sostuvo su progresión sobre los anabolizantes, que le inflaron como a un fisioculturista, le permitieron entrenar más y mejor y, sobre todo, le inyectaron confianza. Su principal limitación es ahora psicológica. La ausencia de un apoyo extra ha quebrado su fe y su imponente volumen físico.

Johnson, que no amenazó en sus inicios con convertirse en un gran velocista, vuelve a su pasado. Ni fue un pura sangre como juvenil ni cuando su carrera estaba lanzada. Con 22 años, fue el tercero en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 84 (10.22). Por entonces, le costaba bajar de 10.25. Lewis, de su edad, ya corría en menos de 10. Luego llegaron los gurús y los amos de la coctelera de anabolizantes y se construyó el mito Johnson.

Sobre su leyenda vive Johnson. Y también Lewis, el más beneficiado de su retorno. El estadounidense ganará otra vez las cifras que no alcanzó durante la inactividad de su sancionado rival. Esta paradoja explica la hipocresía. Bajo todo el ropaje de enemistad, tanto el grupo de Johnson como el de Lewis se deben la vida; por lo menos, la buena vida que disfrutan.

Sin Johnson, Lewis habría abandonado el atletismo o lo habría convertido en una materia secundaria. Sus dos últimas temporadas casi fueron sabáticas, a la espera de los contratos que generara el regreso del canadiense. La sociedad es perfecta. Johnson ofrece sus registros pasados para él, para Lewis y para la gorda nómina de quienes viven de ambos. Mientras tanto, a casi nadie le importa que otro norteamericano, Dennis Mitchel, les gane con tiempos excepcionales. Y como Mitchel están el nigeriano Ezinwa, el namibio Fredericks, el británico Christie, el francés Sangourna o el estadounidense Cason. Todos son seguros vencedores de Johnson, pero sólo pueden ofrecer sus marcas, un dato irrelevante en la disparatada ceremonia montada alrededor de Johnson y Lewis.

Sólo ellos son los protagonistas. En Sevilla hubo actuaciones notables, pero se tomaron como simple coreografía del presunto espectáculo Lewis-Johnson.

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