Una clase encastillada
En la base de las percepciones de la situación global están la situación económica y la cohesión social. Tras un dificil y costoso esfuerzo de racionalización de un sistema nacido en un alto grado de protección con resultados muy poco competitivos, frente al reto de nuestra incorporación a Europa y ante el escenario de 1993, la economía española viene desde 1984 manteniendo un crecimiento sostenido y acortando las diferencias con los países de la Comunidad. La valoración de los indicadores es favorable, salvo el mantenimiento de una alta tasa de desempleo y los déficit de ciertas balanzas comerciales, compensadas por unas inversiones extranjeras notablemente altas, pero más destinadas a operaciones a corto plazo que al desarrollo de nuestro débil tejido productivo.La cohesión social se ha mantenido, y en algunos casos incrementado, con el avance sustancial de ciertas pensiones que hacen tolerable un estancamiento o ligera disminución de la participación de las rentas salariales en la renta nacional. El grado de cohesión social es, pues, globalmente, aceptable y ofrece la base para una política de modernización y progreso. No obstante, malestares y reivindicaciones sectoriales se conjugaron en un momento en una reacción global no suficientemente explicada. El 14-D, en efecto, obligó a una reconsideración de la lectura que era la propia, no ya del Gobierno, sino de las clases dirigentes económicas. Durante el proceso, los sindicatos han mostrado durante mucho tiempo capacidad de autodisciplinarse cuando era explícito y explicado suficientemente bien el interés general. Cuando se estaba en una cultura en que se colocaba en primer lugar el interés general y los proyectos de restauración democrática. Cuando comienzan a predominar sin equilibrios los fines del propio y rápido enriquecimiento, los modelos del éxito económico inmediato, cuando prospera la ética individualista, los sindicatos se centran, lógicamente, más en los intereses inmediatos de sus miembros.
Darwinismo
Porque la modernización económica y social se ha desarrollado en una cultura que en los últimos años se ha caracterizado por un individualismo postulado darwiniano y por la carencia de postulación de valores sociales. Los elementos de la solidaridad son orillados por la atracción de un consumismo que desde la dirección de la sociedad y de la política se presenta como motor de avance económico, sin explicación, sin reservas, sin limitaciones.
Era necesario operar un cambio en cuanto a los valores. En la época anterior, un moralismo postulado de raíz católica que -no hace falta decirlo- en muchos casos no se correspondía con las conductas de quienes lo propugnaban, mantenía una reserva psicológica y moral frente al motor del lucro. Para los más motivados democráticamente durante la última época del régimen anterior, el principal valor era la acción política y social, no el enriquecimiento personal inmediato. Se llegó así a una situación un poco esquizofrénica en que, siendo el sistema vigente el capitalismo y habiendo sido el mismo aceptado por todos en la práctica, el lucro y la ganancia encontraban en el plano moral resistencias, cuando es el motor principal del sistema. Había que equiparar la lectura ideológica con la realidad, naturalmente sin forzar o ignorar la realidad. De ahí que la legitimación moral de la ganancia sea un paso adelante en sinceridad y realismo.Ahora bien, el péndulo se ha movido demasiado en esta dirección. En nuestro contexto no se presentan al joven como modelos, ni al científico, ni al artista,ni aún al empresario creador de industrias o servicios, sino a quien audazmente opera en una realidad en la que el número de operaciones financieras multiplica por un número enorme el de verdaderas operaciones de intercambios de mercancías o de servicios. Un autor americano, tratando de percibir los cielos de la historia de Estados Unidos -Arthur Schlesinger Jr-, señalaba que a ciclos en que dominaba en los valores el interés privado seguían aquellos en que se postulaba el interés público, y el servicio público. La cosa pública está gravemente ignorada entre nosotros. Los pensadores y analistas de izquierdas, tal vez como reacción ante su propio pasado, en que descalificaron la cultura capitalista, se dedican a lancear al moro muerto de la interpretación elemental marxista. Cuando más vigoroso fue el radicalismo pasado, mayores actos de contricción se realizan ante el altar del mercado, en el santuario del lucro. Se ha entablado una especie de carrera para llegar a campeón al arco de la lectura más gruesa de la sociedad liberal, no ya de la sociedad civil.
Las virtudes tradicionales burguesas también son colocadas ante el ara del sacrificio: ahorro, discreción, mesura, transmisión a los herederos de prácticas y saberes. Son valores anacrónicos delatores de una incapacidad para áfrontar el riesgo de la nueva época. Naturalmente, la cosa pública -no ya el Estado o sus servidores, los hombres públicos- pasa al último lugar en las estimaciones. Puede ser una sana reacción tras la hiperinflación de la política en el cambio de régimen. Pero no es que se encuentren aquéllos en el último lugar de las preferencias: se convierte en blanco y desahogo de las normales frustraciones. El raquitismo de la sociedad se descarga en esta dependencia psicológica del Estado que sigue siendo el responsable de las frustraciones personales, individuales.
Desde hace varios años estamos ante un verdadero ataque a los valores públicos, no ya a los actores de la vida pública. Un -ataque continuo, redoblado, cada vez más simplificador.¿Cómo reaccionan los actores políticos ante esta realidad? Con una mezcla de arrogancia, tendencla endogárrilca y con notable falta de valor. Nadie se atreve a decir algo de esto por si puede ser construido como una prevención frente a la libertad de crítica o a la función moralizante de la prensa. La reacción es el desprecio, la arrogancia y el refugio en el propio grupo, erigiendo unas barreras con las facultades o privilegios del grupo. Reacción endogámica y de casta. Aumento de la cohesión de la clase política en base a lo peor de esta solidaridad: sentirse cercados, lábiles e incomprendidos. Cuando no se parte de una notable conciencia del propio desprestigio por otros deseado.Barreras defensivas
Un ejemplo de levantamiento de barreras defensivas" inadmisibles, la actual reforma de la ley de procedimiento penal, al facilitar a un gran número de personas de varia índole el privilegio de testificar por escrito, cuando en el caso de los parlamentarios estaban legítimamente preservados por la institución, reglada en toda democracia, de la petición de levantamiento de la inmunidad. En sentido contrario: admisión sin sentido de la capacidad de corrupción. Los textos sobre incompatibilidades parlamentarias son tan extremados en las prohibiciones que parecen partir de la admisión de que todo parlamentario tiende inevitablemente a la corrupción y al tráfico de influencias. De mantenerse durante un tiempo, producirán un doble efecto: por una parte, apartarán de la política activa a quienes puedan triunfar en las profesiones; en segundo lugar, profesionalizarán los cargos de políticos, parlamentarios, por ejemplo, que tendrán enormes dificultades para reintegrarse a sus profesiones de origen, si es que tienen alguna. Cuando la democracia se nutre del contacto entre la vida civil y la pública. Un sistema de incompatibilidades es necesario; la subasta de cada vez más catarsis es algo irreflexivo, cuando no pretende someter a los hombres públicos por la dependencia de la propia y familiar subsistencia a los estados mayores de los partidos.
La clase política se encoge, se encastilla, cede psicológicamente. La democracia se mantiene, pero va pe rdiendo calidad.
Estas realidades sociales y culturales dependen en alguna medida de cómo se han configurado instituciones y prácticas. Es hora, pues, de reformarlas para acabar con la separacion entre política y sociedad. Es necesario llevar a cabo una serie de recuperaciones y de revitalizaciones.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.