Madonna
A sus 32 años, Madonna, la cantante de Michigan, significa la puesta a punto sexual del clásico Informe Kinsey. Sin Madonna en escena no sólo se le cruzarían al pueblo los cables de cintura para abajo, provocando un cortacircuito puritano, sino que además nadie sabría cómo rebelarse contra los padres, la inquisición vaticana y el fundamentalismo político imperante.Madonna es la salvación.
Ayer se estrenó en Estados Unidos su filme autobiográfico. Lleva por título el nombre de un juego popular - Truth or dare - en el que se castiga a hacer algo arriesgado a quien no dice la verdad. Pero Madonna la dice. Madonna juguetea en la jama con sus bailarines gay. Madonna recuerda los primeros orgasmos acariciando el cuerpo de su mejor amiga de la infancia. Madonna explica el sexo oral utilizando una botella. Así de fácil. Madonna señala la tumba de su madre, a la que perdió a los cinco años, víctima de un cáncer, y se revuelve contra su esperpéntica madrastra, fea, católica y papal, que la obligaba a cambiar los pañales de sus hermanos. "Cambié tantos pañales de niña que juré que jamás tendría hijos", dice.
Madonna es la competidora directa del Papa en este calvario de espectáculos de masas a que ambos se dan con tanta profesionalidad. El Papa transforma la bala de su atentado en joya para la Virgen de Fátima, y no revela la última profecía. ¿Otra guerra?, ¿un ciclón peor que el de Bangladesh?, ¿algún cataclismo nuclear?
Mientras tanto, Madonna ríe, se azota con crucifijos y excita al público: "Todos me ofrecen sexo, pero prefiero masturbarme sola". Los adolescentes se tatúan la imagen de la diva mientras sus madres prohíben el vídeo de Madonna en el hogar. No se dan cuenta de que Madonna también es el nuevo hogar,
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