El hijo del poder
País en donde lo imaginario y lo real se funden dándo una imagen de aparente realidad, Italia tiene una política en la que el teatro del mundo aparece representado en lo cotidiano. Y Giulio Andreotti es la estrella estable de ese teatro, la continua referencia al equilibrio de poder invisible: desde 1947 está en el puesto de mando, aparece como el famoso actor principal y, al mismo tiempo, como el director cuyo inadvertido control se percibe en los detalles del sistema; el diablo, ya se sabe, está en los detalles. Una excepcional habilidad política ha dado forma a un destino único. Nadie ha estado tanto tiempo en el poder en una democracia: hijo del poder ha llegado a ser el padre de los poderes, tanto de los poderes internos de las instituciones como de los paralelos a éstas.La reciente crisis de Gobierno parecía tener como único objetivo apartar a Andreotti de su privilegiada posición. Esa crisis fue abierta por el presidente de la República, Francesco Cossiga, cuando todos los partidos, incluidos los socialistas, aceptaban que Andreotti procediera al reajuste de su sexto Gabinete, es decir, sustituyera a algunos ministros. El secretario del Partido Socialista Italiano (PSI), Craxi, apoyó la crisis desde su inicio con lo que ésta fue inevitable. Parecía claro que la intervención del democristiano Cossiga a encontrar apoyo en la secretaría democristiana. Desde hace más de 10 años, las relaciones entre Forlani y Cossiga son inmejorables. Forlani ha basado en esta relación su carrera política, e incluso una candidatura al Quirinal sobre cuyas posibilidades de éxito planeaba la sombra de Andreotti. La estrategia parecía simple y clara: la convocatoria de elecciones anticipadas.
En el nuevo Parlamento, los comunistas, divididos en dos partidos, estarían debilitados como fuerza política. Las ligas del norte de Italia, y en particular la Liga Lombarda, que critican el sistema político y arrebatan votos a la Democracia Cristiana (DC) de Lombardía y Véneto, sobre una base histórica, constituirían una fuerza política relevante. Los comunistas, en especial los de Occhetto, a los que Andreotti podría seducir, contarían menos, mientras que las ligas son más antidemocristianas que antisocialistas. En el nuevo Parlamento, Andreotti tendría menos bazas. Y, en caso de disolución, Cossiga habría tenido en la mano la posibilidad de realizar los primeros nombramientos ministeriales de la legislatura: se estaba perfilando un verdadero golpe contra Andreotti, una conspiración en toda regla llevada a cabo por el propio jefe del Estado.
Andreotti y Mussolini son dos temperamentos políticos opuestos: pero mientras Mussolini gobernó durante 20 años, Andreotti lleva más de 40. La operación de deposición habría podido tener al Quirinal como orquestador, todavía con más razón en el caso del líder democristiano. La caída incruenta de Andreotti hubiera sido un acontecimiento político tan importante como lo fue la muerte cruenta de Moro. En Italia hubiera sucedido algo nuevo. No se hubiera erradicado "la podredumbre del reino de Dinamarca" porque ello supera los límites de poder del propio Andreotti pero, al final, la posibilidad de una reforma institucional y, por tanto, de la reforma de los hábitos políticos, sólo podía darse con este parricidio, como cualquier cambio institucional que se precie.
No fue una simple casualidad que Cossiga pusiera a Andreotti entre la espada y la pared: o el Gobierno incluía en su programa la reforma de las instituciones o el presidente de la República disolvía las Cámaras anticipando así en un año las elecciones. Parecía un plan diseñado por Craxi o por los socialistas. Que Cossiga, últimamente miembro del ala izquierda democristiana -la más adversa a los socialistas- inspirara su praxis constitucional en las tesis del "perspicaz abogado" del PSI, el constitucionalista Giuliano Amato, era algo imprevisible. Como imprevisible ha sido el desenlace de este importante plan: el séptimo Gobierno de Andreotti. Forlani se ha declarado en contra de las elecciones anticipadas, y Craxi, en contra de la reforma institucional. Cossiga se ha olvidado de su reivindicación formal de la autonomía de poderes del presidente de la República y de la disyuntiva reforma institucional o elecciones anticipadas.
El poder de Andreotti, evidentemente, no está escrito en ningún texto constitucional; pero uno no se mantiene en él desde 1945 sin acumular un poder fáctico incalculable; sobre todo cuando se posee una extraña genialidad para acumular poder y usarlo con limitada, justa y eficaz medida. Andreotti tiene este don.
Mientras conseguía que Cossiga y Craxi declarasen cosas diferentes a las que hablan dicho anteriormente, su hombre en la sombra, el industrial y fascista en la Italia ocupada por los nazis, Ciarrapico, hacía de mediador en la polémica político-periodística de estos años: la pugna entre el grupo Berlusconi y el grupo De Benedetti por el control de la editorial Mondadori y el periódico La Repubblica. La elección de un mediador como Ciarrapico, que está en el escenario económico del país sólo porque sobre él se posó el dedo de Andreotti, confirma el poder de éste. ¿Quién es entonces Giulio Andreotti? Quizá el principe moderno de Italia, católico político más que democristiano: surgido de las páginas de Bellarmino y Suárez, expresión del poder indirecto de la Iglesia romana en cuestiones temporales. Este poder "fáctico" es compatible con todos los pode res de hecho existentes en el país. Es un poder que gobierna las instituciones, opera a través de éstas, e incluso va más allá de ellas. Y sin embargo, Italia es una república y una democracia: e incluso en este caso, la forma política oculta y al mismo tiempo revela el poder del secreto y el secreto del poder.
es diputado del Parlamento Europeo por el Partido Socialista Italiano.Traducción: Clara de Marco.
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