Concierto
Pudo haber sido Madrid la capital de un Estado federal, una ciudad de funcionarios, con muchas pastelerías, tranquila y soleada, con bulevares de acacias y templetes de música en los parques, con museos y salas de conciertos, cafés antiguos llenos de tertulias donde jóvenes artistas rebeldes se hablaran siempre de usted como hacían los viejos próceres políticos mientras tomaban refrescos de granadina. Pasarían' tranvías jardineros tocando la campana y el sonido de las horas también caería sobre los adoquines desde la torre de las iglesias y conventos. Cuadrigas de bronce irían cabalgando por los tejados de los ministerios y bancos de crédito; un número indefinido de atlantes y cariátides soportarían los balcones de palacios, institutos oficiales y distintas academias. Pudo haber sido una ciudad abierta formando un compás hacia la sierra para incorporar a sus colonias silenciosas toda la brisa agreste habiendo dejado los fulminados yesares del este al servicio de los alacranes y no de los ciudadanos. Sueño con esa ciudad, pero cada mañana me levanto poseído por el terror asfáltico y sé que tendré que atravesar el caos antes de cumplir el más mínimo deseo. Vivo en una estratosfera de cemento que va siendo penetrada con tenacidad desde el sur por todas las razas y esto también engendra en mí otro sueño. En esta gran urbe destruida veo que los predicadores aprovechan los atascos para lanzar terribles amenazas del infierno a los conductores atrapados y los grandes almacenes ya abren los domingos para que los fieles puedan cumplir allí el rito religioso comprando o comulgando con un destornillador. Los árboles que quedaban han sido asfaltados por encima de sus copas y debajo de ellas se han creado cavernas donde están los mandos de las terminales que graban todos los pensamientos. Oigo por la radio a unos gánsteres que hablan como políticos. Su voz cubre de sordidez todo el espacio hasta confundirse con la espesa contaminación y al final descubro que no hay violencia más dura que ésta.
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