Crucero
El capitán vestía chaquetilla de bailaor flamenco con hombreras de oro en vez de caspa y en lugar de marcarse un zapateado estrechó la mano de los 2.600 pasajeros de este crucero de lujo. Estaba inmóvil como un fiordo noruego. Después de cenar dijo: "Ustedes son la gente más maravillosa del mundo".La costumbre de que el capitán ofrezca una cena de gala en cada travesía se remonta a tiempos en que a los emigrantes se les acababa la comida que llevaban a bordo y era preciso alimentarles gratis. Hoy es distinto. Los pasajeros suben a estas plataformas pantagruélicas para comer 10 veces al día admirando el paisaje borroso del Caribe, y algunos se amarran de una manera tan compulsiva a la barra libre que mueren de reventón. Víctima de los excesos programados en el crucero, un canadiense la palmó esta madrugada. Demasiado sol de día y siete platos en una sola sentada de noche rompieron la maroma arrojada por su esposa para retenerle vivo en la litera.
Ayer se organizó una fiesta para solteras. Les pusieron una etiqueta en la espalda con el nombre de una persona célebre y preguntaban detalles para averiguar su identidad. Me tocó una de gran tonelaje. Se llamaba Al Capone. "¿Soy hombre o mujer?", preguntó. Le dije que hombre. "¿Estoy vivo o ya he muerto?", bien muerto, añadí. "¿De muerte natural o violenta?". Le dije que muy violenta. Entonces ella saltó sobre mí y me abrazó, exclamando: "¡Soy John F. Kennedy!".
Un fabricante de embutidos bebía en un bar. Parecía un pedazo de mortadela. Dijo que era de Búfalo que le daban mucha pena los kurdos. Pero cuando ya se disponía a sollozar el capitán volvió a repetirnos que éramos la gente más maravillosa del universo. Así que nadie tenía motivos para sentirse estúpido o culpable.
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