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Tribuna:MADRID, CAPITAL CULTURAL DE EUROPA
Tribuna
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Velar y mostrar las armas de hermosura

Señala el articulista, citando a Lope de Vega, que en Madrid "están las armas de la hermosura". Mostrarlas, potenciarlas, conseguir compartirlas con los ciudadanos son las aspiraciones de quienes coordinan y dirigen los ambiciosos proyectos de la capitalidad cultural europea de la ciudad, fijada para 1992.

Constantemente se está construyendo una nueva civilización y no siempre tenemos la suficiente perspectiva histórica para analizarla. Por eso, a la hora de definir -o de interpretar- un proyecto como el de las capitales europeas -que ha alcanzado hasta el momento un notable éxito- es necesario alejarse de algunas opiniones desorientadas y de un buen número de voces que claman pidiendo legítimas y urgentes transformaciones -alfabetización, ordenación del tráfico, dotaciones de los barrios- que ni son competencia del Consorcio Madrid 92 ni deben serlo.Vaya por delante un par de consideraciones más: el carácter diacrónico que pretendemos imprimir a nuestra capitalidad cultural, a pesar de tratarse de una serie de actos que se concentran en un año y en oposición al resto de los acontecimientos españoles de 1992, de naturaleza mucho más sincrónica, y la libertad que ofrece la Comunidad Europea para que cada ciudad interprete a su manera el mandato.

Libertad que obliga a adentrarse en el sustrato ideológico e histórico sobre el que pretendemos erigir la capital cultural de Europa en 1992, una de cuyas prioridades va a consistir, precisamente, en reunir a las siete ciudades que precedieron a Madrid para analizar la experiencia común: los errores, los logros y las vías futuras de desarrollo.

Europa apostó con claridad por la cultura de las ciudades, en detrimento de la cultura de los países, las regiones o los grupos de otra índole. En los últimos años del milenio anterior, las ciudades comenzaron su proceso de consolidación, convirtiéndose en motores de una enorme riqueza cultural. Universidades, artesanos y pensadores florecieron en las ciudades a medida que se fortalecía el sentimiento de libertad de los ciudadanos frente al feudalismo. A veces con enorme sufrimiento, como en el caso de la liga lombarda, cuyos habitantes tuvieron que luchar 100 años antes de conseguir la autonomía interior; a veces con más facilidad, como en España, donde las ciudades disfrutaron enseguida de una independencia muy superior al resto de Europa debido a la configuración del país que iba creando la Reconquista.

Además, la potenciación de las ciudades -Atenas, Florencia, Amsterdam, Berlín, París, Glasgow y Dublín, por citar sólo las capitales culturales que han precedido a Madrid-, a las puertas de la Europa sin fronteras que comenzará el 1 de enero de 1993 con la entrada en vigor del Acta única, cobra todo su sentido y determina buena parte de nuestra apuesta cultural.

Se trata, por tanto, y en primer lugar, de un proyecto de ciudades. Madrid ha tenido una relevancia cultural a lo largo de la historia de primera magnitud: es superfluo insistir en ello. Pero pensamos que existe una cultura propia que la evolución de la ciudad como capital de la nación y como sede de infraestructuras nacionales ha relegado a un segundo plano, cuando no ha postergado definitivamente. El año 1992 será la ocasión idónea para escudriñar en las raíces de la cultura madrileña y poner de manifiesto toda su riqueza. Ya escribió Lope de Vega -la casa en la que vivió los últimos 20 años de su vida va a ser recuperada en 1992 como centro de estudios del Siglo de Oro- que en Madrid están Ias armas de la hermosura".

En el proyecto más ambicioso que una capital cultural de Europa haya emprendido nunca, vamos a desparramar los actos culturales por toda la ciudad durante todos los días del año, a mostrar las armas de las que hablaba Lope y a analizar qué se ha hecho con ellas. Vamos a involucrar al mayor número posible de productores de cultura de Madrid -grandes o pequeños, oficiales o marginales-, a coordinar una oferta que ha adquirido en los últimos años un considerable nivel y a dotar de contenido a las nuevas infraestructuras que diversas instituciones van a culminar en 1992. Las producciones de Madrid 92 irán orientadas a completar y no a competir, a acentuar y no a duplicar.

"La gran ciudad", decía Spengler, "es un mundo, es el mundo", y advertía a renglón seguido que estaba creando una suerte de "nómada intelectual" que podía llegar a convertirse en un "nuevo hombre primitivo". El proyecto Madrid 92 va a exigir la participación activa de los ciudadanos. Si queremos analizar la importancia que ha tenido Madrid en la historia del flamenco o plantear si existe o no una gastronomía artóctona, necesitamos la reflexión de los participantes. Por volver a la terminología de Spengler, trataremos de orientar al "nómada intelectual" y no de alimentar al "nuevo hombre primitivo".

No es tarea fácil en una cultura como la de hoy, impregnada de ocio, tamizada por la rentabilidad económica y utilizada como moneda de cambio ideológico, pero sólo en la reflexión radica la esencia de la cultura. "La castración de la cultura", afirma Adorno, "que provoca la imitada pasión de los filósofos desde tiempos de Rousseau se debe al propio desarrollo de la cultura como tal, para ser cultura, y a su enérgica y justificada oposición a la creciente barbarie del predominio de lo económico en su mundo".

Colaboración modélica

En el periodo de entregurras, T. S. Eliot puso en marcha un proyecto modélico de colaboración cultural europea. En torno a su revista The Criterion (1922-1939) fue capaz de articular a las mejores publicaciones de la época: Nouvelle Revue Française, Neue Rundschau, II Convegno y Revista de Occidente, entre otras, y de crear un trasiego constante de ideas y de intelectuales. Figuras esenciales del siglo XX como James Joyce llegaron a España por medio de la colaboración entre The Criterion y Revista de Occidente. Años más tarde, cuando las botas nazis retumbaban en Europa, el poeta y premio Nobel reflexionó sobre las causas que habían hecho languidecer el proyecto hasta su total extinción: "Una especie de autarquía cultural siguió a la autarquía político-económica". Pero nos legó un buen número de reflexiones en torno a las bases sobre las que debe asentarse el intercambio cultural europeo.

"La salud cultural de Europa", escribió Eliot, "requiere dos condiciones: que la cultura de cada país sea única y que las distintas cultural reconozcan la relación que hay entre ellas". En este punto intermedio, en este agudo filo de la navaja, debe establecerse la colaboración cultural europea. Ni lan unidos que exista la tentación de que una de las cultural se imponga a las demás, ni tan separados que sea imposible establecer nexos comunes.

La capital cultural de Europa debe incidir en estos dos presupuestos: por un lado, indagar en la cultura propia del país y, en particular, de la ciudad que los europeos han elegido ese año; por otro, adentrarse en el elemento común de las diferentes culturas. Un elemento común que Ellot definía como Ia interrelación en la historia del pensamiento, los sentimientos y el comportamiento". No es posible construir la unión cultural europea, de la misma forma que no se puede construir un árbol, sólo plantarlo, cuidarlo y esperar que madure a su debido tiempo.

Pablo López de Osaba es el director general del Consorcio Madrid 92.

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