La hora de las mentiras
Se ha repetido mucho últimamente que "la verdad es la primera víctima de la guerra". Ignacio Sotelo nos lo recuerda en un reciente artículo titulado La hora de la verdad (EL PAÍS, 7 de marzo de 1991), donde afirma que "nunca se miente tanto como en las guerras"; pero a tenor de su escrito se diría que aun se miente más en las posguerras. Y esto es grave: porque que mientan las partes contendientes durante el conflicto no es de alabar, pero sí perfectamente comprensible. Ahora bien, que uno de nuestros mejores intelectuales arme una fábula como las del barón de Munchausen y la publique en un periódico serio, y no precisamente en las páginas de humor o de creación literaria, es para convencer a cualquiera de la capacidad de devastación psicológica que tienen los conflictos bélicos.Según la fábula de Sotelo, Sadam Husein, esa inocente paloma, ese incauto chorlito, habría sido engañado por los pérfidos norteamericanos, que le hicieron creer que aprobaban la invasión de Kuwait. Y no sólo engañaron a ese pipiolo, sino a toda la comunidad internacional, que (con muy pocas excepciones) les secundó en un bloqueo de seis meses y luego aprobó el recurso a la fuerza si el bloqueo no daba resultado. ¿Y para qué este engaño a escala planetaria, del que sólo el amigo Sotelo (y quizá alguna otra mente privilegiada, que calla por prudencia) se ha dado cuenta? Pues está muy claro: para "dar la lección que se merece cualquier pueblo del Tercer Mundo que aspire a una cierta autonomía o que se salga de las reglas escritas y no escritas que impone el orden internacional establecido". Ya está todo claro. ¡Pero cuánta perfidia yanqui! ¡Cuánta represión! Mira que ponerse así por una invasión de nada... Aquí se ve el doble estándar: a Hitler, que era europeo, le dejaron anexionarse Checoslovaquia y Austria. En cambio, al pobre Sadam, como es del Tercer Mundo, ni invadir Kuwalt le dejan, con lo pequeño que es... Realmente, la lectura del artículo le deja a uno en la duda de si estará escrito en serio o no. Yo en mi fuero interno espero que no, y que Sotelo me diga públicamente que he picado como un tonto.
La segunda parte de la fábula es que no "se trataba de una guerra de Naciones Unidas para restablecer el orden internacional". Nueva sorpresa. Entonces, ¿qué eran esas 12 resoluciones del Consejo de Seguridad, cuya aceptación por la dictadura iraquí fue la condición para el cese de las hostilidades? El secretario Pérez de Cuéllar puede decir lo que quiera acerca de su falta de contacto con los ejércitos de la coalición, sin duda justificadamente. Pero esto no significa que esos ejércitos no tuvieran un mandato del Consejo de Seguridad para hacer lo que hicieron, y que la conducta del Consejo no estuviera totalmente de acuerdo con la misión que le encomienda la Carta de las Naciones Unidas para el caso de agresión de un Estado a otro.
Pero la gran mentira, la mentira que planea sobreentendida en el artículo de Sotelo, y sobre mucho de lo que se ha escrito en España acerca del tema, es que la reciente guerra del Golfo era un conflicto entre ricos y pobres. Esta idea indica un grave desconocimiento de hechos palmarios: en primer lugar, Irak no es un país pobre. Potencialmente es un país muy rico, que para su desgracia ha malgastado sus posibilidades en aventuras bélicas, de las cuales ha intentado resarcirse a costa de sus vecinos. Varios países árabes mucho más pobres, como Egipto y Siria, estaban con los aliados.
Esto está relacionado con la manida idea de un enfrentamiento Norte-Sur a escala mundial (suponiendo que el Norte es rico y el Sur pobre, lo cual desmienten los casos de Australia, Nueva Zelanda y Suráfrica, entre otros), que hace estremecerse de alborozo a ciertos intelectuales cada vez que algún país o grupo desafía a Estados Unidos o a sus aliados, provenga este desafío de un dictador argentino, de un coronel griego, de un clérigo iraní o de un general vietnamita. No hace falta mucha reflexión para darse cuenta de que de haberse salido con la suya Sadam, en nada se hubieran beneficiado los pobres del mundo (al contrario), como en nada se beneficiaron de la derrota de Estados Unidos en Vietnam. La esperanza de los pobres del mundo está en que sus Gobiernos les ayuden a educarse, a mejorar la distribución de la renta y la riqueza, y a limitar las tasas de natalidad. El mito de la guerra antiimperialista está pidiendo a gritos ser arrumbado en el desván de los eslóganes inservibles junto con la dictadura del proletariado, la solidaridad de los no alineados, el tigre de papel y otras lindezas,
Por último, ¿por qué no suponer, como es razonable, que Estados Unidos actuó por una mezcla de conveniencia y responsabilidad, y que la mayor parte de la opinión mundial compartió y admitió esos motivos? El error de Estados Unidos (y de la URSS) fue anterior a 1990: fue el haber apoyado a Sadam como mal menor contra Irán. Y, remontándonos más atrás, el haber apoyado incondicionalmente al sha de Irán, monarca evidentemente dictatorial e impopular, concitándose así el odio sarraceno de los revolucionarios iraníes. El flagrante delito de Sadam en agosto de 1990 le dio a Estados Unidos la oportunidad de rectificar estos grandes errores, de quedar como un campeón de la justicia y de la comunidad internacionales, de restablecer el equilibrio en la región, y de proteger a sus aliados árabes productores de petróleo. Pero eso fue después de una apresurada e incierta labor de contención desplegando tropas en la frontera saudí. Una vez allí las tropas, tras una costosa operación, era evidente que Estados Unidos no podía retirarse sin liberar Kuwait. Pensar que la jugada estaba ya prefigurada en julio de 1990 es desconocer la complejidad de las relaciones internacionales y la incertidumbre del camino que llevó hasta el comienzo de las hostilidades por tierra. No se trata sólo de las dificultades de forjar la coalición y de coordinar el bloqueo y el Ejército multinacional. Se trata también de la imprevisibilidad de Sadam, que hubiera podido tener un momento de lucidez a lo largo de estos seis meses y aceptar las resoluciones de las Naciones Unidas, privando así a los pérfidos yanquis de esa oportunidad de "dar la lección al Tercer Mundo".
La fábula de Sotelo pertenece a ese venerable tipo de explicaciones que atribuyen al enemigo demoniaco el don de la omnisciencia, la capacidad más perversa de maquinación para los fines más triviales. Yo le ofrezco una explicación aún mejor y más verosímil de la guerra del Golfo: la verdad es que fue todo un montaje de Bush para salir reelegido el año que viene. Después de ver los métodos a que recurrió en la elección de 1988 contra Dukakis in o tendría nada de raro.
es catedrático de Historia de la Economía de la Universidad de Alcalá de Henares.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Archivado En
- Ignacio Sotelo
- Tercer mundo
- Sadam Husein
- George H. W. Bush
- Javier Pérez de Cuéllar
- Opinión
- Diplomacia
- Consejo Seguridad ONU
- Guerra Golfo
- Irak
- Kuwait
- Relaciones internacionales
- Geopolítica
- Estados Unidos
- Nazismo
- Ultraderecha
- Política exterior
- Oriente próximo
- ONU
- Asia
- Guerra
- Ideologías
- Conflictos
- Organizaciones internacionales
- Política