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Tribuna
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Lo nuestro

Hay quien se resiste a creerlo, pero es cierto. En este país no valoramos lo autóctono. Esta reflexión, digna de Lola Flores o de Marifé de Triana, viene a cuento tras advertir el despliegue informativo que ha seguido al fallecimiento de monseñor Lefebvre, ese gran hombre que consiguió, con su mera existencia, que a la derecha del Papa hubiera alguien más que la pared. Aunque excomulgado y arzobispo, y con una colección de tiaras de muchísimo porte, Lefebvre no le llegaba ni a la punta de la enagua al, hasta hoy, más interesante de los cismáticos: Clemente, el del Palmar de Troya, que, para mayor abundancia, es papa, y es nuestro.Tengo la sospecha de que ni en el Vaticano ni aquí se toman en serio al papa Clemente, que constituye uno de los vértices del triángulo de las Bermudas del acervo popular patrio, Junto con las caras de Bélmez y la peripecia itinerante de la Pantoja. A mí, en cambio, saberle allá en su basílica, o lo que sea, me tranquiliza. Es un papa apacible, nada viajero - como no sea para ir a Sevilla a sacar o ingresar los cuartos y ponerse a tono de finos-, y, además, ciego. Si yo fuera Miguel Durán, lo tendría en nómina en Tele 5 y le pondría a presentar El cuponazo. Quedaría mucho más propio que el chico ese tan moderno, y además le daría al azar un toque de flagelo que serviría para alertar las conciencias de los afortunados por la suerte.

Por otra parte, con vistas al V Centenario, Clemente está siendo desaprovechado. Si lo mandáramos a América en la proa de una carabela, estoy segura de que las asociaciones indigenistas, por poco que les funcione el reflejo de Pavlov, se iban a enterar y dejarían de ponernos verdes.

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