_
_
_
_
EL ASFALTO

El espíritu de Barcelona

Juan Cruz

Barcelona, ahora, huele a nuevo. Valencia acaba de pasar por un terremoto de fuego. Sevilla está toda levantada. Y Madrid tiene en la plaza de Colón un plan estratégico. Bilbao, que vive su sueño industrial estrenando un puente pintado de blanco, no está pendiente de lo que pasa en los otros sitios, porque de Bilbao se espera que este ahí, que ya es bastante, pero no se espera nada más. Bilbao es el Dublín español, una sociedad feliz de ser ignorada: dentro de sí tiene su vida, y la disfruta mientras los demás se creen que los bilbaínos están quietos y alicaídos.Como de Bilbao, de cada ciudad se tiene un tópico: Barcelona es laboriosa, Sevilla padece el pecado de la pereza, Valencia explota, y Madrid, la ciudad de las seis letras, el tópico máximo, es una urbe caótica que llega tarde a todos los sitios. Ahora, como hay elecciones municipales en puertas y está a la vuelta de la esquina el gozne del 92, los tópicos urbanos se acrecientan y la gente termina creyéndolos.

Los españoles siempre se esperan lo peor: Madrid llegará al 92 y no será capital de la cultura, ni nada; la Expo nunca tendrá lugar, pues menudos son los sevillanos, y en Valencia pasarán de nuevo las fallas, que es lo que únicamente pasa. Con respecto a Barcelona, las cosas cambian. La indiferencia desdeñosa con que los españoles miramos los proyectos de las otras ciudades cambia cuando se llega a los proyectos de Barcelona. Los catalanes, se dice, son diferentes.

De Sevilla se espera que fracase la Expo, por ejemplo, que no funcionen las conducciones de agua, que se caigan los puentes, que se quede seco el Guadalquivir. De Madrid se espera que se diluya la M del nombre y que se caigan los emblemas de la capitalidad cultural; que se acabe la ciudad propiamente dicha y sea sustituida por una ciudad al azar, un invento más del universo de las imágenes.

Lista para habitar

De Barcelona, sin embargo, se espera eficacia, realizaciones, un señor desplegando un mapa de cosas hechas sobre una mesa de caoba. Al tópico no le falta razón. Estos días, Barcelona está, si se hubiera acabado una casa, lista para ser habitada. Como a los lugares se llega tantas veces por el aire, la ampliación del aeropuerto puede ser la metáfora de ese olor a nuevo que tiene la capital catalana: los baños limpios y amplios, como si esperaran a una multitud atildada, ejecutivos silenciosos que leen The Financial Times, teléfonos en funcionamiento por todas partes, cristalerías diáfanas para ver a los que se van y a los que vienen, ascensores a la espera (aunque aún no funcionan), y la instalación del silencio como una manera de la puntualidad: la gente empieza a hablar cuando los aviones tardan.

Eso se dice de Barcelona. De Sevilla y de Madrid, los otros eslabones del 92, se dicen cosas peores, porque el español tiene instalado el lugar común como el territorio más transparente: los de Madrid serán incapaces; los de Sevilla llegarán tarde.

Defectos como letras

Madrid tiene tantos defectos como letras, y Sevilla sólo tiene una letra más. Entre esos defectos está el de no querellarse contra la fabricación del tópico: daría la impresión por esos mundos de que en estas ciudades del Sur en las que la primavera entra como una bala de obús, con su ración generosa de sol y de olores, estuvieran todos los plomos fundidos, como si nunca pasara nada porque la gente no se ha levantado.

No se sabe qué fue antes, si el tópico o la gallina. En Madrid, la gente que antes se levantaba temprano también se acostaba temprano, y, ahora, los que se acuestan tarde se levantan temprano también. Y en Sevilla doy fe de que la gente cumple sus citas. Acaso sobrevuela el territorio español -y ojalá que acabe pronto ese vuelo- cierto espíritu de Barcelona que podría ingresar en el cuerpo de otras ciudades para acabar así de eliminar el más notorio de los tópicos españoles: hay ciudades que nunca llegarán a ningún sitio.

Sevilla por su lado y Madrid por el suyo tienen tras la puerta de este año una reválida que puede aliviarles del lugar común que se espera de ellas.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_