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Alivio de luto

Fernando Savater

Durante la pasada guerra del Golfo, las más espectaculares objeciones sobrevenidas en España no ocurrieron entre militares, sino entre civiles, y por nada menos que un ser o no ser. Abrió el fuego, si se me permite la expresión, Anguita la noche del primer bombardeo aliado, diciendo que se avergonzaba de ser occidental. En días sucesivos escuché a muchos renegar con gran sentimiento de ser españoles, de ser europeos y hasta de ser blancos. Rizando coquetamente el rizo, la popular autora de un éxito de ventas editorial erótico aseguró que lo que ella quisiera es convertirse en mono (mona, en su caso), no por capricho estético, sino por pundonor ético. Candidatos a protozoarios me parece que han faltado, pero no debemos achacarlo a escasez de entusiasmo, sino quizá a una deficiente preparación en biología...No tengo objeciones contra estas objeciones: Shakespeare contó que sus crímenes volvieron a Ricardo III de sí mismo", y Cioran ha insistido en que todo hombre ansía secretamente desmentir su ser. Sin embargo, creo que en ellas subyace un problema alarmante, la cada vez más perceptible disociación entre juicio ético y acción efectiva. Los principios éticos parecen no dirigir la acción, sino que empiezan por repudiarla; la moral no sirve para tomar decisiones, sino para aplaudir o silbar las decisiones tomadas por otros. Gracias a este automatismo weberiano, todo el mundo sale ganando: quien decide se siente disculpado de moralizar, quien moraliza ya no necesita decidir; o sea: se desvincula éticamente de lo en su nombre decidido en el terreno público. Tal como ese marido convencido de mandar en su casa en lo importante (qué ministros deben ser nombrados, cuánto presupuesto es preciso dedicar a la investigación espacial, con qué naciones debería el país trabar alianzas ... ) y que cede gustoso a su mujer el poder ejecutivo en lo trivial (el menú del día, el lugar de veraneo, los estudios de los hijos ... ), la ética ordena y manda en lo colectivo, mientras que las opciones individuales las rige la estrategia. Cada cual es desprendido en lo común, donde cree que nada le cuesta, e interesado en lo privado; es decir, cuando de verás actúa. ¡Qué lejana está la devastadora coherencia de aquellos primeros cristianos que no tomaban las armas para defender al imperio, desde luego, pero tampoco pleiteaban, ni reivindicaban su causa ante los tribunales, ni prestaban dinero con intereses! Ahora, arrepentirse virtuosamente del propio ser disculpa de todo concreto vicio en el actuar personal y exime de asumir las circunstancias que vayan haciendo posible lo públicamente más deseable.

La tendencia al fomento de la inquina civil que se ha visto en el debate sobre la participación española en la guerra también es preocupante. Piadosos herederos del unanimismo católico, seguimos creyendo (o fingiendo creer) que los que opinan diferente están pagados por los enemigos del bien o poseídos por el satán de su concupiscencia. Todavía no hay derecho a equivocarse gratis o de buena fe... El oro de Moscú sigue siendo moneda corriente: los manifestantes pacifistas se mueven por "intereses bastardos" o están financiados por Sadam, los demás pacemos en el pesebre oficial. El chafarrinón caricaturesco no sólo ha sido manejado por las petardas y los zoquetes previsibles, sino por escritores de primera fila que no han renunciado a evocar las "bocazas pintadas con sangre" de los "abogados de la muerte", en la línea de aquellos fiscales soviéticos que en los años cincuenta llamaban a Sartre "hiena dactilógrafa" y "chacal con estilográfica". Convicto de ser el único movimiento político de este siglo que ha producido mayor brutalidad y más duradera que el fascismo, tras fracasar en todos los campos, desde la planificación económica al realismo socialista, el leninismo busca perpetuarse al merios por sus logros en la retórica de la descalificación... Y sus lecciones han ganado adeptos hasta en sus antípodas ideológicas, como demuestra sobradamente el pintoresco diario Abc, siempre proclive a una lógica de la desfachatez más habitual en psicopatologías individuales que en medios públicos de información.

¿Cómo llevarerrios ahora el alivio de luto? Dejemos de lado, en remojo, para que vayan ablandándose, a los apocalípticos que claman contra el nuevo Big Brother de la democracia totalitaria y a los que sentencian que todo lo ocurrido en la guerra es mentira para así encubrir que resultó mentira cuanto dijeron que iba a ocurrir en la guerra. Intentemos un pensamiento menos estéril. Esta posguerra demostrará lo que todas: que una guerra piaede tener buenos efectos militares pero nunca buenos efectos políticos. Para lograr éstos hay que emplear un instrumerital mucho más fino. En un artículo allá por septiembre apunté que urgía un Plan Marshall a escala mundial y de tal envergadura que no podría ser llevado ni por EE UU ni por ningún otro país en solitario. Me señalan que lo que falla en mi analogía es que el Plan Marshall aportó dinero allí donde ya había hombres y estructuras preparados para impulsar sus naciones. A los países de Oriente Próximo, en su mayoría, les sobra dinero: lo que les falta son estructuras democráticas y secularización política. ¿Puede llevarse a cabo un nuevo tipo de Plan Marshall que provea de estos bienes, más sutilmente imprescindibles que el capital financiero? Creo que ha de intentarse, sin dejarse impresionar por quienes clamen contra la "injerencia en asuntos internos" o denuncien este esfuerzo como "neocolonial". Y para ello será preciso potenciar al máximo la ONU, en lugar de berrear denuestos o extenderle un apresurado e injusto certificado de defunción. Decía Lao-Tsé: "Cuando alguien no es virtuoso, le digo que es virtuoso y llega a serlo". Es el caso de aplicar esta sabiduría china (más fiable que la de los actuales gerifaltes chinos, que tan bien se llevan con nuestros gobernantes) y comprometer a la ONU con la responsabilidad de su propio discurso legitimador.

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¿Y España? ¿Y Europa? Si algo ha demostrado nuestra participación en el conflicto es lo absurdo de intentar resolver el problema de objetores e insumisos a base de represión. Está claro que el servicio militar obligatorio el rechazado mucho más por obligatorio que por militar, aunque a veces se diga lo contrario para quedar bien. Cuanto más tardemos en adoptar algún tipo de ejército profesional, más se envenenará nuestra posible participación en el modelo defensivo de la Europa unida. Pero ¿llegaremos a algo parecido a esa Europa? María Zambrano, en su ensayo La agonía de Europa (escrito a finales de la guerra mundial), señaló que la reactivación europea de la posguerra tropezaba con dos obstáculos: los prisioneros del rencor y los adoradores del éxito. Compruebo con melancolía que el diagnóstico sigue siendo válido... mientras no queramos remediarlo.

Fernando Savater es catedrático de Ética de la Universidad del País Vasco.

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