El estilo japonés de Donald Trump

El uso de un bien tiende a expandirse hasta que su precio es igual a la utilidad marginal, según un principio económico cuya aplicación al mercado de valores es poco menos que imposible, como ocurre con la mayoría de los axiomas.Por supuesto, no hay bien que lo resista, por mucho que esté en la raíz de la riqueza o de los grandes patrimonios, como es el caso de las propiedades inmobiliarias. El rally repentino de ayer de los cementeros -indicador y soporte de las avalanchas inmobiliarias- vino a demostrar el caso: no se venden viviendas ni en las tómbolas de barrio; pero la Bolsa, eufórica y desbocada, descuenta expectativas con resonancias exóticas referidas a un emirato recién liberado. La complejidad de la industria de valores acabará demostrando la cuadratura del círculo.

Lo de ayer con los cementos es digno del mismísimo Donald Trump, el hijo de un pequeño constructor de Brooklyn que a sus 40 años anunció poseer algunos millares de dólares. Ya era propietario de Trump Park, Trump Tower y el hotel Plaza, en el centro de Manhattan. La rapidez de Trump, o la de los tomadores españoles al finalizar la semana, es una aplicación práctica del estilo japonés en el mundo de las inversiones.