Ben Johnson
El 'césar' negro fascina en Sevilla
Todos miran a ese césar negro que se acoda con desgana en el mostrador de recepción. Un cuarentón un poco acartonado, con el tupé cortadito a navaja, se dirige a otro con la misma traza: " Cusha, ¿ar vizto ar Yonsho?-. El tipo se da la vuelta y se queda pasmado. Es cierto, ahí está Ben Johnson, y todos a su alrededor se quedan como ale lados: los guardias de seguridad, los ascensoristas, las azafatas del hotel sevillano, los periodistas, las mujeres que acompañan a sus maridos a una convención de Sevillana de Electricidad o a una reunión de especialistas en Roxytromicina, o algo así. Y los maridos miran más que nadie, todos con su blazers y sus corbatas discretas entre maravillados y envidiosos. Incluso Patrick Sjoeberg, el gran campeón sueco de salto de altura, le echa un vistazo mientras apura un nuevo cigarrillo.Johnson despierta en Sevilla la fascinación de los mitos. Desde su altura, se muestra huraño, casi feroz. Nada parece satisfacerle. Deambula por el hotel y mueve la cabeza mecánicamente. "No", dice a todo el mundo. Una china diminuta se acerca con una cámara fotográfica y una irreprimible sonrisa oriental. La china se lleva un bufido y una mirada incandescente. Johnson lleva unas horas en Sevilla y cultiva las formas caprichosas de los genios. Su genialidad residió alguna vez en derrumbar los límites del hombre. Desde entonces, este canadiense de origen jamaicano se muestra cada vez más intratable.
El carácter aleatorio de sus decisiones se observa en el vestíbulo del hotel. Sólo charla con el pequeño clan jamaicano que domina las pruebas de velocidad en el equipo canadiense de atletismo. De vez en cuando accede a firmar un autógrafo a algunas de las azafatas del hotel, e incluso se anima a charlar con ellas. Cuando habla tiende a atrancarse, más que a tartamudear. Dicen sus biógrafos que es un reflejo de su introversión, pero Johnson no parece muy introvertido cuando asegura a su clac femenina que las mujeres españolas son muy guapas, y sobre todas, Loreto, una morena racial que camina a toda máquina por el vestíbulo del hotel.
Embutido en un chándal con la marca de una empresa que le paga 100 millones de pesetas por temporada, Johnson pasea por el hotel y lanza miradas terribles a todo el mundo. Para ello dispone de unos ojos; casi pétreos, con unas órbitas amarillentas, salpicadas dé venillas rojas. Sólo con sus amigos y con su madre, Gloria, su rostro se ablanda. Su madre le ha acompañado a Sevilla, aunque se aloja en otro hotel. Cuando están juntos, se hace realidad la leyenda de un pequeño jamaicano que emigró con su madre a Canadá. Dicen que siente una adoración infinita por ella. Por el resto de la humanidad no parece sentir demasiado aprecio. La gente lo sabe y le mira con temor, aunque hay uno que se atreve a romper el mito. Es un guardia urbano que le pide autógrafo al campeón. Del bolsillo saca un papel y lo esgrime ante Johnson. De repente, el atleta feroz se queda petrificado y pide ayuda. "¿Qué es esto?", grita. A falta de otro papel, el guardia le ha entregado una multa. Descompuesto, Johnson baja de su columna y se hace humano. Las multas también le hacen efecto, como a casi todos.
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