La paz para quien la trabaja
Al leer La muerte para quien trabaja (EL PAÍS, 26 de febrero de 1991), y creyéndome incluido en el retrato robot de "intelectual orgánico con las manos manchadas de sangre", me he sentido impelido a asumir la defensa de quienes el señor Vázquez Montalbán ha convertido en blanco de sus exabruptos, sin otro título que haber sido responsable durante casi 10 años de la política de defensa del PCE y, en el presente, modesto pero activo colaborador en el diseño colectivo de la política de seguridad internacional de este Gobierno; en todo caso lo hago a título individual y desde la óptica de una sensatez pragmática frente a la insensatez ética preconizada.Señor Vázquez, usted quizás no se ha enterado de lo ocurrido en el mundo en los últimos años. Afirma que "no asistimos a una primera acción de un nuevo orden internacional, sino a una penúltima acción del viejo orden internacional". El viejo orden bipolar, caracterizado por ser injusto pero estable, se ha quedado con la perestroika para alumbrar un nuevo orden monopolar que sigue siendo injusto, pero que, además, empezaba a ser muy inestable. La pieza clave de la estabilidad mundial radica en el principio de la inviolabilidad de fronteras, que sólo cabe modificar de mutuo acuerdo entre las partes implicadas. Este principio no puede tener excepciones.
Alardea usted de pacifista, pero es poco convincente; porque el Pacifismo, con mayúsculas, es omnidireccional y se manifiesta contra toda agresiones a la paz venga de donde vengan. Parece como si sólo se preocupase por la paz cuando hay un conflicto Norte-Sur (y éste no lo es), para jugar al fácil maniqueísmo de buenos y malos, ricos y pobres, y sacar a colación la mala conciencia de bon vivant que algunos llevan dentro. Los conflictos Sur-Sur clásicos, por el contrario, le traen al fresco, porque no son comerciales para mentes que se despiertan a diario con el síndrome de "qué ha hecho el Gobierno, que me opongo".
Pacifista en términos rigurosos es aquél que valora de tal forma la paz, como bien supremo, que está dispuesto a preservarla a cualquier precio utilizando todos los medios a su alcance para evitar la guerra. Si desgraciadamente ésta se produce, emplea el mismo empeño en restaurar la paz, coadyuvando intelectualmente a la derrota de los belicistas y no premiando a éstos con una actitud de neutralidad que forzosamente es parcial.
Paz y violencia no son necesariamente opuestas, y en situaciones extremas son incluso complementarias: se necesita violencia para restaurar la paz; la renuncia a la violencia legítima cuando la paz ha sido violada es todavía más grave, es connivencia por omisión con los belicistas.
En esta guerra, por primera vez, España ha estado donde tenía que estar, contribuyendo solidariamente a restablecer la paz internacional. Las razones de Estado obligan a veces a adoptar decisiones impopulares, como el apoyo logístico a los bombarderos B-52.
Aliados y enemigos
En una guerra no caben medias tintas, hay que optar soberanamente por elegir quiénes son nuestros aliados y quiénes nuestros enemigos. Una vez hecha esa opción, sería incoherente no adoptar las medidas militares adecuadas para reducir al mínimo las muertes de nuestros aliados. Los bombardeos de los B-52 tenían como objetivo ablandar las defensas terrestres iraquíes para evitar en la batalla terrestre un elevadísimo número de víctimas aliadas. Los hechos han demostrado sobradamente que el apoyo fue no sólo correcto, sino determinante de que la "madre de todas las batallas" durase apenas 24 horas. España cumplió con su objetivo de reducir al mínimo las bajas de la coalición. Sadam no cumplió del mismo modo con su ejército, y es el único responsable de la guerra.El señor Vázquez dice que a la "lógica de la guerra se opone la lógica de la paz disuasoria", lo que me produce perplejidad; la paz puede ser un elemento de atracción, pero jamás de disuasión; la disuasión, por definición, es coercitiva y no figura entre los atributos de la paz. La disuasión se ejercita mediante la simple- exhibición del palo; la paz es la atracción de la zanahoria. La zanahoria nunca podrá disuadir, salvo que hagamos trampas y sea (le madera. Simplifica de nuevo la cuestión de fondo de las opciones del intelectual ante la política con un dilema maniqueo: "O se apuesta por el bloque histórico largamente dominante o se apuesta por transformarlo". Pues lo tiene usted muy crudo, porque esa transformación sólo puede hacerse violentamente, mediante una revolución, o pacíficamente, a través de las urnas. En el primer caso, no le veo ya pegando tiros, dado su amor por las armas; y en el segundo, dlado el desprecio que siente usted y algún ilustre colega suyo, como Antonio Gala, por la llamada democracia formal, que le lleva a decir que este Gobierno no representa a nadie, sus alusiones a la transformación social me parecen retórica.
El problema es que pertenece usted a esa especie de izquierda contemplativa que se sustenta en la crítica permanente al poder y que no puede digerir que haya una izquierda realista y sensata, que por primera vez ha cogido el toro por los cuernos y ha asumido la dura, y muchas veces incomprendida, tarea de transformar el país. Ese es su verdadero drama de intelectual contemplativo, señor Vázquez, que para usted la izquierda no puede mancharse las manos gobernando porque esa tarea la reserva intelectualmente para la derecha, aplazando sine die la transformación de un orden que en el fondo no le molesta tanto, pues no pone ningún interés en que cambie. Como buen perro del hortelano, ni come ni deja comer.
Lo que este país necesita es hacer un enorme esfuerzo pedagógico para trasladar el consenso parlamentario al consenso social y acabar con el poso cultural del neutralismo, común denominador aislacionista de su izquierda nostálgica y de la derecha franquista.
Como conclusión, un consejo: no sea exclusivista, señor Vázquez. Si la paz fuese sólo para quien la trabaja hace tiempo que usted estaría en paro, porque con su falso pacifismo lleva tiempo trabajando por la guerra, y, lo que es peor, sin enterarse.
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