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Por un beso

Las colas para visitar el viernes al Cristo de Medinaceli comenzaron 48 horas antes

Francisco Peregil

Miércoles por la tarde. En el bar que está frente a la iglesia del Cristo de Medinaceli, los fieles comienzan a pedir la vez. El jueves por la noche ya hay una cola que llega hasta el paseo del Prado. El viernes a la una se espera la llegada de los Reyes para besar el santo. La iglesia está resguardada por 100 esclavos ataviados con escapularios de cinta azul que distribuyen como guardias de tráfico las colas de fieles que pugnan por entrar en el templo. Miles y miles de fieles, y mujeres, muchas mujeres, que se bajaban de autobuses con matrícula de Jaén, Toledo y Ciudad Real.

De repente, en cuatro calles ale dañas se corta el tráfico. Lo agentes del Cuerpo Nacional de Policías que desembarcan de ocho furgones a duras penas pueden contener a la gente que quiere ver a don Juan Carlos y a doña Sofía. Un señor de 30 años le comenta a su amigo "Macho, se me ha colgado tu madre del brazo y la he tenido que llevar al autobús. Me la encontré aquí a las diez de la mañana en primera fila, muerta de frío, y me dice que esperaba al Rey. Así que le dije que el Rey no venía hasta la una y media y la llevé a la parada".

"Asqueroso y piojoso"

En las cuatro puertas de entrada, los fieles, en su mayoría mujeres, discuten. Los más listillos intentan entrar por las puertas de salida, pero allí se encuentran con la muralla de los esclavos. Una señora se dirige al esclavo de la salida de la calle de Cervantes:-Mire, traigo invitación a la misa y voy a entrar.

-A mí me han dicho que no entre nadie por aquí, y usted no entra -le contesta el feligrés, que porta un insignia en la chaqueta con un yugo y cinco flechas.

-Pues sí que entro.

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-Pues no entra.

-Ya verá como sí.

-Ya verá como no.

Al final no entra. A los cinco minutos, un cincuentón se acerca al mismo esclavo.

-Mire, quería hablar...

-Pues hable en la acera y no se me suba al umbral.

-Venga ya, hombreee..., tío asqueroso, piojoso -dice mientras se aleja impetuoso.

Dentro, los Reyes pasan entre saludos y aplausos para besar al Cristo. Una vez cumplido el rito se marchan estrechando de nuevo las manos de los fieles, mientras que del órgano salen las notas del himno nacional. "Qué majo es el Rey", comenta una joven, "alarga la mano todo lo que puede, la alarga mucho". Al salir los Reyes se oye la voz del párroco. "Continuaremos con la celebración de la eucaristía si somos capaces de guardar silencio". A los diez segundos: "A la gente que está al fondo de la iglesia yo les rogaría un poco de silencio". Pero el fondo se empeña en despedir al Rey.

A los peatones que pasan por la zona sólo se les ocurre preguntar por qué viene tanta gente a ver al Cristo. Según un monje de la iglesia, la gente viene a agradecer, "sobre todo a dar gracias". En la iglesia, sin embargo, se comenta que si se piden tres deseos, el Cristo concede uno.

En mitad de la calle de Cervantes, los esclavos cortan la cola intermitentemente, justo donde la tienda de imágenes. Por 50 pesetas se puede comprar una medalla, y por 8.000 un cuadro, pero los objetos de más éxito son los llaveros, a 150 pesetas. El padre Ángel Garcia, a cargo de la tienda asegura que cada vez la gente quiere las imágenes más grandes.

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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