Guerra y censura
La guerra plantea de inmediato el problema -problema clásico y, a la vez, sin solución posible- de la razón de Estado. La razón de Estado, se entiende, modificada por las razones o por las sinrazones de la guerra. La guerra puede tener justificaciones teóricas -las tiene de sobra, en el caso del conflicto del golfo Pérsico-, pero siempre contradice sus fines, y nunca es, en consecuencia, enteramente justa. Por ejemplo, se hace esta guerra en defensa de la libertad, en contra de un dictador ambicioso, reconocidamente peligroso, pero las necesidades bélicas erosionan las libertades más clásicas, y lo hacen desde fuera y desde adentro, en forma insidiosa, venenosa.Una encuesta realizada en estos días en Estados Unidos revela que el 57% de los ciudadanos norteamericanos es partidario de un control mayor de las noticias por parte de los militares. En momentos críticos, los ciudadanos del país de la libertad se convierten muy pronto, sin darle mayores vueltas al asunto, en partidarios abiertos, beligerantes, de la censura. Una dueña de casa de San Augustine, Tejas, le escribe a un periodista del Chicago Tribune: "Celebremos la censura... A causa de las libertades de que goza nuestro país, muchos norteamericanos creen que tenemosderecho a recibir toda la información, incluso aquella que está clasificada. ¡Qué ridículo!".
Tenemos que reconocer, de todos modos, que el país ha recibido las noticias y hasta la propaganda de todos los bandos con una amplitud extraordinaria. El rey Hussein de Jordama acaba de efectuar un ataque solemne, formal y a fondo a las potencias aliadas. Si se hubieran empleado en favor de la paz, ha dicho, los mismos esfuerzos que se realizaron para montar una enorme maquinaria de agresión, habríamos podido evitar esta situación tan dramática. Pero la guerra sólo se puede entender, a su juicio, como un gran intento de Israel y de las principales naciones de Occidente para destruir a la nación árabe. El discurso, traducido por una voz en off al inglés, ha sido transmitido en forma completa, en los espacios de mayor sintonía, sin la más mínima interrupción.
Más impresionante aún, desde el punto de vista de la libertad de información, amenazada por la psicosis de guerra, pero dos, han sido las transmisiones del corresponsal de la CNN, único de una televisión occidental que ha permanecido en Bagdad todo este tiempo. Lo vemos todas las tardes, transmitiendo desde las primeras horas de la madrugada de Bagdad, a veces en medio del estallido de las bombas y del silbido de los misiles, y sabemos que sus transmisiones, necesariamente, están controladas hasta en los menores detalles. El hombre ha conseguido entrevistar a Sadam Husein, a pacifistas norteamericanos que viajan en estos días a Irak; ha mostrado los efectos de los bombardeos en la población civil; ha filmado a una señora que protestaba en inglés contra los bombardeos, enfurecida, gritando frente a las cámaras: "¡Somos seres humanos!". Pues bien, unos piden que este periodista, Peter Arnett, corra más riesgos, que escape de los controles iraquíes, y otros protestan porque sus informaciones sirven a la propaganda de Irak. ¿Cómo mantener la moral militar en alto, dicen, cuando la propia televisión muestra los aspectos dolorosos de la guerra en el campo contrario, las casas en ruinas, las víctimas inocentes? Hace menos de un ano, en marzo de 1990, un periodista irano-británico fue ahorcado sin mayores trámites en Bagdad, acusado de espionaje, de manera que la posición de Arnett no es precisamente cómoda. Pero las críticas no cesan. Los duros, los halcones de aquí, lo ven demasiado contaminado por la vida diaria en el otro lado.
¿Cómo no contamiriarse, en efecto? ¿Cómo no participar de alguna manera, cuando se está al otro lado? La visión puramente militar de las cosas nunca dejará de ser simplificadora, deshumanizadora. Los chilenos de esta década tenemos autoridad para decirlo. Lo ideal en la guerra sería que el enemigo sea bárbaro, irracional, perverso. La encarnación de satanás, como describe Husein al presidente Bush. Nada más Fácil que luchar contra la encarnación de Satanás. Pero ocurre que Peter Arnett, en sus declaraciones desde Bagdad, cuenta que los periodistas iraquíes son personas cultivadas, educadas, bien informadas, que se reúnen con él y conversan en forma civilizada, tomando unos tragos. "¡Qué es esto!", exclaman los halcones. "¡Bienvenida la censura!", exclama la señora de San Augustine, esto es, San Agustín, Tejas. Espero que esa dichosa señora, para colmo, no tenga un nombre hispánico, ¡de inquisidores coloniales!
Lo peor de todo el asunto, y que puede llegar a adquirir aspectos dramáticos, es que la guerra y la Iibertad, por su naturaleza misma, se contradicen. En el país de la libertad, donde la pluralidad, sin duda, es sorprendente, las libertades de información y de expresión son discutidas, amenazadas por la psicosis bélica. Ya se sabe que el ejército, por ejemplo, ha prohibido transmitir las imágenes de los primeros ataúdes, de las primeras bajas norteamericanas. Y ha reconocido de mala gana que esas bajas fueron producidas por errores de la artillería aliada.
En resumidas cuentas, la razón de Estado, en la guerra, tiende a pervertirse. Una vez que la máquina se pone en marcha, la justificación originaria se pierde gradualmente de vista. Si la razón de Estado siempre ha sido peligrosa, las razones del Estado en tiempos de guerra lo son en forma extrema. Los no militares, los ciudadanos de a pie, no tienen más alternativa que defenderse con dientes y uñas, con la convicción de que la guerra nunca podrá justificarlo todo.
es escritor chileno.
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