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De las guerras y cómo acabarlas

Los estrategas militares no prestan una atención sistemática al problema de cómo terminar las guerras, y los militares que las planifican han descuidado este problema tradicionalmente, concentrándose en cómo empezar las guerras y combatir en ellas de forma satisfactoria más que en cómo concluirlas si las cosas no discurren de acuerdo a los planes trazados. Los líderes japoneses, por ejemplo, desarrollaron un ingenioso plan para su ataque a Pearl Harbour, pero no tenían ni idea de cómo terminaría la subsiguiente guerra con EE UU.Al tratar este tema, uno debe distinguir entre el mero cese de las hostilidades y un acuerdo de paz que intente resolver los conflictos que han provocado la batalla. Las hostilidades deben concluir con un alto el fuego o un armisticio que deje los temas conflictivos sin fijar y que aplace su tratamiento a una posterior conferencia de paz. De hecho, el final del combate puede ir acompañado de diversas consecuencias. La derrota militar completa de uno de los bandos, de un extremo, plantea problemas mucho más sencillos a los pacificadores que los conflictos que se enconan en un estancamiento militar y sólo pueden ser arreglados mediante negociaciones.

Además, hay que distinguir entre varias formas de guerra, cada una de las cuales plantea, de alguna forma, diferentes problemas para su terminación. En la guerra total, cada bando se esfuerza por lograr la victoria total, lo que significa la rendición incondicional de su oponente. Ejemplos de guerra total. son la I Guerra Mundial, que no empezó como tal, pero se fue convirtiendo en ello de forma gradual, y la II Guerra Mundial, que desde el principio fue casi una guerra total. En conflictos así, la negociación juega un papel menor en la finalización de la guerra que en las guerras libradas por objetivos limitados con medios limitados.

Simetrías

Hay diversos tipos de guerra limitada. En algunas, hay una completa simetría de objetivos, viendo ambas partes el conflicto como limitado, mientras en otras los objetivos de ambos contendientes son claramente diferentes. Finalizar una guerra limitada simétrica plantea problemas que difieren significativamente de los que se encuentran en un conflicto asimétrico, en el que un bando ve sus objetivos como limitados, mientras su oponente los ve virtualmente sin límite.

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Entrando en la última categoría, hay muchas guerras entre grandes y pequeños Estados: por ejemplo, guerras anticoloniales o de sublevación en las que los que están en el bando más débil luchan por su independencia y tienen la sensación de que su propia existencia está en juego. En tales conflictos, los dirigentes del bando militarmente débil pueden hacer virtualmente un número ¡limitado de exigencias. Llevando adelante una guerra de desgaste contra la gran potencia y exigiendo sacrificios prolongados y cada vez mayores, el pequeño Estado confía en debilitar el apoyo popular a la guerra en el Estado más poderoso y finalmente convencer a su gente y a sus líderes de que el coste de continuar la guerra desborda los objetivos por los que luchan.

Una gran potencia tiene otras desventajas en esta clase de guerra, porque ha de afrontar otros muchos intereses y compromisos que compiten con las demandas de la guerra. Aunque posee capacidades militares enormes, puede encontrar muchas de ellas inapropiadas para el tipo de guerra impuesta por su adversario más débil. Además, ocurre a menudo que una gran potencia es valorada por su propio pueblo, además de por la opinión pública mundial, con rasero más alto que su enemigo más débil si usa medios de guerra moralmente repugnantes. La guerra de Vietnam es un ejemplo reciente de esta clase de conflicto asimétrico.

Hablando en general, los objetivos de guerra de ambos bandos son más flexibles en una guerra limitada y, simétrica que en una guerra total, y es más fácil para sus Gobiernos y pueblos contemplar acuerdos de compromiso. Al mismo tiempo, sin embargo, conflictos de baja intensidad inicialmente limitados pueden intensificarse; tanto los objetivos como el valor cifrado en ellos pueden incrementarse con el transcurso de la guerra, y con esto, la intensificación de los medios empleados puede continuar.

Variables muy diferentes son capaces de prolongar las guerras o de acelerar su fin. El número de estas variables y la complejidad de su interacción se ha incrementado como resultado de la revolución diplomática. Una decisión de un Estado sobre continuar o terminar una guerra y su capacidad para hacerlo puede estar afectada por la personalidad de sus dirigentes, su estructura política, el papel de los dirigentes militares y su capacidad para influir en la toma de decisiones y el papel de la opinión pública y los grupos de presión.

Además de estos factores internos que influyen en la intención y la capacidad de los gobernantes para acabar un conflicto militar, varios aspectos del sistema internacional pueden jugar también un papel significativo. En muchos conflictos militares, uno. o ambos combatientes pueden depender de aliados para apoyo material o diplomático.

El papel de los militares en lo que respecta a la terminación de la guerra ha sido a menudo simplificado. No es correcto hablar de los "militares" como si fueran algo homogéneo; realmente hay una considerable diversidad de opiniones en la Mayoría de las organizaciones militares. Derivan no sólo de la diferenciación en varias armas (Ejército de Tierra, del Aire y Armada), sino también de los papeles funcionales y las especializaciones que mantienen las jefaturas de muchos servicios del Gobierno central y entre los altos Mandos y los jefes en el teatro de operaciones.

En Estados Unidos hay tres fuentes militares de asesoramiento de guerra, cada una de ellas distinta de las otras. La primera proviene del comandante en el campo de operaciones. Normalmente éste pone el acento en aquel escenario particular y en la necesidad de apoyar el esfuerzo allí. A menudo es optimista.

La segunda procede de las distintas armas, y normalmente se sitúa en Washington. Los oficiales tienden a enfocarlo según el papel de su propia arma en la guerra y en el mundo de la posguerra, y tratan de incrementar su presupuesto y poder en relación con las otras armas.

La tercera viene de los altos asesores militares del Ejecutivo, por ejemplo el presidente. A menudo, cierto número de oficiales son separados de su servicio para servir en el alto mando para la planificación. Estos asesores tienden a estar más cerca de las realidades políticas de la guerra y menos influenciados por el ejército. Debido a su mayor objetividad, este último grupo carga con gran parte del peso de la planificación del final de la guerra.

Negociar con ventaja

Aún hay otro factor que trabaja para prolongar la guerra. Se trata de la tendencia de los dirigentes civiles y militares a posponer los esfuerzos serios de negociación del final de la guerra hasta que se alcance una ventaja en el campo de batalla. La lógica que sigue esta preferencia es que una posición militar superior en el campo de batalla rendirá una influencia diplomática adicional en la mesa de negociaciones. De esta forma, el bando que sufre una desventaja en el combate a menudo prefiere posponer las negociaciones serias hasta que haya mejorado el balance militar. Lo que vence esta lógica con mucha frecuencia es que ambos contendientes operan bajo la misma premisa.

Cuando ambos bandos siguen este proceso para acabar con el conflicto, como en la I Guerra Mundial, se alternan en escaladas de guerra y buscan el éxito en el campo de batalla que se haga decisivo en la obtención de un mejor acuerdo negociado. La búsqueda de una ventaja militar políticamente decisiva a menudo se muestra esquiva, y el conflicto es prolongado de forma innecesaria. El análisis de las guerras de Corea, Argelia y Vietnam muestra cómo no fructificaron los incrementos adicionales de fuerzas como un medio de inducir al oponente a moderar su posición en las negociaciones.

Las guerras son prolongadas a menudo como resultado de estimaciones militares demasiado optimistas sobre la efectividad propia y nada realistas infravaloraciones del oponente.

¿Qué factores, entonces, se ponen en movimiento y facilitan los esfuerzos para terminar un conflicto? Hablando en general, un Estado beligerante no considerará finalizada la guerra a menos que haya logrado un mínimo, esto es, los objetivos más importantes por los que ha combatido. La alternativa es seguir luchando o la rendición.

es master en Estudios sobre la Guerra por el Ying's College.

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