El estrangulado de la calle del Oso
Un peluquero fue encontrado atado de pies y manos en una cama de su vivienda
Casto C. acudió aquel 12 de febrero de 1978 -acaban de cumplirse ahora 13 años- a visitar a su amigo Antonio Santos Ramos, peluquero, residente en el número 21 de la calle del Oso, cerca del Rastro madrileño. Llamó repetidamente ala puerta y no obtuvo la menor respuesta. Fue en busca de la vecina Dolores García Hervás y ambos entraron en la casa con un duplicado de las llaves. Al levantar las sábanas de la cama, ante sus ojos apareció una escena espeluznante: Antonio yacía desnudo, boca abajo, estrangulado con dos corbatas y con la cabeza destrozada a golpes. Los autores del bárbaro crimen siguen en libertad.
Antonio Santos Ramos, nacido en Sevilla en 1944, estaba soltero y trabajaba en una peluquería de señoras situada en el paseo de Extremadura. Desde nueve meses antes de su muerte ocupaba en la calle del Oso un piso bajo, de 33 metros cuadrados, al que solía invitar a grupos de amigos. "Nunca trae a mujeres", cotilleaban entonces los vecinos con cierta malicia. Por tal motivo, en el barrio estaba considerado como "un hombre raro".Los autores del macabro hallazgo avisaron a la comisaría del distrito de Arganzuela, cuyos inspectores realizaron la correspondiente inspección ocular. Así comprobaron que la víctima tenía fuertemente anudadas en torno al cuello dos corbatas (una de colores azul y blanco, y la otra de tonos rojos), además de estar atado de pies y manos con una sábana.
"Daba la sensación de que Antonio Santos no había presentado resistencia o bien que fue fácilmente reducido por dos o tres personas", recuerda uno de los agentes que intervinieron en las investigaciones.
En la mesilla de noche situada junto a la cama había un grueso cenicero de cristal manchado de sangre. Y no había necesidad de ser un Sherlock Holmes para deducir que los golpes que la víctima presentaba en la cabeza le habían sido inferidos con tal artefacto por sus sañudos atacantes.
Potaje andaluz
Sobre el tresillo del pequeño salón había un abrigo recién sacado de la tintorería y un par de calcetines. En una butaca estaba otro abrigo de color azul, mientras que unas botas y un pantalón se encontraban tirados en el suelo, y sobre una estufa de butano reposaba la camisa de la víctima. La cocina del apartamento se hallaba en completo desorden.
Los policías de la comisaría ele Arganzuela se dedicaron a reconstruir las últimas horas de la vida del peluquero Antonio Santos. Averiguaron que el día anterior a su muerte había pedido a una vecina una cacerola rara hacer un potaje andaluz, ya que estaba esperando la llegada de dos amigos de Sevilla. Sin duda se trataba de los dos hombres con los que esa misma noche fue visto en varios clubes de ambiente gay de la zona centro, cerca del paseo de Recoletos.
Antonio Santos se encontró casualmente con su amigo Casto en el club Gales, situado en la calle de Pelayo, y le invitó a ir al pub Topxi, en la calle de Augusto Figueroa, donde había quedado citado con los dos amigos sevillanos. Estando en dicho local, entraron dos jóvenes hacia los que se dirigió Santos para conversar con ellos.
Un testigo describó así a uno de los misteriosos jóvenes: era alto, de complexión fuerte, de cabello rubio, usaba bigote y gafas graduadas. El otro muchacho era moreno, de pelo normal, vestido con un pantalón vaquero y una chaquetilla corta. Posiblemente se trataba de dos chaperos (individuos que ejercen la prostitución masculina), según las hipótesis policiales. De hecho, alguien oyó comentar: "Estos tipos no hacen nada si no es por dinero".
Casto, Antonio Santos y uno de sus paisanos de Sevilla. se trasladaron más tarde a tomar otras copas al club La Isla, en la calle de la Corredera Alta. Cuando apenas había pegado un par de sorbos, el peluquero se separó de sus contertulios después de decirles: "No aguanto más... Me voy". Nunca se ha aclarado qué es lo que no aguantaba ni adónde iba.
Malas compañías
Lo cierto es que unas horas después fue hallado con la garganta quebrada por dos corbatas y con la cabeza destrozada a golpes. "A veces tenía compañías poco recomendables", manifestó Casto.
El Juzgado de Instrucción número 16 de Madrid abrió las diligencias previas 520 / 78 y en cargó a la comisaría y a la Primera Brigada de Investigación la práctica de gestiones encaminadas a la identificación y detención de los asesinos. La policía siempre tuvo el convencimiento de que se trataba de un crimen cometido por homosexuales. "Pero ése es un mundo muy difícil de investigar y resulta imposible obtener información de este tipo de personas", repetían machaconamente los responsables del caso. Han pasado trece años y el homicidio continúa sin aclarar.
Cadena sangrienta
El suceso de la calle del Oso fue el primero de una siniestra cadena de crímenes muy similares, ocurridos un año y medio después, algunos de ellos en la misma zona. El. 8 de septiembre de 1979, Arturo Sáez Herraiz, de 45 años, fue hallado muerto de 31 cuchilladas en su casa de la calle de Toledo. El profesor zaragozano Fernando María Cuervo Irigoyen, de 61 años, fue encontrado muerto ocho días más tarde, atado de pies y manos, bajo la cama de su casa de la calle del Pintor El Greco, en Móstoles. El 10 de noviembre, Carlos Travers Pérez-Bravo, de 57 años, fue estrangulado con un cable eléctrico en su vivienda de la calle de Valencia, a pocos metros de la glorieta de Embajadores.
Aunque el profesor Cuervo Irigoyen fue asesinado en Móstoles, una localidad situada a unos 25 kilómetros de Madrid, en medios policiales hay la firme creencia de que dicho caso tiene relación con los otros ocurridos en la capital.
Cuervo, que en su juventud quiso ser misionero jesuita y no lo consiguió por tener una salud quebradiza, resultó muerto en circunstancias muy similares a las de los otros hombres. Incluso llegó a rumorearse que existía una fotografía en la que aparecían Antonio Santos, Arturo Sáez Herraiz, Carlos Travers y el propio Cuervo. La policía buscó afanosamente ese retrato, que demostraría el nexo existente entre todos ellos, pero jamás logró hallarlo.
¿Hay conexión entre estos cuatro casos criminales? Un inspector asegura que está "convencido" de que tienen algún tipo de relación" y, pese a los años transcurridos, aún confía en poder demostrarlo. Lo malo es que: "cuanto más tiempo pasa, más difícil es reunir pruebas".
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