Un partido 'diferente'
SALVO ERROR u omisión, Mario Onaindía ha sido el único secretario general de un partido con representación parlamentaria que ha sido capaz de dimitir de su cargo sin que nada ni nadie lo presionase para hacerlo, sino todo lo contrario. Esa actitud reforzó la imagen de Euskadiko Ezkerra (EE) como un partido diferente, no tan obsesionado por el poder como casi todos los demás y en el que sus dirigentes eran capaces de predicar con el ejemplo. La desproporcionada simpatía despertada por el pequeño partido de Bandrés y Onaindía en ambientes muy heterogéneos de la opinión pública fue consecuencia de ese talante. Y aunque el congreso celebrado el pasado fin de semana ha destruido buena parte de aquella imagen, algo de lo mejor de su tradición se refleja en el hecho de que Kepa Aulestia, el sucesor de Onaindía, haya renunciado voluntariamente a presentar su candidatura a la reelección, aunque en este caso sí había presiones para que lo hiciera: las resultantes de su identificación como principal responsable del giro experimentado por EE en el último año, con el resultado de perder un tercio de sus electores.. Pero no sería justo juzgara Aulestia únicamente por el último año de su gestión. Su propuesta de convertir el consenso en estrategia política -y no sólo en método coyuntural- para todo el periodo resultó adecuada a las condiciones de Euskadi a finales de los ochenta, y la influencia de esa política en logros como el Pacto de Ajuria Enea contra la violencia resulta hoy evidente. La aportación fundamental de EE ha consistido en incidir de manera indirecta en la democratización de la ideología nacionalista, y en particular del PNV.
El paso adelante que supuso en su día la adhesión retrospectiva a la Constitución de 1978 demostró clarividencia, por más que la forma concreta como la decisión fue adoptada crease problemas internos serios y limitara sus efectos sobre el conjunto de la comunidad nacionalista. En resumen, el partido de Aulestia fue desde mediados de los ochenta un pequeño pero poderoso factor de integración de la sociedad vasca en torno a los valores autonómicos. Una prueba de esa posición es que hasta hace poco EE era la segunda opción electoral de los votantes de casi todas las demás formaciones políticas.
De ahí lo sorprendente del giro del último año. Concediendo prioridad absoluta al objetivo de entrar en el Gobierno, EE acentuó los rasgos nacionalistas de su ideario con la coartada absurda de que había que elegir entre dos nacionalismos simétricos, el vasco y el español, representado este último por los socialistas. Con esa premisa, su programa evolucionó hacia posiciones maximalistas en materias como la enseñanza o el bilingüismo, totalmente contradictorias con el objetivo integrador y de consenso. Contribuyó así a desplazar el eje de la política vasca del pacto estatutario al pacto interno al nacionalismo, haciendo inviable la presencia del PSOE en el Gobierno autónomo. Todo ello le costó a Aulestia la fuga hacia la abstención del componente no nacionalista de su electorado, y ahora la pérdida del congreso.
La tendencia ganadora -por un estrechísimo margen-, encabezada por Bandrés, Onaindía y Larrínaga (nuevo secretario general), no opuso al modelo neonacionalista de Aulestia un contramodelo antinacionalista, o siquiera no nacionalista, sino uno de convivencia en el que ambas sensibilidades pudieran reconocerse sin renuncias forzadas, a modo de germen de lo que se considera deseable para el conjunto de la sociedad. La prueba de fuego de la nueva dirección será su capacidad para, siendo consecuente con ese planteamiento, integrar a los perdedores. Ello es especialmente necesario por el hecho de que, como ocurrió en el viejo PNV de Arzalluz y Garaikoetxea, la división no es sólo ideológica sino también geográfica: vizcaínos contra guipuzcoanos.
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