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La vía gastronómica al populismo

Manuel Fraga cumple un año al frente de la Xunta en un clima de efervescencia culinaria

Manuel Rivas

Al mediodía del 5 de febrero de 1990, en Santiago de Compostela, Manuel Fraga tomaba posesión de la presidencia de la Xunta de Galicia escoltado por un invencible regimiento de 1.200 gaiteros. Fueron días de lágrimas y gaitas para el líder conservado más fogoso de Europa, que presenta una imagen sumamente templada un año después de su bautismo de poder democrático "Yo no valoro mi gestión", declaraba en público. "Que la valore el pueblo gallego. Yo sólo puedo decir que trabajo 17 horas diarias y que he hecho todo lo que he podido". Pero su gabinete de prensa se había apresurado a dar el toque de triunfalismo añejo: "Los meses de gobierno de Fraga son ya meses de historia".

Según ese balance oficial, Fraga recorrió casi 100.000 kilómetros y recibió a más de 10.000 personas. Sería apresurado juzgar qué ha cambiado realmente en Galicia con tanto ajetreo, pero sí que es reseñable la irresistible consolidación de una vía enxebre (genuina) al populismo: la gastronomía. Desde la llegada de don Manuel, todos los acontecimientos políticos, desde el sombrío mercadeo de tránsfugas -que ha llegado al paroxismo con la cercanía de las municipales- hasta los pactos solemnes, tienen un común escenario: mesa, mantel y grelos. Fraga ha recorrido miles de leguas y concedido más audiencias que los 207 papas de Roma, pero es muy posible que cuando termine su mandato, a finales de 1993, haya alcanzado otro récord: comer con todos los gallegos.Después del magno pasacalles de los gaiteiros,su mandato se inició con un signo inequívoco: una romería popular con empanada y pulpo, culminada con una gigantesca queimada. Por lo pronto, ya ha cenado en casa de uno de los más punzantes portavoces de la oposición, el socialista Miguel Cortizo, mucho más manso desde el convite. Pero donde Fraga está en su salsa es en esos espectaculares banquetes multitudinarios que se prodigan a lo largo y ancho de la nación de Breogán. Su última gran cita, allí donde realmente don Manuel ha celebrado el cumpleaños de poder, fue la Fiesta del Cocido de Lalín, el pasado día 3.

Ante 40.000 potenciales comensales, el presidente gallego cantó las excelencias de la sagrada trinidad del lacón, los grelos y las patatas, sin descuidar el mensaje político, pues el cocido galaico es símbolo de la unión fraterna. En otra cena multitudinaria en Sarria, organizada por la sociedad Meigas e Trasgos (Brujas y Duendes), había sido recompensado por sus desvelos para reavivar algunas ancestrales tradiciones. Fue nombrado Meigo Mayor del Antiguo Reino de Galicia.

Otro puntal en este peculiar modo de hacer política es el presidente del Parlamento, líder de Centristas de Galicia y socio de conveniencia de Manuel Fraga, Victorino Núñez. El político orensano es uno de los pregoneros gastronómicos más disputados en todo el orbe municipal de centro-derecha. Cada pregón de Victorino, sea en la Fiesta de la Patata de Coristanco o en la de la Castaña de Folgoso del Caurel, tiene un medido significado político.

El ecuador no muda

En la Fiesta de la Patata, en la que los labradores de Bergantiños engalanan sus potente tractores con guirnaldas de magníficos tubérculos, que en ocasiones alcanzan los tres del los, Victorino Núñez selló una de sus más importantes operaciones políticas en los últimos tiempos: la incorporación a sus filas, con vistas a las municipales, de varios alcaldes de la comarca, también cortejados por el Partido Popular. Este grupo de alcades, famosos por su ver satilidad y que habían venido funcionando bajo las siglas de CPG (Coalición Progresista Galega), hizo público en su día un antológico manifiesto para definirse políticamente: "El ecuador, pese a quien pese, nunca muda de lugar, como tampoco mudamos nosotros".La moda de los magnos condumios se ha extendido de tal manera en estos tiempos de mandato conservador y son de tal exceso los objetivos culinarios propuestos que se podría hablar sin temor a la exageración de un fenómeno sociológico pantagruélico de masas. Algunas localidades, como Carballo y Carcacia, compitieron el pasado verano por la preparación de la tortilla más grande del mundo, invirtiendo en el operativo toneladas de patatas, miles de huevos y centenares de kilos de cebollas. A modo de sartén se utilizaron aparatosos recipientes siderometalúrgicos y, para darle la vuelta a semejante torta, de la extensión de una piscina de recreo, se recurrió a grúas propia del gremio de la construcción. Otras localidades compitieron por realizar la empanada más grande del mundo, elaborándose una que alcanzó los 130 metros de largo. En Pontevedra se preparó una monumental queimada con 600 litros de aguardiente, encendida con un soplete por el alcalde y con un final accidentado que provocó la intervención de los bomberos para apagarla.

El mismo día de la Fiesta de la Patata de Coristanco, Porriño era escenario de una exaltación de los callos. Con el inestimable patrocinio del alcalde de la villa, José Manuel Barros, orondo mandatario de 120 kilos e indiscutible peso pesado del Partido Popular, se sirvieron más de 1.000 kilos de callos, a pesar de la amenaza de lluvia. El pregonero, Guillermo Campos, alabó la elección de un recinto al aire libre, "ya que las ulteriores flatulencias así lo aconsejan".

Es quizá prematuro hacer un balance de la gestión de Manuel Fraga al frente de la Xunta de Galicia, pero una conclusión sí que parece clara: se come más.

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