Candelaria
La candelaria es una de las encrucijadas de la naturaleza: los gatos están en celo, las gemas de los vegetales abren el Ojo, los hombres se descuartizan. Puede llover o llorar; tal ve; mañana el sol reirá sobre la nieve, pero la savia de todos los árboles comienza a moverse y la sangre de los humanos sigue manando. También el frío va a sorprender este año a los almendros floridos en los valles cerca del mar, y sin duda algunas cigüeñas prematuras se habrán equivocado como siempre. Desde la ventana veo pasar formaciones de aves en cuña que no encontraron nunca su destino en este cielo color de rata muerta, en el cual de noche se oye ahora el obsesivo rumor de los bombarderos que se van a matar niños árabes sólo a cuatro horas de distancia. Estos pájaros grises son más exactos. Con suma precisión arrojan su carga de fuego sobre la vida en Bagdad y luego dan media vuelta para seguir sonando en el interior de nuestra conciencia durante el sueno ensangrentado. Los bulbos están a punto de reventar bajo el estiércol del jardín. En esta fiesta de la savia que pronto empujará a las flores, el mal se exhibe con toda su fuerza y la culpa nos impide olvidarlo. Lo he visto formando conos de azufre junto con los cuerpos sin nombre calcinados. Satán vive. Está en las palabras de hierro que pronuncia George Bush, en el escandaloso silencio del Papa, en la traición de Gorbachov, en el dinero podrido de los japoneses y alemanes que alimenta la matanza desde las alturas, en la humillada entrega de Europa, en la sumisión de estos socialistas y en nuestro horror de no poder seguir chapoteando como cerdos sonrosados en una charca de petróleo. El mal también aflora en esta retórica. Hoy, día de la candelaria de 1991, tomo unas notas de invierno asomado a la ventana: hay un gato en celo sobre el tejado, las gemas de los prunos dilatan ya sus escamas y la savia de todos los árboles forma un rumor de sangre que se une al sonido de los bombarderos, el cual no es distinto a nuestra mala conciencia.
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