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En la muerte de José de Jesús Martínez, 'Chuchú'

Antonio Caño

Me enteré de la noticia como en Cinema Paradiso: llamaron desde Chile para decirme que "un tal José de Jesús Martínez ha muerto. ¿Era amigo tuyo?".Conocí a Chuchú Martínez en el mundo de la ficción. Para mí era un personaje fascinante sacado de un libro de Graham Greene, quien quiso escribir sobre Ornar Torrijos y comprendió que Chuchú era infinitamente más literario en su papel de picaro tropical.

Cuando el mito se materializó y conversó conmigo en Panamá sobrevino un reportaje titulado Memorias de un gorila ilustrado, que a Chuchú, en su vanidad reconocida, le encantó, pese a verse retratado como el excéntrico y fiel guardaespaldas de Torrijos que fue durante tantos años. El, a cambio, me regalaría después otro título, La revolución de los Mercedes.

Con su noble barba hemingwayniana, Chuchú había llegado al final de su vida con el cuerpo roto por tantos complós centroamericanos, tanta causa perdida, tantos romances inacabados, tantos principios inaplicados y tantas ambiciones frustradas.

Chuchú me llamaba poeta. Pero el poeta era él. Poeta, filósofo, matemático, aviador, historiador, teniente, pintor, comediante, comunista, mujeriego y el mejor catador y consumidor de vino que haya conocido. Me enseñó que si la Biblia se hubiera escrito en el trópico, el marañón sería el fruto del pecado. Me enseñó a pescar sin anzuelo, a comer arroz con coco, a curar la picadura del aguamala, a reconocer al enemigo armado y a sobrellevar los fracasos amorosos.

En un sucio restaurante chino de la calle 50 de Panamá o en torno a un plato de espaguetis preparados por su esposa, Silvana, Chuchú compartió con sus amigos miles de secretos de Estado y de alcoba. Le invadieron sus refugios el 20 de diciembre de 1989, y desde entonces ha dado vueltas por el mundo buscando las tablas. Deja miles de alumnos de su cátedra de fantasía y un montón de libros para el quiera saber por qué las cosas son como son en Centroamérica.

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