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Empieza "la guerra anunciada"

Sadam Husein, el dictador sanguinario que pretende convertirse en el Napoleón del mundo árabe, ha decidido que una guerra le supone menos pérdidas que una rendición ante el diabólico Estados Unidos. George Bush, por su parte, ha decidido que las sanciones tardarán demasiado en lograr su objetivo y que las tropas aliadas no son capaces de quedarse sentadas en el desierto sin sufrir problemas éticos de naturaleza insoluble. No se me ocurre otro ejemplo más claro en el que estalla una guerra que nadie reconoce desear gracias a las decisiones de dos dirigentes irracionales, un megalómano recién convertido en partidario de la guerra santa y un cruzado imperialista ilustrado por el dios del puritanismo farisaico.Al margen de los juicios ético-políticos, supongo que la guerra estrictamente formal será breve, que la arrolladora superioridad tecnológica de las fuerzas aliadas destruirá la capacidad iraquí de resistencia organizada y que Sadam, o su sucesor, se verá forzado a retirarse de Kuwait. Supongo también que después de la rendición formal del Ejército iraquí seguirán produciéndose atentados terroristas y emboscadas suicidas por todo el mundo.

Más allá de este panorama general, quisiera enfocar mi análisis hacia lo que puede ocurrir después de la guerra. Cuando se haya restaurado la soberanía kuwaltí, es absolutamente imprescindible que se establezcan rápidamente la democracia y los derechos humanos en el emirato restaurado, pues el régimen derribado en agosto por Sadam no valía la vida de ninguno de los soldados.

Otro factor que ha provocado la guerra es la negativa de EE UU a reconocer los obvios vínculos entre el cumplimiento de las resoluciones de la ONU en Kuwait y su cumplimiento en Israel, Palestina y Líbano. Cuando Sadam se envolvió en la bandera palestina, EE UU gritó "hipócrita", pero debería haber reconocido que la comunidad internacional ha tardado demasiado tiempo en valorar los problemas de estas tres regiones. EE UU debe respaldar los esfuerzos internacionales para corregir este error una vez que Irak haya puesto fin a la destrucción injustificada de Kuwait. Al negarse a reconocer estos vínculos, EE UU ha permitido que Sadam asuma el aspecto del campeón de una causa justa, honor que no merece.

Me temo que la guerra -por muy breve y triunfal que sea-, junto con los acontecimientos de los últimos meses, signifique que la resolución de estos problemas regionales sea más difícil que nunca. En la misma zona de guerra, Irak ha saqueado la actual economía kuwaití y ha cometido tales atrocidades que provocarán un duradero odio entre los que han sufrido tal grado de crueldad física.

Las amenazas de Husein contra Israel y el hecho de que la OLP y seguramente la mayoría del pueblo palestino haya respaldado al presidente iraquí significará que el miedo y la transigencia frente el Estado palestino será más fuerte que nunca . No conviene olvidar que entre todos los países árabes en la actual alianza contra Sadam sólo Egipto ha reconocido la existencia legal de Israel y ha firmado un tratado de paz con este Estado. Ni Arabia Saudí, ni Jordania, ni Siria tienen Gobiernos que dependan del consentimiento de los gobernados, y los tres países siguen técnicamente en guerra con Israel, el único país de la región que sí tiene un Gobierno elegido.

Yo creo que sería del todo inútil, además de inmoral, ejercer presiones sobre Israel para que aceptara un Estado palestiilo, al menos hasta que sus vecinos hubieran finalizado la guerra que durante 50 años han librado contra él. También creo que será igualmente inútil e inmoral que Israel no acepte la fundación de un Estado palestino después de que un verdadero acuerdo de paz haya sido firmado por los actuales Estados árabes. Temo que hagan falta muchos años de arduas conferencias internacionales antes de que estos dos objetivos puedan alcanzarse. La actual guerra puede conseguir que se mejoren las expectativas si todos los participantes reconocen que han estado a punto de suicidarse. Por otra parte, las perspectivas se empeorarán si los recuerdos sentimentales de Kuwait y de la Intifada impiden que los respectivos pueblos disciernan la necesidad de acomodarse mutuamente.

Cabe plantear otros dos temas generales con respecto a la guerra. El primero es el abismo cultural que existe entre el mundo occidental y el islámico. De ser un dictador árabe secular, Sadam se ha convertido en la cabeza de una guerra santa. No se sabe hasta qué punto ha conseguido convencer a las diversas poblaciones árabes de su nueva identidad, pero el simple hecho de que pueda ser inicialmente creíble demuestra el profundo miedo y el odio que se siente en el mundo islámico hacia el exterior, sean cuales sean los problemas económicos o políticos vigentes. Estados Unidos ignora absolutamente las tensiones internas de los Estados árabes, y Europa es casi igual de ignorante. Hará falta una sabiduría extraordinaria y mucha paciencia para encontrar los interlocutores adecuados para esta gente explotada.

Finalmente, la guerra plantea de forma aguda la cuestión de mayor importancia para la humanidad desde el bombardeo de Hiroshima: ¿cuánto tiempo transcurrirá hasta que los Gobiernos del mundo reconozcan la necesidad de deshacerse definitivamente de los armamentos nucleares, químicos y biológicos" Ayer fue Sadam. A qué dictador megalómano, democracia idealista o nacionalidad oprimida le tocará mañana? Nosotros, occidentales, abastecimos a Sadam de armamentos, y es inevitable que, si siguen ofreciéndose en el futuro, proliferarán por los mismos canales de la economía de mercado y que en algún momento del futuro volverán a utilizarse.

es historiador. Traducción: Andy Robinson

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