Recambio de actrices
En el debú teatral de Carmen Pardo no hubo telón. Si nos apuran un poco, ni siquiera existe lo que se llama escenario. No hay patio de butacas. Tampoco se precisa un silencio absoluto para que los actores comiencen a interpretar, porque cuando se abren las puertas de ese pequeño espacio teatral, dos mujeres andan por allí extrañamente vestidas, esperando a Godot. La otra cara de la moneda es Margarita Brel. Hace dos años decidió dejar el escenario para finalizar sus estudios de música. Ahora es, al mismo tiempo, alumna y profesora de piano.
Carmen Pardo ha debutado en la sala alternativa Ensayo 100, haciendo de madre en A lo mejor, mujer, un montaje escrito y dirigido por Jorge Eines, que además fue su maestro de interpretación durante tres años. "Han sido cinco años de estudio y no me hubiera gustado debutar en un teatro convencional. Si llegara el caso, sería como repetir mi estreno y desde luego mucho más difícil. El primer día fue tranquilísimo, toda una sorpresa. Casi no nos dimos cuenta de que la función estaba terminando. Aquí, el público está muy cerca, ves sus caras, sabes si te siguen. Eso puede asustar al principio, pero después resulta muy cálido. Me encuentro como en casa, mi director es mi maestro y formo parte del proyecto de la asociación cultural Ensayo 100". Carmen es ama de casa. Además de las tres funciones semanales de A lo mejor, mujer, Carmen controla algunos asuntos de oficina del teatro, tras dejar a su hijo en el colegio.
Un metro por persona
En la función tiene otra hija. Algo mayor y más respondona. También es actriz, Carmen Vals, con quien nuestra debutante ejercita a Beckett durante algo más de una hora, en un espacio de 50 metros y ante poco menos de 60 espectadores. "No sé por qué no debuté mucho antes, supongo que quise prepararme bien. El público es algo muy serio".A Margarita Brel se le acabaron sus días de escena. Una decisión firme y voluntaria la apartó del teatro, hace un par de años, para terminar su carrera de piano. Margarita es alumna y profesora. Cada tarde se encamina, uno por uno, a los hogares donde niños de seis a 14 años esperan su lección de doremi. Tiene 30 años, estudió la correspondiente carrera de Arte Dramático en la maltratada escuela de la plaza de la ópera y anduvo entre Osuna, Arniches, Malonda, Genet y Valle Inclán. Con alma de teatro independiente, formó parte del grupo El Carro de Heno, con el que repasó La Celestina, o alcanzó las 200 representaciones de un cuento de Pepe Struch ante el público del parque del Retiro. "Trabajé también con Zascandil y dejé el teatro después de hacer tan sólo una función de El final de la juventud. ¿Por qué? Yo notaba que lo pasaba más mal que bien. No era normal tanto cansancio, porque en teatro independiente de pronto te ves una mañana entera preparando un traje, martilleando, cosiendo lonas, y echas de menos el verdadero trabajo de interpretar. Eran muchos puntos de vista y muchos debates entre nosotros.
Además", cuenta sonriente Margarita, "vives completamente al día". "Aunque", precisa agradecida, "el piano me lo compré por entonces". Margarita Brel conoció el doble filo del teatro independiente. "Por un lado, eres más libre. Por otro, hay que vender las funciones... Decidí hacer planes para el futuro. En tu vida personal, tampoco puedes decir: mira, trabaja tú, porque yo soy artista".
Un buen día, repasando el periódico, encuentra un anuncio en el que se solicitan fareros. ¿Se imaginan lo que puede suponer pasar de Valle Inclán a la trigonometría, la electrónica y el manejo de una complicada calculadora? ¿Alguien sospecha qué pinta una actriz entre números complejos? "Lo suspendí, pero reconozco que me divertí muchísimo. Después tuve un trabajo de tipo administrativo en la UNED, supe lo bien que sienta una paga extra y por fin decidí volver al piano". Ahora su público puede ser una niñita de seis años, que apenas abarca las teclas con los dedos, o algún aprendiz de Mozart, que pregunta suficiente: "Oye, Margarita, ¿a ti qué nota te gusta más?. A mí, la re", se contesta a sí mismo. Tengo otra alumna que me dice: "Por favor, no toques eso que luego tengo pesadillas". Margarita puede sentir cierta envidia al ver actuar, "pero no quería llegar a los 50 años y sentirme frustrada. Aunque, si uno quiere ser actor, adelante".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.