Todas las batallas del 'número dos'
El vicesecretario general del PSOE ha luchado contra cualquier poder emergente en el partido
Alfonso Guerra ha coordinado los asuntos de política interior del Gobierno, ha presidido la Comisión de Subsecretarios -órgano encargado de visar las cuestiones que han de ser decididas en Consejo de Ministros- y ha mandado sobre el aparato político del PSOE. Sus hombres de confianza dirigen el gabinete del presidente del Gobierno y están distribuidos por la Administración. Pero, sobre todo, ha sido el principal confidente de Felipe González. Nunca ha tratado de situarse al mismo nivel que el jefe del Ejecutivo, pero ha luchado por mantenerse férreamente por encima de los demás.
La lealtad de Alfonso Guerra a su a amigo y jefe de filas se ha conservado a lo largo del tiempo, en paralelo con un control fuerte de todos los demás miembros significados del PSOE. Felipe González ha sustraído una parte de los asuntos de Gobierno al control de Alfonso Guerra, y ha dado poder a los sucesivos responsables del área económica, en un funcionamiento más parecido al de un gobierno de coalición que al de un gabinete monocolor.Sin embargo, ni uno ni otro han consentido algo parecido en el partido, que siempre ha presentado a las electores la imagen de estadista de Felipe González, unida a la de un Alfonso Guerra dedicado a dar caña y cubrir el ala izquierda. Una fórmula de entendimiento y reparto de papeles claramente dirigida contra el sistema de baronías, que Guerra ha procurado extender todo lo posible a los diferentes equipos de gobierno.
Por eso, sólo han tenido luz propia el reducido grupo de ministros que despachan directa y personalmente con Felipe González: los titulares de Defensa, Narcís Serra; Asuntos Exteriores, Francisco Fernández Ordóñez, y los responsables de Economía y Hacienda, tanto el anterior como el actual, Miguel Boyer y Carlos Solchaga, respectivamente.
Una anécdota
En ciertos casos, la sintonía personal entre Felipe González y algunos ministros ha sido causa evidente de fricciones con el vicepresidente, que hasta ahora se han saldado con el alejamiento de tales personas del círculo de influencia presidencial. Es el caso de los sucesivos titulares del ministerio de Educación, José María Maravall primero y Javier Solana después, con la diferencia de que el segundo ha logrado mantenerse en el seno del Gobierno, mientras el primero hubo de abandonarlo. Eso no quiere decir que Maravall dejara el Ejecutivo sólo por enfrentamientos con Alfonso Guerra, pero sí está claro que fue una las causas.
Ningún proyecto de carrera política dentro del PSOE ha podido prosperar en paralelo con el del vicepresidente del Gobierno o al margen de este último.
Tres años antes de que Joaquín Leguina, presidente de la Comunidad de Madrid, plantease la actual batalla abierta en el PSOE, Guerra ya había descubierto que el dirigente madrileño perseguía su puesto. Fue en el invierno de 1987, ante un Comité Federal (máximo órgano del PSOE entre Congresos). Leguina se quejó entonces de las distancias que separaban fisicamente a los miembros de la dirección, sentados en un estrado e identificados por sus nombres, respecto de las bancadas anónimas donde se aposentaban los demás asistentes. Mientras el entonces ministro de Educación, José María Maravall, se dirigía al auditorio con un informe sobre la rebelión de los estudiantes, Guerra preparó un cartel similar al suyo, en el que escribió a mano el nombre de Leguina. Cuando le llegó el turno para intervenir, dio la vuelta al cartel y le dijo a Leguina: "Si el compañero quiere su nombre aquí, ya se lo tengo yo preparado".
Boyer y Solchaga
La actitud beligerante de Guerra contra todo poder emergente, llámense Miguel Boyer, Julio Feo, Carlos Solchaga o los responsables de las instituciones autonómicas, ha provocado tensiones fuertes. Pero siempre se han resuelto de la misma manera: primer tiempo, aislamiento personal del adversario; segundo tiempo, eliminación política o expulsión, según los casos. Cada batalla ha sido vendida como el restablecimiento de la unidad interna, perturbada por un ser aislado, carente de todo apoyo.
Miguel Boyer intentó saltarse los controles del PSOE, del gabinete presidencial y del propio Guerra. La situación se mantuvo tensa mientras se limitó a despachar sus planes con el presidente del Gobierno. Pero cuando trató de consolidar su espacio de poder en el Ejecutivo, Felipe González no se encontró en condiciones de colocarle al mismo nivel que a Guerra, y eso determinó la salida del ministro de Economía del Gabinete, en julio de 1985.
Un año más tarde, Boyer realizó varias intervenciones públicas en contra de radicalismos izquierdistas y de ideas estatalizadoras, y a favor de la introducción de criterios de mercado en todos los ámbitos, incluido el de la enseñanza universitaria. La violenta reacción de Alfonso Guerra consistió en lanzar un durísimo ataque contra "algunos políticos frustrados que ya no están en política", como "expertos que quieren hacer experimentos de laboratorio".
Los problemas con Boyer no fueron a mayores porque Felipe González se empleó a fondo para cortar la polémica. Dio garantías a Guerra de que no había ninguna operación política detrás de las intervenciones públicas de Boyer, y a éste último de que no se había organizado una campaña contra él. Algunos ministros del núcleo político del Gobierno, como el actual titular de Administraciones Públicas, Joaquín Almunia, han mantenido polémicas posteriores con Boyer; pero en la práctica, éste ha quedado aislado dentro del Partido Socialista. Joaquín Almunia también se ha distanciado después del número dos.
En medio de estas batallas, el vicepresidente prestó un servicio de extraordinaria importancia a su amigo y jefe, Felipe González. Consistió en organizar la campana para el referéndum de la OTAN de marzo de 1986. Después de haber mantenido una posición personal claramente contraria a la permanencia de España en la Alianza Atlántica, Guerra volcó todo su equipo en la tarea de dar la vuelta a la opinión pública, por todos los medios posibles, hasta conseguir que 13 millones de personas votaran sí al mantenimiento de España en la OTAN. Resulta imposible diferenciar cuánto puso de su parte Felipe González y cuál fue el papel exacto de Guerra. Existen datos suficientes para saber que ambos actuaron al unísono, y que el número dos empleó a fondo su poderoso aparato político al servicio del objetivo marcado por González, con desprecio de sus propias opiniones anteriores.
Ambos acontecimientos -salida de Boyer del Gobierno, éxito de la campana pro-OTAN- se vieron completados con una segunda victoria electoral por mayoría absoluta en 1986. La siguiente remodelación del Gobierno fue el producto de un diseño guerrista. González adoptó una sola decisión contraria al criterio de Guerra: sustituir a José María Calviño por Pilar Miró, al frente de RTVE.
Tras este período de auge, el número dos demostró que tampoco él era inmortal en política. Su fragilidad quedó al descubierto con motivo de los enfrentamientos con la UGT. Ya en 1985, Alfonso Guerra se había opuesto al proyecto conocido como recorte de las pensiones -en realidad, endurecimiento de las condiciones exigidas para acceder a una pensión-, pero el tándem Boyer-González se mantuvo firme en la necesidad de contener el déficit de la Seguridad Social y el vicepresidente terminó aceptando esa posición. Eso provocó un primer enfrentamiento con la cúpula de UGT, hasta entonces bien conectada con el guerrismo.
En 1987, las cosas fueron a peor para el número dos: Guerra fracasó espectacularmente en su intento de ejercer una mediación entre el secretario general de UGT, Nicolás Redondo, y el ministro de Economía, Carlos Solchaga. Una vez en marcha la huelga general de 1988, los guerristas se vieron obligados a dar la máxima relevancia a la bonanza económica de España para combatir los argumentos de los huelguistas. Inevitablemente se reforzaba, así, la gestión desarrollada por el área económica del Ejecutivo. La ruptura entre el número dos y los dirigentes del sindicato implicaba, adicionalmente, el primer problema grave en el partido, puesto que la cúpula de UGT no era otra cosa que una rama desgajada del PSOE.
Guerra demostró carecer de poder suficiente para resolver ese conflicto interno en la familia socialista. La dinámica de la huelga general, dirigida primordialmente contra Carlos Solchaga y Felipe González, terminó arrastrando también al vicepresidente.
"Alfonso y yo"
Después de superar tantas batallas políticas, el número dos ha tropezado en la piedra de su hermano. Juan Guerra ha escrito: "Alfonso y yo somos víctimas de la misma conspiración, de la misma horrible venganza que amenaza con invadir todos nuestros refugios más íntimos", afirmaciones que sirven de pórtico a un proceso de intenciones contra los medios informativos que se han ocupado de él.
Alfonso Guerra ha luchado durante un año contra la necesidad de renunciar a su puesto en el Gobierno, pero no ha podido mantenerse. Existen demasiadas evidencias sobre los negocios organizados por su asistente en Andalucía, desde el despacho oficial que ocupaba en la Delegación del Gobierno en Sevilla.
Y es notable que esto le haya pasado a Alfonso Guerra, quien, en los primeros años de su gestión como gobernante, aseguraba que los socialistas no sabían ni siquiera cobrar comisiones a cambio de favorecer determinados intereses.
No hace falta acudir a frases lanzadas al calor de una campaña política. Basta releer un libro elaborado de forma totalmente reposada, como el de Miguel Fernández- Braso, Conversaciones con Alfonso Guerra. Le preguntaba el autor por el sistema "fácil y reconocido" de las comisiones a cambio de favores y Guerra contestaba: "Sí, pero nosotros eso ni queremos ni sabemos. Yo me imagino que me vuelvo loco hoy, digo que quiero hacer algo de eso y me pondría tan colorado, tan colorado, que a dos kilómetros estarían diciendo: ¡Aquel está cogiendo dinero!". Y en el contexto de una reflexión sobre poder y enriquecimiento, añadía: "Es que nosotros somos otra gente, coño".
Tales argumentos no calaron lo suficiente en miembros de su propia familia, que han sido militantes del PSOE.
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